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Por fin hay buenas noticias

De izquierda a derecha: Jaume Collboni (PSC), Ernest Maragall (ERC), Ada Colau (BeC) y Elsa Artadi (JxCat) tras el acuerdo presupuestario.

Neus Tomàs

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Una de las anomalías y ejemplo de mal funcionamiento de las administraciones es la de ir prorrogando presupuestos por la escasa capacidad negociadora de los partidos, tanto de los que ostentan el gobierno de turno, que tiene la obligación de presentar las cuentas, como de los grupos de la oposición que disponen de los votos imprescindibles para que sean aprobadas. Es una falta de respeto a los ciudadanos, que pagan sus impuestos para poder recibir los servicios que se garantizan en los presupuestos.

La pugna partidista explica que el actual Gobierno catalán todavía no hubiese aprobado ni un presupuesto y que en el Ayuntamiento de Barcelona la pasada legislatura se tramitase a través de cuestiones de confianza (una salida solo aceptada en el caso de las cuentas municipales). Para los que crean que este es un mal del que adolecen solo los políticos catalanes recuerden que en España el presupuesto vigente es el último que diseñó Cristóbal Montoro.

Conscientes de que habían conseguido retener la alcaldía gracias a Manuel Valls, pero convencidos de que debían demostrar que no dependerían de él, los comuns tenían claro desde el primer día que querían conseguir el apoyo de ERC a sus cuentas. No era fácil, la relación con el ganador de las elecciones, Ernest Maragall, había quedado más que tocada, y ya se sabe que cualquier negociación requiere de una mínima confianza para que fructifique. En este caso solo había un factor que podía allanar el camino y es que al otro lado de la plaza Sant Jaume quien requería ayuda para aprobar los presupuestos era ERC y la única puerta entreabierta que tenía era la de los comuns. De la necesidad, virtud.

Colau aprobó el veto a los coches contaminantes a partir de enero con el voto a favor de ERC y JxCat e impulsó las nuevas ordenanzas municipales también gracias al apoyo de los republicanos y la abstención de JxCat. Pretendía demostrar que gobernaría sin tener que contar con Valls, ausente en el día a día de la política municipal, y lo está consiguiendo. Por su parte, el vicepresidente del Govern, Pere Aragonès, sabía que para ser el próximo candidato de ERC a las elecciones autonómicas no basta con la bendición de Oriol Junqueras y necesita exhibir algún triunfo. En su caso, en tanto que máximo responsable de las finanzas de la Generalitat, el que tenía a su alcance era el del presupuesto. Estas cuentas serán su programa electoral.

Así que, con no poca voluntad y una dosis de realismo imprescindible, independentistas y comuns han cerrado sendos acuerdos para que por fin haya unos nuevos presupuestos en Catalunya y también en la ciudad de Barcelona. No siempre pasa, pero en este caso los más beneficiados de los intercambios de cromos en los despachos seremos los ciudadanos. Es aventurado vaticinar si esta entente puede ir más lejos y prefigurar posibles alianzas alternativas tras los próximos comicios autonómicos. Si algo deberíamos haber aprendido los periodistas es que hacer pronósticos en la política catalana es arriesgarse a una equivocación segura.

Ahora solo falta que cuando el Gobierno central presente sus presupuestos, tanto los partidos que forman parte del nuevo Ejecutivo como los grupos de la oposición demuestren que son capaces de actuar con una mínima responsabilidad. En el caso de los partidos de la derecha y la extrema derecha es mejor no hacerse ilusiones puesto que han dado pistas sobradas de que en esta legislatura su oposición va a ser de todo menos constructiva. Así que habrá que confiar en los mismos que han hecho posible la investidura de Pedro Sánchez, esos 'malos y peligrosos españoles' a ojos de Vox, Casado y Arrimadas, para que España tenga unos nuevos presupuestos. Se puede si se quiere.

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