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¿Cuánto tiene que crecer la economía española para generar empleo?

Daniel Fuentes Castro

En los años 60 del pasado siglo el economista Arthur Melvin Okun estudió y cuantificó la relación entre actividad económica y creación de empleo para el caso de los Estados Unidos, estableciendo un paradigma que hoy lleva su nombre. Lo que Okun demostró es que existe una relación de causalidad entre crecimiento y paro, que además funciona en ambos sentidos. A partir de su propuesta se ha establecido que la tasa de crecimiento económico necesaria para reducir el desempleo se sitúa entre el 2% y el 3% del PIB, en función del país y el periodo considerado.

El problema de la conocida como “Ley de Okun” es que está basada únicamente en la observación empírica. Es difícil conocer con precisión cuáles son los mecanismos que se encuentran detrás de esta relación y, por lo tanto, su uso como herramienta de política económica es limitado. Se trata de una cadena de causalidades en la que solamente vemos los dos extremos, sin que sepamos todo lo que ocurre entre medias (un problema muy común en economía, que las cosas funcionen en la práctica sin que alcancemos a comprender por qué).

Entre todos los intentos por explicar esta cadena de causalidades, el eslabón que ocupa un mayor espacio en el pensamiento colectivo es el que tiene su origen en la economía neoclásica. En síntesis, esta escuela defiende que la flexibilidad salarial hace desaparecer el paro, que no sería sino el fruto de las rigideces en el mercado laboral (o se trataría de paro voluntario).

De acuerdo con esta explicación, el salario real debería bajar a medida que crece la tasa de paro. Es lo que está ocurriendo en la actualidad, incluso más de lo que dicen las estadísticas oficiales (según el Banco de España),… excepto que la tasa de paro sigue a lo suyo. Al entender de algunos, esto es así porque los salarios no son todo lo flexibles que sería necesario para reducir el desempleo. Efectivamente los sindicatos, las negociaciones colectivas, las diferentes modalidades de contratación, los costes de despido, las prestaciones por desempleo, la movilidad geográfica, etc. introducen rigideces en el mercado laboral.

Las rigideces producen ineficiencia y se traducen en una menor actividad económica que, a su vez, redunda en peores tasas de empleo. Pero no seamos fundamentalistas: cierto grado de rigidez es necesario si queremos proteger unos derechos sociales mínimos. Algunos parecen creer que un mundo de despido libre y a coste cero solucionaría el problema del paro. Me pregunto si de verdad piensan que 5,9 millones de parados iban a encontrar empleo incluso si aceptasen trabajar a cambio de nada.

A veces parece que nos olvidamos de que las empresas contratan en función del precio de la mano de obra, sí, pero sobre todo contratan en función de sus necesidades. Sin demanda no hay incentivos para contratar, sea cual sea el nivel de los salarios. Por eso, en una situación como la actual, las políticas de flexibilidad en el mercado laboral son inservibles para generar empleo. Al igual que en la trampa de la liquidez propuesta por Keynes (situación en la que los tipos de interés no consiguen estimular la actividad económica a pesar de estar en niveles mínimos) tampoco, en un contexto como el actual, bajar el salario a niveles de subsistencia tiene efecto alguno sobre la creación de empleo.

Bien está velar por el correcto funcionamiento del mercado laboral, sobre todo en términos de calidad y equidad, pero sólo crearemos empleo cuando la actividad económica se recupere. Y para hacernos una idea de cuándo alcanzaremos una tasa de crecimiento que permita reducir significativamente la tasa de paro no está de más observar el pasado reciente.

La gráfica adjunta nos recuerda, en primer lugar, que tasas de paro superiores al 20% no son excepcionales en nuestra economía. Además, también muestra hasta qué punto la actual recesión es inusual tanto en intensidad (llegó a alcanzar el -4,5%) como en duración (cinco años hasta el presente, con apenas un respiro en 2010).

Obsérvese que en el periodo expansivo de los años 80 (“expansivo”, desde el punto de vista del mercado laboral) la tasa de variación del PIB estuvo siempre por encima de 1,3%; en el periodo expansivo de los años 90 estuvo siempre por encima de 2,0%; y en el periodo expansivo de principios de los años 2000 estuvo siempre por encima de 3,1% (eso sí, con una tasa de paro inicial que era la mitad de la actual).

En base a lo anterior, si damos por buena las previsiones de la Comisión Europea (que acaba de anunciar una tasa de crecimiento para la economía española de 1,0% en 2014 y de 1,7% en 2015), no parece verosímil que nuestra tasa de paro vaya a reducirse drásticamente en el corto plazo.

El horizonte para imaginar tasas de paro en la horquilla del 10% al 15%, coherente con la historia de nuestro mercado laboral, sigue estando lejos. En el periodo expansivo de los años 80 la tasa de paro se redujo 5,8 puntos con una tasa de crecimiento medio del 3,9% durante más de cuatro años y el paro nunca fue inferior al 15%. En los años 90 la tasa de paro se redujo 14,3 puntos gracias a una tasa de crecimiento medio de 3,7% durante más de siete años y el paro nunca fue inferior al 10%. En el periodo expansivo de los años 2000 la tasa de paro se redujo 3,9 puntos y para ello fue necesario crecer a una tasa promedio de 3,5% durante más de cuatro años. Actualmente, la tasa de variación interanual del PIB es -0,2% y la tasa de paro 26%.

Es cierto que el futuro no tiene por qué ser como el pasado, especialmente si estamos frente a un cambio de paradigma en nuestro modelo de crecimiento. Pero, si nos guiamos por la experiencia reciente, tenemos todavía mucho tiempo por delante antes de haber resuelto el problema del paro. Demasiado como para pensar que la espinosa cuestión de la distribución de rentas no tendrá efectos sobre la cohesión social.

Nota: los datos de crecimiento provienen de la Contabilidad trimestral de España (INE) y los datos del paro corresponden a la Encuesta de población activa (INE).

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