El dolor es político
Cuando la máxima expresión de la violencia se manifiesta y rompe el contrato social, lo mínimo que se espera de una sociedad decente no es solo la unánime repulsa ante las consecuencias de esa violencia, sino que sea unánime también la conciencia sobre su naturaleza. El dolor personal por el asesinato de Samuel Luiz es tan hondo y feroz que ha hecho llorar sin consuelo a muchísima gente que no conocía a la víctima. Hondo y feroz es igualmente el dolor político que sentimos cuando se pone en duda que la homofobia intervino en su espeluznante linchamiento. Bramar “maricón de mierda” mientras alguien patea a otro hasta matarlo es homofobia, como es xenofobia si grita “extranjero de mierda”, o gordofobia si grita “gordo de mierda”, o racismo si alguien grita “negro de mierda”. Solo desde una cómplice homofobia puede cuestionarse la homófoba obviedad que carga cada letra cuando alguien grita “maricón de mierda”. O desde el desdén –cómplice también a fin de cuentas– hacia la incalculable homofobia que aún vertebra toda expresión y comportamiento en el sistema heteropatriarcal.
La homofobia se alienta desde formaciones políticas y desde medios de comunicación masivos y generalistas, y produce delitos de odio. No es, por tanto, un odio irracional, sino un odio dirigido. La ultraderecha en Vox (digo en, no de, porque también hay ultras en otros partidos de derechas, como el PP) ha interpuesto denuncias contra unas cuantas personas que se han atrevido a verbalizar la verdad: que las ideas homófobas promovidas por esos partidos son la semilla de los delitos que engendran. Son denuncias que forman parte de una estrategia de confusión, pues la pretensión, por ejemplo, de imponer un pin parental que conlleva posiciones homófobas es, sin duda alguna, aspirar a que prenda el discurso del odio donde más fácil es: en la formación de una infancia y adolescencia que puede acabar gritando “maricón de mierda”. Es tal el desdén con que se trata el asunto que Concepción Dancausa, consejera de Familia, Juventud y Política Social de la Comunidad de Madrid, se refirió el otro día en la Asamblea a las personas LGTBI como “personas con LGTBI”. Con. Lo dijo tres veces: la relevancia de las preposiciones. Pero no ha recibido sanción alguna por esa discriminación. Sin embargo, el periodista Javier Ruiz ha sido despedido como tertuliano del programa de Ana Rosa Quintana por referirse al aumento de los delitos de odio contra la comunidad LGTBI y relacionarlo con las libertades públicas que están socavando esas formaciones políticas. Es gravísimo que se esté produciendo el aumento de esos delitos y es gravísima la impunidad con que ciertos medios están socavando la libertad de expresión. Otra forma de complicidad. Nos duele España tanto como nos duele Samuel.
Los negacionistas de la homofobia de ese crimen alegan que los asesinos no conocían a Samuel y no podían saber si era marica. Pero es un hecho que se lo gritaban. Y no hay que ser muy listo para entender que lo más probable es que se lo gritaban, aunque no conocieran su orientación sexual, porque seguramente Samuel tenía pluma, es decir, no respondía al estereotipo del macho, al modelo de hombre de ese heteropatriarcado que no solo discrimina quién eres sino cómo te expresas, qué pinta llevas, si encajas o no en el (horrendo, por cierto) modelo de masculinidad que te hace merecedor de respeto. A los maricas los matan por ser maricas y por tener pluma. A los maricas los matan por no ser todo lo hombres que exigen los asesinos, todo lo hombres que exige un sistema criminal, todo lo hombres que exigen los discursos de odio. Negar que hubo homofobia en el crimen de Samuel, al que gritaban “maricón de mierda”, es en cierto sentido matarlo otra vez, porque niegas quién era. Por eso es tan emocionante que en su homenaje todas las amigas de Samuel llevaran camisetas con el arco iris. Desde la verdad que las amigas conocen como nadie (porque las familias son asimismo células de homofobia, y lo digo en este caso desde el máximo respeto y sobrecogida por el dolor inconcebible de un padre que solloza), estaban reivindicando al verdadero Samuel, dignificando su identidad y su memoria, exigiendo la justicia que merece desde la conciencia de la naturaleza de su asesinato.
Las amigas de Samuel están rotas de dolor personal. Y además han querido hacer visible que su dolor también es político. Porque es homofobia si te matan al grito de “maricón de mierda” como sería racismo si te matan al grito de “negro de mierda” (Ibrahim…, el negro Ibrahim…, Ibrahim el senegalés…, la única persona, entre decenas de blancos, que se interpuso entre Samuel y sus asesinos, el único que intentó ayudarle. Ibrahim… ¿Te dará ahora esta España tan dolorosa la vida que mereces?). Cuánto dolor político.
6