La derecha es más de derechas que antes

18 de septiembre de 2025 22:48 h

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El genocidio de Gaza ha sido el último rifirrafe de la política española. Todo indica que la izquierda, Pedro Sánchez, le ha doblado el pulso a Alberto Núñez Feijóo en este contencioso. Particularmente desde que este último ha admitido, como si hiciera un reconocimiento histórico, que lo de Gaza “es una masacre”. Si la cosa no fuera en serio, habría sido una pelea tan tonta como para reírse. Pero detrás una batalla tan aparentemente ridícula, que, además, terminará dentro de no mucho, hay cosas muy graves: el poder, desde luego, pero también el deslizamiento, cada vez más acelerado, de todo el espectro de la derecha española hacia la ultraderecha.

No se trata únicamente de que Vox siga creciendo en los sondeos, de que, si las cosas siguen como hasta ahora, dentro de unos meses podría alcanzar el 20% y técnicamente igualar al PP en intención de voto. Hay quien cree que, llegado el momento de las elecciones, el partido de Santiago Abascal se desinflaría como le ha ocurrido en ocasiones anteriores. Por el contrario, no son pocos los que opinan que eso no va a ocurrir y que si la derecha, en conjunto, gana las elecciones, la fuerza de la ultraderecha en un gobierno de coalición PP-Vox sería prácticamente prioritaria.

Y no sólo por su fuerza electoral ascendente, que eso cuenta mucho en política, sino porque en estos últimos años el PP se ha ido tan a la derecha con el fin de frenar electoralmente a Vox que se ha quedado sin política alternativa. Se ha quedado sin argumentos ni proyectos para confrontar con el partido de Abascal. Porque, en lo sustancial, lleva diciendo lo mismo que éste desde hace demasiado tiempo y a Vox le costaría muy poco imponer sus criterios. La batalla entre ambos socios quedaría, por tanto, reducida al reparto de cargos, cuestión desde luego no menor pero que no influiría en la propuesta política que ese gobierno haría a la sociedad española. Que por mucho que la disfrazaran sería muy de derechas, lindando con la ultraderecha.

Hay otro factor que influye para que las cosas caminen en esa dirección, que sólo una victoria de la izquierda, ciertamente no imposible, podría arruinar. Y es que no sólo la dirección del PP ha girado a la derecha para frenar a Vox. Es que buena parte del electorado conservador ha hecho lo mismo por su cuenta. El millón largo de ciudadanos que según los sondeos se ha pasado del partido de Feijóo al de Abascal ha expresado sin ambages esa tendencia. Pero buena parte de los que se han quedado en el PP se han radicalizado en los últimos tiempos aun quedándose en su partido de origen.

El que la izquierda lleve siete años seguidos en el poder, por muy moderada que haya sido su política, al menos hasta ahora, es seguramente uno de los factores que explican ese giro a la derecha. No pocos exponentes de ese ámbito vienen manifestando públicamente que ya no soportan más que no haya un cambio del signo del gobierno. Tantos como los que dicen que Pedro Sánchez es poco menos que un monstruo del mal, confirmando que la obsesiva propaganda y las campañas de difamación que desde hace años el PP y Vox vienen llevando a cabo en contra del líder socialista han dado fruto y muchas de las mentiras y deformaciones sobre la base las cuales estas se han construido han terminado por convertirse en verdades en la mente de millones de votantes conservadores.

Pero hay bastante más. La derechización de una parte de la opinión pública es también la expresión de un rechazo del estado de bienestar por parte de determinados, pero no pequeños, sectores de la clase media, aunque muchos de lo que critican el sistema se beneficien del mismo. Pero les parece mal que haya que pagar por ello y, aún más, que quienes pertenecen a estratos sociales más bajos que el suyo reciban las mismas prestaciones que ellos mismos. Es el más crudo clasismo, pero es un fenómeno que abunda. Lo de pagar impuestos está cada vez peor visto en esos ambientes.

Y luego está el gran tema. El de los inmigrantes. Que si en nuestro país no ha alcanzado las dimensiones y la importancia política que tiene en buena parte de la Europa rica –Francia, Italia, Alemania, Gran Bretaña, países escandinavos u Holanda, entre otros– es una cuestión que va creciendo y que inevitablemente crecerá más.

Porque no se puede esperar que España asimile sin conflicto la llegada en poco más de dos décadas de siete millones de extranjeros, la mayor parte de ellos pobres y necesitados de casi todo y que eso no plantee tensiones sociales, económicas, culturales y de convivencia. La ultraderecha hace demagogia con estos asuntos y sus mensajes tienen eco en sectores no pequeños de la población. La derecha calla y prácticamente otorga. Pero la izquierda no dice nada, temerosa de que cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra. Pero ese silencio puede un día terminar siendo suicida.

Los responsables políticos españoles deberían mirar con mayor atención lo que está pasando en Europa. Por ejemplo, a la manifestación de 100.000 personas contra los emigrantes de hace unos días en Londres. O a que los sondeos dicen unánimemente que la derecha antiinmigración francesa va a ganar las próximas elecciones. Y a mucho más. Porque la gente de derecha sí que presta atención a esas cosas.

La democracia española se ha ido construyendo teniendo que lidiar con un mundo conservador que siempre ha sido muy derechas, entre otras cosas porque venía directamente del franquismo. Hasta hace un tiempo, ciertamente no hace mucho, la convivencia con ese mundo fue posible también porque este se moderó en sus expresiones y sus ansias. Todo indica que eso se ha acabado.