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Comulgar con ruedas de molino

Pablo Iglesias y José María González, 'Kichi'. EFE

Ruth Toledano

Parto de la base de que Pablo Iglesias está sometido a una presión mediática difícil de sobrellevar, que ha sido criticado sin argumentos políticos y hasta la extenuación, que estar en el punto de mira permanente es tener todas las papeletas para que cualquier metedura de pata no solo se vea, sino que se sobredimensione. Pero no hay nada políticamente más sugerente que decir la verdad, aunque te saque del discurso preconcebido y precisamente por ello. Y no hay nada más constructivo, y que al final vaya a ser más admirado, que el ejercicio de la autocrítica, pues denota humildad, generosidad con esa verdad que se busca, libertad por encima de lo que presuntamente conviene y tantas veces no es así. Es el caso de Kichi y la medalla a la Virgen del Rosario. Y de él pueden extraerse conclusiones que van más allá de la anécdota.

Pablo Iglesias ha salido al paso de las críticas que ha recibido Kichi, alcalde de Cádiz, por conceder la Medalla de Oro a esa Virgen que es patrona de la ciudad. Son críticas razonables, pues se sustentan en los principios laicos que defiende Podemos. Los críticos de ahora se remiten además a los reproches que en su día recibió el ex ministro de Interior Jorge Fernández Díaz, por condecorar a dos Vírgenes: la Santísima Virgen de los Dolores de Archidona (Málaga), con la Cruz de Plata de la Guardia Civil, y Nuestra Señora María Santísima del Amor, con la Medalla de Oro al Mérito Policial. Crítico fue entonces, con razón, Pablo Iglesias.

Reconozco que pueda haber motivos que se me escapan en la decisión de Kichi, alguien a quien considero razonable, y que si yo hubiera hablado con él es posible que pudiera llegar a comprender, incluso sin compartir su decisión, algo de carácter local que quede fuera de mi alcance. Pero aún así las declaraciones de Pablo Iglesias no están a la altura que considero debe mantener Podemos: una cosa es respetar ciertas tradiciones, que sí, y otra es condecorar Vírgenes, que no.

Imagino que Kichi se vio en un aprieto porque 6.000 firmas de sus conciudadanos pedían esa medalla para la del Rosario. Pero, honesto y fiel a su estilo, debiera haber hecho público un comunicado en el que explicara por qué una formación política que defiende el laicismo no puede hacer algo así, ni siquiera si él mismo se sintiera emocionalmente cercano a tal figura. Eso sería haber ido con la verdad por delante, y creo que habría sido apreciado. Del mismo modo, Pablo Iglesias podría haber dicho que no comprendía tal decisión y no hubiera pasado nada, mucho menos la polémica generada. Habría ido con la verdad por delante y se habría apreciado también.

Sin embargo, dijo que “los urbanitas de izquierdas” tenemos que aprender a respetar las “tradiciones tan arraigadas en el pueblo”. Para empezar, ¿los de Cádiz no son “urbanitas”? Eso suena un tanto centralista, pues viene a decir que Cádiz es un pueblo y no una ciudad, como lo es por ejemplo Madrid, donde vive Pablo Iglesias. Para seguir, recordar que hay tradiciones indeseables y que, por tanto, las políticas de cambio real deben erradicarlas, por muy arraigadas que estén.

De hecho, el mismo Kichi se mantuvo firme recientemente en el cumplimiento de la ordenanza municipal de protección animal, una postura evolucionada y justa que debiera recibir un gran aplauso: en virtud de esa ordenanza, la Hermandad del Rocío no podrá participar en la Procesión Magna Mariana del próximo 24 de junio si se empeña en que los mulos sigan tirando del carro, es decir, cargando con el paso (“Bendito Simpecado entronizado en su Carreta de plata”, según la Hermandad), arrastrando un peso que los daña físicamente y en medio de una multitud que les provoca un gran estrés. Se trata de una tradición arraigada, pero Kichi ha dicho basta: “Cádiz es ciudad amiga de los animales y eso no es un eslogan”.

Daría más confianza que Pablo Iglesias se hubiera inhibido en el asunto de la medalla. Y que de ser preguntado (acribillado a preguntas, seguramente) hubiera dicho la verdad: “No estoy de acuerdo”. Es mejor que las medias mentiras del tipo “Kichi lo ha manejado de una manera muy laica”. O podría haber dicho, simplemente: “No lo entiendo”. Porque no pasa nada por no tener respuesta para todo, al contrario, te hace más humano. Y habría sido muy positivo que, de paso, hubiera resaltado la firmeza, la coherencia y el buen hacer del alcalde Kichi en su defensa de los animales en Cádiz.

Cometen un error los políticos que aparcan las ideas porque quieren contentar a más personas, susceptibles de ser votantes. No hay más que ver al PSOE. Los principios éticos deben estar por encima de las expectativas de voto. Por una razón básica de honestidad y porque en el pecado va la penitencia: el día que Pablo Iglesias no podó la hoja de la tauromaquia de aquel árbol que representaba a España en El Hormiguero (árbol del que, por cierto, sí podó el de la Iglesia de las vírgenes) puede que ganara el alivio de unos cuantos, pero perdió la confianza (y el voto) de muchos más: ciudadanos que no pueden concebir un cambio que consienta en que esa tortura sea legal. En todo caso, no se trata de una cuestión cuantitativa, que pueda medirse en términos de mayoría o minoría social, y así ha de entenderlo una política ética: simplemente, no se puede torturar animales y, mucho menos, elevarlo a la categoría de fiesta nacional.

Como no se puede comulgar con ruedas de molino. Mucho menos si eres laico. Es mejor la autocrítica.

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