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Contorsionismo político

Cristina Pardo

Albert Rivera ha pasado de defender el no al PP a poner encima de la mesa condiciones para el sí, metiendo la abstención entre uno y otro extremo. Además, el líder de Ciudadanos empezó pidiendo la decapitación de Mariano Rajoy y ha terminado aceptándole de cuerpo entero. Rivera tiene razón en una cosa: para llegar a acuerdos, hay que moverse. Eso es así. Lo que me cuesta comprender es la rotundidad con la que se argumenta, cuando las mayorías son precarias y se intuye que lo van a seguir siendo. En mi opinión, se hacen determinadas afirmaciones con demasiada alegría para no perder de vista al votante. Y eso puede dañar la credibilidad de los políticos.

Hemos visto muchos ejemplos en los últimos años. Cuando Rajoy ganó las elecciones y llegó al gobierno, tuvo que tirar por la ventana todas sus promesas. Alegó que no conocía de antemano el estado de las cuentas públicas y que por eso no solo no podía bajar los impuestos, sino que los tenía que subir. Si carecía de datos, ¿por qué prometió? Pedro Sánchez se pegó meses diciendo aquello de “nunca pactaré con los populistas”, mientras en Podemos les llamaban “casta”. Uno y otro partido terminaron rindiéndose a la evidencia de los números y se vieron obligados a pactar en CCAA y ayuntamientos. Iglesias eliminó lo de casta de su vocabulario y Sánchez dejó de considerarle populista a la misma velocidad que se comía lo de que Ciudadanos eran “las Nuevas Generaciones del PP”. Igual resulta que los expertos consideran que esto de ser rotundo, categórico, contundente y tal es la única manera de convencer a los electores. Pero yo pienso que no merece la pena jugársela así.

Me parece que Rivera podría haber cambiado el paso de una manera menos drástica. En lugar de decir que la cabeza de Rajoy era una condición indispensable para pactar con el PP, podría haber explicado inmediatamente después del 26J que a él no le gusta absolutamente nada como presidente del Gobierno, pero que con los escaños que obtuvo Ciudadanos y el crecimiento en votos del PP, su fuerza es limitada. Lo mismo ocurre con las promesas fiscales. Hay una diferencia sutil, pero suficiente, entre decir que lo vas a bajar todo y explicar que harás lo que puedas por darle una alegría a la gente. En lugar de calificar de populista al contrario, se puede defender que no es posible el acercamiento mientras no moderen lo que tú consideras un comportamiento populista. Y no es necesario que Iglesias rechace ser número dos de un gobierno que no presida, pudiendo decir que no conoce a nadie que prefiera ser vicepresidente teniendo delante unas elecciones que le pueden hacer presidente. Es que si no, cada vez que oigamos a un político hablar de líneas rojas, tendremos que apartarnos a toda velocidad por miedo a que destiña. Y la mancha es ciertamente peleona.

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