Fin a una campaña electoral de 19 meses
Acaba ya la campaña electoral más larga de la democracia, la que empezó en mayo de 2014 con las elecciones europeas. Han sido 19 meses de tensión e incertidumbre ante lo que se venía encima. La tensión apareció desde el principio entre los que pensaban que, como otras elecciones europeas, esos comicios sólo habían servido para que algunos votantes dieran rienda suelta a su cabreo, y al otro lado, los que creían que era el comienzo de algo nuevo, lo que no quiere decir que tuvieran claro qué es lo que iba a ocurrir.
Entre los primeros, el más importante era el presidente del Gobierno. Poco antes de las últimas elecciones andaluzas, marzo de 2015, Mariano Rajoy recibió a un grupo de periodistas en Moncloa. Lucía Méndez contó en El Mundo su respuesta a las preguntas sobre lo que pensaba que ocurriría en las elecciones que se celebran este domingo. Les dijo que “no hicieran mucho caso al ruido ambiental ni a los nuevos”. PP y PSOE volverían a ser los partidos más votados y los demás serían irrelevantes. “¿Y Podemos?, le preguntaron. Se comerá a IU y ya está. ¿Y Ciudadanos? Se quedará con los votos de Rosa Díez. Eso será todo, concluyó el presidente”, escribió Méndez.
Para ese momento, ya habían ocurrido multitud de sorpresas, dimisiones y sustos de muy distinto calado, y todavía quedaban unas cuantas. Para Rajoy, era un detalle menor que mucho antes se hubieran conocido sus SMS de apoyo a Luis Bárcenas cuando ya se tenía una idea bastante clara de sus millones acumulados en Suiza. Luego reconoció que había cometido un error, pero se refería al hecho concreto de enviar esos mensajes. Todo lo demás no era de su incumbencia. No es de extrañar viniendo de alguien que dijo en 2009 que la Gürtel no era una trama del PP, “sino una trama contra el PP”. Tres años antes, el partido había pagado con dinero negro la reforma completa de su sede central, incluido el despacho de Rajoy, según la investigación judicial. Para Rajoy, el mayor problema no era que eso hubiera ocurrido, sino que se supiera.
La tapa de la ciénaga comenzó a descorrerse en esas elecciones europeas, no de forma inmediata, desde luego. En cualquier caso, Rajoy confiaba en que las cosas volvieran a su cauce y que los españoles regresarían a su estado natural, tal y como lo ve él: nuevos partidos que se comen a otros partidos pequeños, mandan los de siempre, café, copa y puro.
Las elecciones municipales y autonómicas eran el campo de batalla natural para que el PP impusiera la visión del jefe. Ocurrió lo contrario, una debacle generalizada en el PP, en especial en las grandes ciudades, incluidos algunos de sus baluartes históricos, un terreno que suele predecir cambios posteriores de más relieve. Ahí el PP entró en pánico. Luego, las elecciones catalanas llegaron en el momento justo para propulsar a Ciudadanos. Bancos, empresas y medios de comunicación se quedaron tranquilos porque el posible voto contra Rajoy podía acabar en manos de un partido que decía ser de centro y que idolatraba a Adolfo Suárez y sus pactos de la Moncloa. Pero el PP no está en esto por el tema del liberalismo, sino por conservar el poder y su temor no remitió. A fin de cuentas, los cárteles latinoamericanos de la droga tampoco están en lo suyo porque crean que la cocaína es buena para la salud, sino porque su venta da mucho dinero. Una organización seria debe tener prioridades. Y Rajoy es un tipo serio.
Todos los terremotos políticos pasan su prueba de fuego en las urnas. La corrupción no siempre es castigada el día de elecciones, ni en España ni en otros países europeos. La mejora de resultados económicos puede hacer que muchos piensen que lo peor ha pasado y que pronto regresarán los tiempos de las promociones inmobiliarias, las candidaturas olímpicas y las magnas obras públicas. Eso es así porque ni la crisis económica ha sido igual para todos, ni la clase media ha sido destruida por la recesión, como se escucha en algunos mítines. Y Rajoy cuenta con que los mayores de 60 años, como indican las encuestas, tengan miedo a cualquier cosa que pueda pasar en el futuro que se salga de lo habitual, como por otro lado también ocurre en otros países.
Quizá todo lo sucedido en estos 19 meses no impida que el PP vuelva a ser el partido más votado, lo que es reseñable por sorprendente, aunque sólo sea porque su líder sigue siendo Mariano Rajoy. Pero el día después de las elecciones no será como los que vimos en el pasado. Incluso en caso de victoria, con 110-125 escaños, al PP ni siquiera le servirán los pactos, al menos tal y como se han entendido hasta ahora en la política española. En legislaturas anteriores, cuando el PP o el PSOE no alcanzaban la mayoría absoluta, tras llegar a un acuerdo con CiU, PNV o Coalición Canaria básicamente a cambio de pasta, podían contar con el apoyo a ciegas de todos esos diputados en las votaciones. Era como si todos formaran parte del mismo grupo parlamentario. Es difícil de creer que vaya a ocurrir ahora algo así.
Por tanto, la campaña electoral no se acaba este domingo 20 de diciembre. En el caso de que Rajoy consiga comenzar la nueva legislatura como presidente, no es seguro que la vaya a terminar en el mismo puesto. Las siguientes elecciones pueden no ser dentro de cuatro años, sino mucho antes. Los españoles comienzan a tener claras las preguntas sobre la crisis de su sistema político. Eso no quiere decir que sepan ya las respuestas.
En junio de 2013, escribí que la crisis había terminado con la vigencia del modelo político surgido en la España de la Transición, no que la alternativa estuviera clara o aún menos lista para aplicarse. Los motivos para reformar un sistema agotado eran muchos; las posibilidades reales de que esa reforma comenzara, no tantos. Titulé ese artículo La España zombi, y como en las películas podía ocurrir que el zombi caminara durante bastante tiempo, maltrecho y descompuesto, y provocando unos cuantos destrozos. Desde entonces, el zombi ha recuperado algo de salud y se le ve con mejor aspecto, pero yo no le invitaría a casa a comer.
Prepárense para la próxima campaña electoral. Comienza el próximo lunes.