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De la escritura 'escrita' a la escritura 'hablada'

De la escritura ‘escrita’ a la escritura ‘hablada’

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Por fin hacemos caso a la advertencia de Antonio Machado. 

—Cada día, señores, la literatura es más escrita y menos hablada. La consecuencia es que cada día se escriba peor, en una prosa fría, sin gracia. 

Esto dijo Machado hace casi un siglo en la voz del profesor ficticio Juan de Mairena. 

Y más de un siglo nos ha costado escuchar un consejo de Emilia Pardo Bazán. Que las crónicas periodísticas “tienen que parecerse más a conversación chispeante, a grato discreteo, a discurso inflamado, que a demostración didáctica”. Doña Emilia aconsejaba estar “más cerca de la palabra hablada que de la escrita”.

Pero el lenguaje escrito que nos enseñaron en el siglo XX iba en la dirección contraria. Era artificioso, lioso, ortopédico. Nos enseñaban que si en la calle pronunciabas hacer, en lo escrito debías realizar o llevar a cabo. La palabra hacer, tan cotidiana, en el papel quedaba vulgar.

Si de tu boca salía una frase tipo: “Juan, que tiene un perro que es un bulldog…”, debías escribir: “Juan, cuyo perro es un bulldog”. Era algo así como traducir el lenguaje natural a un lenguaje impostado; transcribir el habla de la calle a palabras pomposas.

¿Por qué se consideraba inferior el lenguaje hablado que el escrito? ¿Por qué había que escribir palabras que no nos gustaba decir cuando hablábamos? 

Por supuesto hubo escritores que lo que hacían en sus textos era hablar, como Josefina Carabias o Manuel Chaves Nogales. Pero ellos fueron la excepción. Lo habitual era ornamentar el lenguaje con fórmulas y palabras feas que nunca diríamos de viva voz. 

Y parece que hemos necesitado ayuda para darnos cuenta de este vicio de hacer lo escrito más complejo que lo hablado. Nos ha ayudado la tecnología. Escribíamos lenguaje escrito hasta que llegaron los blogs, las redes sociales, los chats. Los formatos digitales nos permitieron escribir como hablamos y desde entonces, desde la primera década del siglo XXI, la escritura se ha ido haciendo más dicha y más hablada

Muchos textos literarios y periodísticos empiezan a oírse más que a leerse. Escucha esto que dice Cristina Domenech en su libro Señoras ilustres que se empotraron hace mucho: “Imaginaos que el párrafo anterior lo he dicho entero del tirón y sin respirar, que es más o menos como lo he escrito”.

En prensa, la escritura hablada se oye, sobre todo, en los newsletters enviados por correo electrónico. Escucha lo que decía Juanlu Sánchez en su boletín Al día del pasado 4 de febrero: “Ignacio Escolar se ha escrito uno de esos artículos en los que desgrana párrafo a párrafo la confesión de Bárcenas y su contexto. Ayer por la tarde tenía una reunión de esas importantes que tienen los directores de periódicos, pero llamó para cancelar. Necesitaba tiempo para escribir esto y tú vas a necesitar tiempo para leerlo, pero merece la pena”.

¿No crees que este texto se oye más que se lee?

Las tecnologías digitales también han llevado a cambiar el tratamiento con el que se habla a las audiencias. Éramos gente de usted y de terceras personas hasta que nos metimos los teclados y las lecturas en el bolsillo. Esa sensación de cercanía trajo a la prensa el (más hablado, más cercano, más informal) y el nos (más grupal, más de comunidad). En un mundo en el que los youtubers saludan con un “hola, gente”, el “estimado lector” huele a alcanfor.

También se ha ido perdiendo el miedo que nos metieron a usar el “yo instrumental” para contar historias. Ese yo que no habla desde lo personal pero que funciona tan bien para que el lector pueda vivir la historia en primera persona. A finales del siglo XX el “yo instrumental” estaba prohibido. “¡No hay buen periodismo donde esté escrita la palabra yo!”, nos decían. “No hay objetividad ni rigor”. Como si la hubiera cuando utilizas la tercera persona y esa fórmula acartonada de “este periodista”. Como si uno, al escribir un artículo, pudiera dejar de ser persona y fuera un ente puro sin prejuicios ni opinión.

Y parece también que la escritura hablada viene empujada por la nueva era de la intimidad. Nos encanta hablar de eras y ahora hay tantas que se nos amontonan. Empezamos definiendo el siglo XX como la era de la información. Después nos dimos cuenta de que, en realidad, tenía mucho de era del entretenimiento. Pero eso nos quedó corto porque ahora el propósito va más allá de hacer pasar el rato: queremos conmover, emocionar, llegar a las tripas más que a la sesera. Y quizá el nombre más apropiado sea era de la emoción o era de la intimidad

En la era de la intimidad triunfa Twitch y triunfa el pódcast. Quizá por esa cercanía inédita de hablar en chándal desde un dormitorio. Quizá por algo que indicó Ortega y Gasset: “Yo quería recordar simplemente que fue Goethe el primero en decir que la palabra impresa es un mero sustitutivo de la palabra hablada. La cosa es incuestionable. La palabra impresa se deja fuera de ella casi todo el hombre que la escribió y la hizo imprimir. Por eso dice mucho menos que la palabra hablada. Esta tiene un timbre y el timbre de la voz con sus modulaciones es delator del hombre”.

Aunque cuando Ortega y Gasset escribió esto, los textos se escribían escritos. Hoy intentamos escribirlos hablados y eso les da un cierto timbre. Pero, además, entre el poderío de la tecnología y los soñadores de lo impensable, como Elon Musk y Ray Kurzweil, no podemos descartar que pronto alguien invente textos con timbre, acento, eco y reverberación.

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