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El diablo y Margarita

Margarita Robles habla con los periodistas tras el pleno del 27 de abril.

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A veces la mejor forma de destruir a un hombre es dejar que él mismo escoja su destino

Mijáil Bulgákov

Comprendí que conocer los porqués y los cómo del espionaje era tarea complicada muy pronto, cuando en las clases de la Facultad nos hicieron ver y trabajar sobre la icónica serie “Calderero, sastre, soldado, espía” dirigida por John Irvin para la BBC con sir Alec Guiness como el Smiley de Le Carré. Tremendo. No había forma de hacer borota ni de adormilarse un rato porque el sistema de muñecas rusas de la trama provocaba que perderte el más mínimo detalle te hiciera perderte del todo. Llegué a desesperar, no crean. Desde esos mis tiernos 19 años en adelante he tenido muchas veces la oportunidad profesional de comprobar que perderse los detalles suele ser fatal y considerar que un aserto simple te resuelve un tema tan complejo como el del espionaje de miles de personas en el mundo, y más de mil probablemente en España, es un error de leso intelecto. (Este arranque incluye una cuestión de estilo literario, aclaro para los que se toman todo al pie de la letra, lo que constituye otro fallo imperdonable).

Otra cosa que es imperdonable en ese mundo es perder los nervios con temas de este calado y en ese pecado ha caído la ministra Margarita Robles en sus intervenciones en el Congreso. A saber por qué está nerviosa, pero su comparecencia no ha podido ser peor. El diablo le ha debido enredar la lengua porque es inexplicable que haya recurrido al recurso tonto de matar al mensajero y al grave tropiezo de decirle a la diputada de la CUP Mireia Vehí poco más o menos que se merecían la grave violación de los derechos fundamentales que han sufrido.

“¿El 'New Yorker'? No conozco este medio de comunicación” ha dicho Robles. Hay que estar muy desesperada para reconocer ante el mundo tal nivel de incultura. Desde el 21 de febrero de 1925, en que se publicó por vez primera, ha habido tanto tiempo para oír ese nombre que parece imposible que nadie medianamente cultivado no lo haya hecho. Que la revista en la que publicaron sus textos Cheever, Salinger, Updike, Nabokov o Dorothy Parker -en la ficción- o en la que Hanna Arendt publicó su histórico reportaje “Eichmann en Jerusalén”, en el que consagró el concepto de la banalidad del mal, no haya logrado que su prestigio rompa ni manche a Margarita Robles dice mucho, pero de Margarita Robles. No haber visto una sola de las icónicas y maravillosas portadas de esa publicación, conocida por haber introducido de forma pionera la figura del verificador de sus propios textos antes de publicarlos, es sin duda complicado. Pretender desprestigiar en sede parlamentaria a Ronan Farrow, el autor de dos años de investigación en este tema, premio Pulitzer y que ha publicado en CBS, Walt Street Journal, Los Angeles Times y The Washington Post, que estudió Derecho en Yale y es doctor por Oxford, como si fuera un minganillo que pasaba por allí, tampoco parece una estrategia acertada. No sé lo que conoce o no la ministra de Defensa pero es obvio que todos los grandes medios europeos y norteamericanos que se han hecho eco del escándalo español no tienen dudas sobre The New Yorker y sí habían oído hablar de ella antes. 

Ese argumento que pretende minar la solidez de la acusación obvia cómo se ha producido esta investigación. No, no han sido los catalanes los que le han llevado al prestigioso The Citizen Lab de la Universidad de Toronto sus cuitas y sus sospechas, como si fuera un informe de encargo, sino que el origen de la investigación se encuentra en un juzgado de California que tramita la querella que Facebook presentó al NSO Group, por utilizar WhatsApp para infiltrar Pegasus en los móviles. Fue Will Cathcart, el jefe de Whatsapp, el que publicó en The Washington Post un artículo revelando que habían llevado a cabo una investigación con ayuda del Citizen Lab de la Universidad de Toronto y que lo iban a judicializar. El juez californiano admitió el peritaje de The Citizen Lab, un centro de gran prestigio, que aquí gracias a cierta prensa y a la ministra ha sido convertido en poco más o menos que un chiringuito al servicio de los indepes. En realidad, fue al conocerse que en el bloque de números de teléfono enviados dentro de ese pleito había más de mil con el prefijo +34, el de España, cuando los que sospechaban haber sido infectados conectaron con Toronto, a través de Elies Campo, para comprobar si sus teléfonos estaban en la lista recogida en esa querella. El centro comprobó uno por uno con los interesados la infestación. Creo que Margarita Robles debiera buscarse otro escudo. En una democracia, la labor de control y denuncia de la prensa no funciona como en un tribunal como ella pretende, pero es que además toda esta cuestión está ya en varios tribunales de justicia (Barcelona, San Francisco y Ciudad de México, como poco y los que van a llegar pronto). 

Después de que Robles, con los nervios, nos desvelara que solo unos pocos móviles de los referidos fueron pinchados por el CNI, con permiso judicial, cuando se produjeron los disturbios por la sentencia, la verdadera pregunta es: ¿quién ha pinchado el resto? ¿para qué? ¿con qué dinero? 

El error persistente a la hora de responder a esas preguntas es resolver mal un silogismo porque una de las premisas que das por buena es falsa. “Han sido espiados con Pegasus/ Pegasus solo lo pueden comprar gobiernos/ ergo el Gobierno les ha espiado”. Apelo a los que aún estudiaron filosofía. La premisa “Pegasus solo lo pueden comprar gobiernos” es bastante falsa. Lo cierto es que en las políticas de la propia NSO se habla de “estados y agencias estatales” y, además, hay constancia de que se ha vendido de otras formas. Por ejemplo, en México la compra se realizó a través de la empresa tapadera “Proyectos y Diseños UME S.A”, según obra en el sumario judicial y declaró la Secretaria de Seguridad Federal, Rosa Rodríguez. Allí se investiga la compra y el uso a través de policías corruptos del dark state para espiar a periodistas, activistas y cargos públicos. En Israel también se investiga la compra y uso por parte de miembros de la policía sin control que llegó a afectar al teléfono de ministros. Aquí en España ya en 2017, el colega Carlos Enrique Bayo publicaba que los policias Gago y el DAO Pino compraron sistemas a Israel y espiaron a su propio ministro, Fernández Díaz. Nunca se investigó, aunque figuraba en el caso Tandem. 

Hay más evidencias. ¿Es pues tan sencillo afirmar quién ha vulnerado de esta forma tan brutal los derechos de tantas personas? El dinero, sigan el rastro del dinero. Aplicando las tarifas de NSO Group publicadas por The New York Times -espero que a Robles le suene este medio- el coste del espionaje a los teléfonos conocidos supera los 5 millones de dólares y ya les digo que en el paquete de California hay muchos más teléfonos  españoles. A los que aplauden tanto que se espíe a catalanes, me gustaría verlos si supieran que en los otros centenares de teléfonos con prefijo español infiltrados están los suyos. 

Yo no dudo de las pruebas del espionaje. La investigación sobre los manejos de una compañía israelí como NSO han sido publicadas en una revista propiedad de la conocida familia hebrea Newhouse que entronca su investigación en Israel y en Estados Unidos y Canada. Esto no es un invento de los indepes catalanes, señora Robles. Yo también opino que el gobierno de España no violó brutalmente y sin control judicial la intimidad y los derechos de 65 personas por sus ideas y es obvio que ningún juez en su sano juicio lo hubiera autorizado. Ahora bien, si no fue el CNI con control ¿fue alguien sin control? Marlaska ha sido muy hábil poniéndose de perfil y ahora el lodo cae sobre la cabeza de Margarita que, aturullada, solo ha hecho en el Congreso más méritos para que sea su cabeza la que se pida en bandeja. 

Pero si no has sido tú quien ha cometido esta tropelía, tienes que empeñarte en descubrir quién lo ha hecho. Por fas o por nefas, Margarita Robles está en medio y políticamente los afectados han olido la sangre. A lo mejor los nervios eran por eso, porque de otra forma es difícil explicar tanta torpeza en una mujer tan lista.  

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