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Jugárselo al futbolín

Jesús Cintora

Cuando España estaba pendiente del debate entre candidatos, Rajoy estaba en Doñana, en reserva natural. Cuando se hablaba un rato en la tele sobre la corrupción, el presidente del Gobierno bien podría haberle enviado un SMS a su vicepresidenta: Soraya, sé fuerte. Mañana te llamo. Las mismas palabras que a Bárcenas. Y a los líderes de los otros partidos podía haberles puesto un 'wassap': cuando queráis nos lo jugamos al futbolín. A los juegos recreativos ha dedicado el presidente un tiempo que no tiene para contrastar sus propuestas con los otros aspirantes a gobernar el país. Qué le vamos a hacer. España es así. Mariano Rajoy juega a que esto se olvida y parece que le va bien, según rezan las encuestas.

Pero yo no me quiero olvidar de algunos olvidados. No están en el discurso de Rajoy y apenas estuvieron anoche en el debate de los candidatos. Por eso, quiero dedicar este artículo a mi amiga Sara. Ella se ha tenido que ir de España y no podrá votar. Sara no forma parte del 6% de españoles, exiliados económicos, que participarán en las elecciones. Ella se queda sin voto y lo considera un pucherazo. Yo también. Sara está entre el récord de personas que han tenido que irse del país mientras nos dicen que la crisis ha terminado. Para el Gobierno, mi amiga forma parte de la “movilidad exterior”; para su familia, es una ausencia y una tremenda impotencia que no pueda votar.

Sara ha cumplido como ciudadana española. Ha currado desde pequeña, ha pagado sus impuestos, ha estudiado dos carreras y sabe tres idiomas. Ha visto cómo la representaba por el mundo un presidente que dice “It´s very difficult todo esto” y que “solo el 1% de los contratos” son precarios en España. Sara se fue de aquí después de malvivir cuatro años enlazando el paro con sueldos basura por meses, por semanas y por días. Le revienta oír que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades o que “la corrupción es cosa del ser humano”. Le repatea que le pregunten al presidente del Gobierno por Rodrigo Rato y responda que no sabe qué decir. Ella no está en España, pero conoce perfectamente lo que han robado Rato, Bárcenas, los Pujol o los de los ERES. Me cuenta que en Alemania, donde está viviendo, un ministro dimite por escribir copiando una tesis cuando era estudiante. Aquí un presidente escribió mensajes de apoyo al corrupto y no dimite, sino que echan al periodista por contarlo.

Pero Sara, mi colega, ni se rinde, ni pierde el sentido del humor. Comparte piso en Berlín, su padre es parado de larga duración y, por todo lo que estoy contando, ella cree que se ha convertido en el antihéroe de la niña de Rajoy. Así que, anoche, me recordaba aquel memorable discurso de cuando el líder del PP iba y parpadeaba en los debates: “Yo quiero que la niña que nace en España tenga una familia y una vivienda y unos padres con trabajo. Quiero que se pueda pasear por todo el mundo sin complejos, porque sabrá idiomas y porque tendrá un título profesional que se cotice en todo el mundo...”.

A Sara le gustaría decirle al presidente que ella ha cumplido su parte, pero no le salen las cuentas. Le han robado hasta su derecho al voto. Si hace falta, se lo dice a Rajoy echando una partida al futbolín.

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