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La corrección política de la OMS hacia las pseudoterapias roza la servidumbre

Pseudoterapia con ventosas

Esther Samper

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La primera Cumbre Mundial sobre Medicina Tradicional ha generado numerosas críticas en las redes sociales. El evento, impulsado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Gobierno de la India, tuvo lugar los días 17 y 18 de agosto en la ciudad de Gandhinagar, al oeste de dicho país. La institución sanitaria ha justificado la cumbre defendiendo que medicinas tradicionales como la homeopatía, la osteopatía, la acupuntura o la naturopatía son la primera parada para la salud y el bienestar de millones de personas alrededor del mundo: “Han sido un recurso integral para la salud en los hogares durante siglos. La OMS trabaja para reforzar la base de evidencia científica de la medicina tradicional, reforzando su seguridad y eficacia”.

Precisamente, el organismo sanitario se ha defendido de las acusaciones sobre estar promocionando diversas pseudoterapias afirmando que busca que la medicina tradicional esté basada en la ciencia y defiende que se construya una sólida evidencia científica en torno a ella para regular y estandarizar sus prácticas e integrarlas en los sistemas sanitarios.

No obstante, muchos hemos apreciado el evento y su difusión pública como una publicidad positiva y acrítica de las medicinas alternativas, señalando el supuesto valor de estas, mientras se pasa por alto los numerosos hechos y pruebas en contra de estos tratamientos.

Este acercamiento de la OMS hacia las medicinas tradicionales no es nuevo. Ya en 2019 la institución incluyó algunas de ellas, como la medicina tradicional china y sus diagnósticos en la última Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11). Además, en 2022 la OMS estableció en Jamnagar el Centro Global de Medicina Tradicional, financiado con 250 millones de dólares por la India.

Sin duda, las medicinas tradicionales son el primer recurso para la salud de multitud de personas y también, con frecuencia, el único. Muchos habitantes de países en desarrollo no pueden acceder a tratamientos médicos, de eficacia probada, por su incapacidad para costearlos o para acudir a centros sanitarios. Esto tiene claras consecuencias sobre la salud de la población: el pronóstico de multitud de enfermedades es mucho más sombrío cuando solo hay acceso a la medicina tradicional. En los países desarrollados jamás se toleraría que las pseudoterapias fueran la primera opción para su población (y mucho menos la única). Aceptar este hecho en los países pobres es rebajar la exigencia en la calidad de la atención sanitaria.

Por otro lado, llama poderosamente la atención que la OMS promueva una cumbre sobre medicinas tradicionales para analizar su evidencia científica, mientras que este análisis brilla por su ausencia en las publicaciones de sus redes sociales y su web. Resulta cuanto menos pintoresco que se alabe la “rápida modernización de las formas en la que se estudia la medicina tradicional”, y se ponga como ejemplo la Inteligencia Artificial, o que se señalen las mejores prácticas para conservar la biodiversidad y el conocimiento tradicional en el uso de estas terapias, mientras se ignora la clave de la cuestión: las pseudoterapias no forman parte de la medicina moderna precisamente porque aún no han demostrado eficacia o porque se ha demostrado que no son eficaces o son menos eficaces que tratamientos médicos ya establecidos. Es más, numerosas medicinas alternativas, que se han evaluado en múltiples ensayos clínicos rigurosos, tienen un efecto equivalente a una pastillita de azúcar (placebo). El ejemplo más claro de ello es la homeopatía, pero también encontramos el reiki, numerosas hierbas supuestamente medicinales o la quiropraxia, entre otras muchas pseudoterapias. Estas medicinas alternativas no son, en realidad, una alternativa a nada.

Decía el humorista Tim Minchin en un célebre vídeo: “¿Sabes cómo llaman a la medicina alternativa cuando ha demostrado que funciona? Medicina”. Y así es. Aquellas medicinas alternativas que demuestran su eficacia dejan de ser consideradas como tal y se integran en la práctica médica (con mejoras, en muchos casos). Fue lo que ocurrió con la planta Artemisia annua, que se emplea en la medicina tradicional china. Múltiples estudios de laboratorio y clínicos demostraron la eficacia de su principio activo principal (la artemisinina) para tratar la malaria. Hoy en día la artemisinina es un tratamiento ampliamente utilizado contra esta enfermedad infecciosa, con un perfil de seguridad y eficacia mucho más favorable que el uso de la propia hierba Artemisia.

Explica la propia OMS en Twitter que se debe abrazar la medicina tradicional basándose en la ciencia, para evitar daños a los pacientes y asegurar la seguridad, efectividad y calidad de la atención sanitaria para todos. Precisamente, cuando la institución sanitaria habla sobre pseudoterapias sin ningún atisbo de crítica está poniendo en riesgo a las personas a las que transmite su mensaje, que pueden percibir que estas son una opción válida de tratamiento. Está claro que la OMS busca la corrección política a la hora de hablar sobre las formas de entender y tratar la enfermedad de otras culturas, pero hacer esto mientras se omiten las críticas científicas públicamente y, a la par, se exigen evidencias a estas es como soplar y sorber: todo al mismo tiempo no puede ser.

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