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La calumnia, el bulo y la bula

Imagen de la ministra de Igualdad, Irene Montero, en el pleno del Senado. EFE/ Zipi

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 A estas alturas de la historia de la ley del solo sí es sí ya no hay dato ni realidad alguna que modifique las ideas que se han fijado una multitud de seres. No importa que el Tribunal Supremo haya rechazado que la nueva norma beneficie a delincuentes sexuales en casos de abusos agravados. Sujetos que se presentan como “combatiente contra la ideología de género” han descubierto un inusitado interés por las agresiones sexuales a las mujeres, similar a quienes se baten en todos los focos de la actualidad. Chapuza, fracaso, conteo de rebajas judiciales de penas, han colonizado ya los cerebros evanescentes de los prestos a creer lo que quieren creer. Desde ahí, en toda la gama, hasta las que se encorvan con el peso de los intereses inconfesables que les mueven. Bien pensado, y eso es doblemente trágico, ya apenas disimulan. No importa.

En realidad, es la consecuencia de haber instalado impunemente la injuria y la calumnia como método de acción política y mediática, y, en fuerte contraste, la bula para verdaderos malhechores. Me dirán que es opinable. Sí, ése es otro problema: no todo puede ser valorado en emociones, como si los hechos irrefutables no existieran. Ya están en el punto de convertir en realidad incuestionable lo que “se cree” o se siente. Este estado social debe parecerse mucho al de la Edad Media con todos sus hechizos y su oscurantismo alejado de la razón.

Tenemos pues a unas “lobas” que se han apoderado de Podemos -lo he oído en una televisión- con la malvada Irene Montero al frente, objetivo de unos insultos intolerables, como el perpetrado por un animal elegido alcalde del PP en Villar de Cañas, Cuenca. Feijóo y otros miembros del PP lo han condenado de palabra, pero por el momento no han iniciado el expediente disciplinario al que le obligan los estatutos. Y el presidente del PP castellanomanchego ha añadido a su censura un “Montero está haciendo mucho daño a España, pero seguiremos denunciando sus acciones dentro del respeto y la democracia”. Un daño terrible al machismo ancestral: luchan por los derechos de las mujeres pero así, como ellas, no se hace al parecer. Siempre hay que ceder y templar gaitas. El machismo es muy impresionable; el establishment, tanto o más. Hay que ir poco a poco, para avanzar un metro en cuatro años, por ejemplo.

Frente a las “lobas” de Podemos tenemos a una alumna ilustre de la Universidad más grande de España que ha llegado a presidenta de la Comunidad de Madrid. Un portento de mujer. Suscribió un protocolo que dejó morir sin asistencia médica a más de siete mil ancianos como saben -no me canso de repetirlo-, ha diezmado la sanidad pública y toma el pelo al personal al punto de anunciar -a ver si distrae los ánimos de la manifestación del domingo por la sanidad pública- un chequeo médico en los colegios mientras mantiene a 200.000 niños sin pediatra asignado. Gestiona nuestro dinero en favor de los ricos y cientos de miles de pobres la adoran. Es raro, ¿verdad?

No se trata de situar dos polos de rivalidad porque tendríamos múltiples ejemplos, pero éste es elocuente. Ocurre que, aunque una es licenciada en psicología, trabajó un par de años como cajera en una cadena de electrodomésticos, y eso le desprestigia ante algunos; la otra estudió periodismo y se inició profesionalmente como community manager en Twitter del perro de su mentora Esperanza Aguirre – encarando ya su carrera como manipuladora de la realidad-, en este caso no hay nada que objetar a su currículo laboral, según los mismos.

“Los mismos” son esos que marcan las agendas. Tienen plaza fija en tertulias. En ese gran circo romano pueden insultar a destajo los avances sociales “mal hechos”, a su entender, desde la mesa que dirige el peor periodismo de la historia (casi ofende usar ese sustantivo). Allí pueden fantasear con extravíos que judicializan togados ad hoc en amigable charla con entornos de imputados por corrupción del más alto nivel.

Injurias y calumnias, sobre todo cuando se convierten en law fare, ocasionan daños incalculables a las víctimas, destrozan su existencia. Lo citaban estos días dos grandes amigos míos – Juan Torres y Juan Tortosa- acerca de dos concejales sevillanos imputados falsamente a quienes nadie les devolverá la vida perdida durante años por la maledicencia y el uso torticero de la justicia y la prensa.  

Asistimos a evaluaciones que nos pasan una factura terrible como sociedad. Un tribunal ha dado la razón a Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz en ese momento del PP, por acusar al padre de un diputado, Pablo Iglesias, de ser terrorista. De joven, repartía octavillas contra la dictadura y en consecuencia el padre de Pablo Iglesias era un terrorista… para la justicia franquista. Y para la que rige en la España democrática, a la vista de esa sentencia que da la razón a la diputada del PP. Los triunfadores de esa guerra judicial se pavonean ahora. Un alto cargo de Vox también afirma cada año que Las 13 rosas fueron justamente ejecutadas porque eran asesinas convictas… por un tribunal de la dictadura franquista, acabando la Guerra Civil que inició su golpe de Estado.

Así se va fijando la historia. Hemos oído las voces de ministras del Partido Popular durante el ejercicio de su cargo hablar de manejos corruptos con un comisario imputado por esa práctica precisamente. Y a periodistas que siguen en pantalla en las mismas lides, o en las de injuriar a políticos en su guerra de poder. El doble rasero espanta. Y lo que queda para ese tipo de sociedad esponja de la desinformación es lo que cree visceralmente, el bulo que se ha comido, la bula que ha contribuido a otorgar. Ésa que absuelve a verdaderos desaprensivos por la gracia del “me gusta”, o el mal menor.

La desinformación cabalga a una velocidad que nubla el entendimiento de capas enteras de seres convertidos en zombis. A múltiples niveles. Con la concurrencia habitual de “los mismos”. Por ejemplo, los famosos trenes que no caben por los túneles ni siquiera están construidos. La chapuza es informativa. De ocupantes de pantalla y micrófono sin ningún rigor informativo y mucha y mala baba.

Bulle estos días el tema de quién destruyó los gasoductos Nord Stream decisivos en la guerra sobre Ucrania. El periodista norteamericano Seymour Hersh ha acusado al gobierno de Estados Unidos de su autoría. Me apunto a las reflexiones que ha puesto sobre la mesa Olga Rodríguez, porque, de asuntos aparentemente nimios a transcendentales, se está evidenciando una falta de criterio que es extremadamente dañina para la sociedad.

Pensar torcido, guiarse por bulos, asumir como ciertas las injurias son los hilos de un fraude que distorsiona todo camino y todo horizonte. La historia de la calumnia y sus efectos, como eje central del problema, ha llenado la literatura y el cine. Y no desaparece como lacra del género humano más pútrido.

Este agobiante momento que reproduce males perversos del género humano resulta difícil de llevar. Cómo será que, añorando otros momentos de estas cosas de escribir, les dejo con un cuadro:  “La calumnia de Apeles” de Sandro Botticelli. Lo pintó en 1495, en tiempos convulsos por la caída de los Medici y se exhibe en la Galería de los Uffizi de Florencia.

En una versión compendio, vemos al Rey Midas, el juez -aquel pobre señor que no podía ni comer porque fruto de una maldición cuanto tocaba se convertía en oro-, sufriendo las influencias de dos mujeres que le hablan en sus grandes orejas: la Sospecha y la Ignorancia. Se juzga a una mujer joven y hermosa, “llena de pasión y excitación malignas” que porta una antorcha encendida y arrastra a un joven por sus cabellos que grita su inocencia. Ella es la Calumnia y la asisten en distintos cometidos, así grosso modo, la Ira, el Fraude, el Rencor y la Envidia. Nos falta el Rumor en la entorcha que se extiende como el fuego. En el cuadro aparece también la Verdad desnuda, a la izquierda, sola, ajena, resplandeciente, señala al cielo… Es lo que más disuade ahora. No sé si me entienden, creo que sí.

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