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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Héroes en paro

Decenas de sanitarios se manifiestan frente al Hospital La Paz de Madrid.

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A María y a Miguel les llamaban “héroes” durante los peores días del coronavirus. Hoy, María es una sanitaria en el paro. A Miguel, su jefe del ultramarinos le “pidió” que trabajara en negro mientras seguía en un ERTE. Son jóvenes que solo conocen los empleos precarios, comparten piso de alquiler en Madrid con 35 años y ya no les aplauden desde el balcón. Solo han recibido palmadas en el hombro que les sientan “como una puta colleja”.

María fue contratada para “reforzar” el sistema sanitario madrileño. Fue de las que se contagió de coronavirus después de afrontar jornadas maratonianas con un contrato temporal. Sin material de seguridad adecuado, se enfrentó a los días de mayor saturación hospitalaria. Siente que salvó “muchas vidas”, pero su vida laboral suma ya un nuevo empleo precario terminado. De arrimar el hombro pasó a morder el polvo en la cola del paro.

Según el sindicato CSIF, la Sanidad española ha perdido más de 18.000 empleos en mayo y junio. Es más de la mitad de las casi 35.000 contrataciones entre marzo y abril, según esta central sindical, que denuncia que actualmente la Sanidad tiene una temporalidad del 44%. María se fue al paro, pero hay compañeros que le cuentan que no dan abasto en la Atención Primaria: al control de casos de coronavirus se ha sumado la llegada de enfermos con otras dolencias.

“Me jode cuando veo a gente amontonada o de fiesta y sin mascarilla, pero me jode aún más que se olviden de lo que hicimos o que hay políticos que nos usan como a precarios de usar y tirar”, me cuenta María. “Todos mis amigos en la Sanidad son temporales y todos saben que se cierran plantas y camas hospitalarias en verano, que sigue habiendo mucha lista de espera, que hay poco tiempo para atender a los pacientes en los centros de salud o que faltan sanitarios en las residencias, pero no aprendemos. Funcionamos a impulsos”.

Miguel se puso las botas de repartir pedidos de la tienda por las casas durante lo peor de la pandemia. Fue otro “servicio esencial, sobre todo para los abuelillos”, me cuenta. “Cuántas veces me dijeron también lo de 'héroe', que les había salvado de tener que salir a la calle o hasta me daban alguna propina”. Pasó esa etapa de miedo y de tanto reparto, el jefe anunció un ERTE, pero al poco tiempo volvió a llamarle: “Me pidió que echara alguna hora para servir pedidos, pero luego me dijo que me iba a pagar 500 euros en negro, sin salir del ERTE…”.

Miguel reconoce que estuvo “a puntito” de picar: “Cuando le dije al jefe que no quería currar así, me respondió que era eso o nada, porque llamaría a otro y yo no volvería. Casi me lo suplicó, porque decía que hay que echar una mano en un momento malo para la empresa”. Asegura que se lo pensó “seriamente”, porque tiene pendientes las cuentas que hará para enviar dinero a sus dos hijos: “Sé que el jefe me puso la cruz para siempre y tengo miedo hasta de denunciarle. No sé qué haré, pero te aseguro que más pronto que tarde ya soy carne de paro”.

Hay miles de historias como las de María y Miguel. Tienen miedo al futuro y una gran decepción. Me piden que también cuente que el precio de los alquileres “está muy caro en Madrid” y que, además, en las tiendas “la comida sube cada vez más de precio”. Me aseguran que miran atrás y están orgullosos “de las sonrisas que vieron en tanta gente”, pero piensan que echaron “una mano” y, ahora, sienten que les han echado a la calle. Antes les llamaban “héroes”, ahora ya pocos les recuerdan. Antes eran currantes precarios. Ahora, temen acabar “como un número más en la cola del paro”.

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