El curioso caso de la monarquía buena con rey malo

23 de noviembre de 2025 22:02 h

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Este sábado se celebraban cincuenta años de la proclamación de Juan Carlos de Borbón como rey de España, y uno en su ingenuidad pensaba que era mejor no hacer mucha fiesta, perfil bajo, dejar pasar. Por un lado, porque evocar aquel día, justo en la semana en que celebramos el medio siglo sin Franco, vuelve a recordarnos el pecado original de la monarquía: decidida como forma de Estado por Franco, designado el rey sucesor, proclamado por las Cortes franquistas, ante las que juró los principios del Movimiento. Por otro, porque ni Juan Carlos ni los españoles estamos para muchas celebraciones con lo que hoy sabemos de su paso por el trono.

No pasa nada, pensaron en Casa Real y en el Gobierno: no celebraremos los cincuenta años de la subida al trono de Juan Carlos, pero sí los cincuenta años de monarquía. Porque un rey te salga pocho no vas a tirar la monarquía entera, ¿verdad? Ni siquiera cuando el rey pocho ha reinado cuarenta de los cincuenta años. No vayamos a confundir a la monarquía con el rey, a la corona con su titular. Vale que la monarquía (que etimológicamente quiere decir “gobierno de uno solo”) es una institución personalista y hereditaria, inseparable de la persona que ocupa el trono, pero no nos pongamos tiquismiquis: se puede tener una monarquía buena aunque el rey sea malo. Que sí.

De ahí las celebraciones tan curiosas de este fin de semana: actos oficiales de gran pompa en el Palacio Real y el Congreso, presencia de autoridades, discursos, entregas de medallas, editoriales entusiastas en la prensa monárquica (que es la mayoría), e imagino que la emisión de alguna moneda o sello conmemorativo. Todo para celebrar cincuenta años de monarquía buena, ejemplar, necesaria, útil, valiosa, insustituible, al servicio de los españoles, garante de la convivencia… sin invitar a su principal titular durante este medio siglo, ni prácticamente nombrarlo.

Para agradecer los servicios prestados, el rey Felipe le ha entregado el Toisón de Oro a la reina Sofía, que solo era reina por estar casada con el rey ausente e innominado (y padre del actual rey, pequeño detalle), pero no pasa nada, porque lo que cuenta es la monarquía, no quién lleva la corona. Y además, qué necesidad de mirar al pasado: la celebración de los cincuenta años se acaba convirtiendo, gracias a políticos y periodistas cortesanos, en una celebración del actual rey y sobre todo de la futura reina, “la reina de la generación Z”. Ah, y al final sí, invitaron a comer al rey Juan Carlos, en privado y sin fotos, como con vergüenza.

El monarquismo español lleva una década haciendo contorsiones y maniobras de distracción para disociar la institución del que fue su principal titular. Yo les sugiero que hagan como en el Tour de Francia, en cuyo palmarés dejaron siete años en blanco, sin ganador, después de descubrir que el vencedor (Lance Armstrong) era un tramposo. Podían dejar cuarenta años de monarquía sin rey, así nos ahorramos esta broma de que la monarquía es buena aunque el rey sea malo.