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¿Por qué la cooperación para el desarrollo no funciona?

Un proyecto en el que está involucrada la ONG Mugarik Gabe.

Economistas Sin Fronteras

Belén Fernández —

En 2016, el Estado Español destinó 4.096 millones de dólares a Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Muchos, muchos euros que, aun siendo más del doble que el año anterior, suponen sólo el 0,33% de la RNB (Renta Nacional Bruta) de ese mismo año 2016, bien lejos del famoso 0.7% demandado por numerosos colectivos en defensa de los Derechos Humanos a nivel internacional.

En aquellas campañas se exigía más dinero de los gobiernos para solventar “los problemas del Sur”. El hambre, el SIDA, el analfabetismo… Esas cosas tan de los “países pobres”. Es cierto que, si todos los países de la Unión Europea, o si nos ponemos soñadoras, todos los Estados occidentales, todo el Norte opulento, dedicara ese 0.7% a AOD, las ONG, los Estados del Sur o quien sea que se pusiera a ello, contaría con cantidades más que suculentas para invertir en desarrollo. Pero, aun así…, ¿sería suficiente?

Rotundamente, no. Y es que el problema del “desarrollo” no es una cuestión de cuánto, sino de qué, cómo y por qué.

Qué como punto de partida para poner la lupa sobre el concepto mismo de desarrollo, que será el que guíe la Inversión Oficial al Desarrollo (sí, inversión y no ayuda). Quizá haya que revisar el discurso del desarrollo lineal, a imagen y semejanza de un Norte que destruye, saquea y empobrece a otras en su camino al éxito. Quizá. No obstante, a propósito de este artículo y para no disertar sobre lo que no compete ahora mismo, nos quedaremos con el concepto de desarrollo más compartido por todos y todas: escuelas accesibles, sanidad pública de calidad, industria, empresas exitosas, economías solventes y demás.

Cómo para darnos cuenta de que no todo vale. Que no es lo mismo enviar 500 toneladas de excedente agrícola con valor de X montón de euros, que financiar la construcción de una escuela en Chitipa bajo la coordinación de una organización local. No voy a entrar a valorar lo bueno, malo o regular de cada opción. Simplemente, no es lo mismo. El cómo importa, y mucho.

Y finalmente, por qué. No sólo un por qué, de hecho, si no varios. ¿Por qué destinan los Estados del Norte esos dinerales a “ayudar” al Sur?, ¿filantropía?, ¿solidaridad simple y llana? ¿Por qué unos Estados ayudan a unos, y otros a otros?, ¿quién decide el quién? Pero, sobre todo, el por qué que debería hacer saltar todas nuestras alarmas: ¿por qué no funciona? ¿Por qué tras más de sesenta años de cooperación internacional para el desarrollo (CID), siguen sin haberse alcanzado los objetivos deseados?, ¿por qué hemos tenido que pedir una prórroga y rediseñar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ahora transformados en Objetivos de Desarrollo Sostenible?

Más de seis décadas, y el Desarrollo, así con mayúsculas, es aún un horizonte demasiado lejano. Ante semejante panorama, veo más que necesario replantearse al asunto. Que los Estados y demás agentes de CID atiendan a todas las que piden a gritos echar el freno, evaluar, redirigir. A todas las que se han preguntado y se siguen preguntando: ¿¡qué pasa!? ¿Estamos haciéndolo todo mal?, ¿hay que invertir de otra manera?, ¿son el hambre y la pobreza realidades insolventables y debemos tirar la toalla?

Quizá, quizá toda la culpa sea de las ONG, de las cooperantes, de los Ministros de Exteriores, o incluso de las poblaciones del Sur. O, quizá, es que hay fuerzas empujando en la dirección opuesta que impiden el avance. Quizá.

Quizá sea imprescindible echar ese freno, levantar la mirada del Sur y abrir los ojos para analizar la miríada de conexiones o interferencias a nivel global, entre unos Estados y otros, entre Estados y comunidades locales, entre comunidades y multinacionales, entre multinacionales y… Entre Norte y Sur. En estas interferencias, profundas, plurales y demasiado poco exploradas, se esconden las claves para entender el fracaso de la CID.

Las palabras, cómo no, importan. Por eso hablo aquí de interferencias y no simplemente de relaciones -internacionales-, para poner el énfasis en la direccionalidad, para utilizar un concepto más realista, despojado de ese aire de neutralidad que envuelve las Relaciones Internacionales. Porque las RRII están muy lejos de ser neutras, tanto en intereses como en efectos. Así podemos empezar a indagar y descubrir que estas interferencias entre Norte y Sur – o más certeramente, del Norte hacia el Sur – tienen efectos positivos, algunas, y negativos, muchas, sobre las poblaciones y el medio al otro lado del mundo.

Aquí resulta muy útil utilizar los términos desarrollados por David Llistar en su libro Anticooperación, y hablar de “cooperación” cuando estas interferencias tienen un efecto positivo en el Sur, y de “anticooperación” cuando hacen más mal que bien. Este análisis nos permite poner en una balanza todas las interacciones Norte – Sur, incluida la AOD – desgranada en todos los pequeños mecanismos y acciones que conlleva-, y acompañada de las relaciones financieras y comerciales, la inversión extranjera directa, los flujos y las políticas migratorias, la exportación de residuos, la importación de materias primas… En fin, todas las pequeñas y grandes interferencias políticas, económicas, culturales y sociales que podemos encontrar si revisamos en profundidad las “Relaciones Internacionales” entre el Norte y el Sur.

Entonces, con esta balanza bien cargada, ¿hacia qué lado creéis que va a oscilar? De un lado, la ayuda útil y verdaderamente solidaria, sin intereses escondidos y que responde a necesidades reales de las poblaciones del Sur. De otro lado, cositas como la reprimarización del Sur y la consiguiente pérdida de su capacidad y autonomía productiva, motivada por los acuerdos comerciales con potencias del Norte; la dinámica económica y las políticas liberalizadoras de organismos como el FMI, el BM o la OMC, donde los gobiernos del Sur se encuentran notablemente menos representados; el neocolonialismo cultural embarcado en los medios de masas y la industria cultural occidental… Y podríamos seguir con una larga lista, pero creo que nos hacemos una idea.

Observando esta balanza, parece más fácil entender por qué la CID no funciona. Por qué ni el dinero, ni los proyectos, ni el tiempo y esfuerzo de tantísima gente está dando los frutos que esperamos, que queremos. Rescatando el subtítulo de la obra de Llistar, porque “los problemas del Sur no se resuelven con más ayuda internacional”, sino con un cambio profundo en el Norte, en la estructura económica internacional y en las dinámicas de poder globales. Lo cual, obviamente, no es tan fácil como construir una escuela en Chitipa.

No quiero decir con esto que nos batamos en retirada, abandonando al Sur a su suerte. “Dejarles en paz” ya no es una opción, el daño está hecho y es nuestra responsabilidad (incluyéndonos a ti y a mí en ese Norte culpable, aunque tengamos algo menos de carga que otros) ayudar a repararlo. Por supuesto, en el corto plazo esos proyectos de ayuda útil y verdaderamente solidaria son necesarios, pero si queremos que exista un futuro donde no haya que hablar de hambre, hace falta trabajar también con la vista en el largo plazo. Trabajar para desenmascarar los intereses escondidos tras las políticas de desarrollo, para trasladar al Norte las responsabilidades de los problemas del Sur que le corresponden, para reforzar las soberanías de los pueblos sobre sus recursos, para poner en marcha políticas públicas coherentes con los objetivos de desarrollo en ambos hemisferios. Trabajar, en definitiva, sobre las causas y los orígenes de los problemas globales, en lugar de seguir poniendo tiritas sobre las consecuencias hasta el fin de los tiempos, sin detener jamás la hemorragia.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con las opiniones de la autora y éstas no comprometen a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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