Lloriquear o votar

España no lloriquea, vota. Cada cuatro años (y cada vez es más habitual que antes por pactos infructuosos) los españoles y las españolas expresamos una preferencia para el Congreso de los Diputados, que luego pacta un presidente de Gobierno. Por eso es incomprensible el amenazante aviso que hizo Santiago Abascal desde la tribuna de oradores en la investidura de Feijóo en relación a la amnistía: “El pueblo español tiene el deber y el derecho a defenderse. Después no vengan lloriqueando”. Las urnas y la democracia son la mejor defensa, así como la Constitución y un tribunal dedicado a que todas las normas estén dentro de ella. España, por mucho que se repita, no es un viejo oeste donde no hay orden ni hay ley.
No sé cómo imagina Abascal a los españoles defendiéndose en sus sueños épicos, si no es en las urnas o en los tribunales. Quizás en su sueño aparecen hordas de ciudadanos vestidos con cuernos de vikingo y pellejos colgando intentando entrar a la fuerza por la escalinata de los leones (¿les suena?) mientras en los asientos azules del hemiciclo se suenan las narices consternados los miembros del Gobierno, hipando y lamentando su propuesta (que no conocemos, por cierto) de amnistía. España, señor Abascal, es mucho más civilizada que el país que imagina. Es una democracia y tiene sistemas de garantía, también para quejarse o para oponerse sin necesidad de que salga “el pueblo” en persona a defenderse aún no sabemos exactamente de qué.
España, cabe recordarlo desde este martes, tiene una monarquía parlamentaria y es el rey quien propone a un candidato: le dieron ese papel y además no llevaba instrucciones claras, de modo que a veces echa mano de la “costumbre” o de la lógica, que son siempre malas compañeras para la propia institución. Este martes, después de que Felipe VI haya propuesto a Pedro Sánchez como candidato, ha salido al ruedo de la opinión una derecha neolítica, que pide revoluciones, abdicaciones, que amenaza con hacerse republicana. Imagino que están pidiendo una monarquía absoluta en la que el rey haga lo que le parezca sin normas o, más bien, que haga lo que les parezca a ellos. Como no pueden preguntarle a sus hermanos del año 1600, pueden asomarse a los libros de historia a ver si fuera de la democracia y los partidos que tanto denuestan se vivía mejor y se lloriqueaba menos.
Como dice Steven Pinker, deberíamos combatir el pesimismo con la Ilustración. El odio con el consenso. La creencia con la ciencia de los números. Frente a los escenarios atormentados donde nada funciona y todo es corrupto y aleatorio, la prueba diaria y el contexto. La caída de los niveles de bienestar en las últimas décadas han llevado al repliegue económico y cultural en toda Europa, y en ese estanque pesca Abascal y la ultraderecha: mucha perturbación para tan poco argumento.
La amnistía no sabemos aún en qué consiste, en qué se basa, para quién es. Ni siquiera sabemos si es suficiente y, por tanto, si habrá repetición electoral. Pedro Sánchez no debería esperar mucho más a detallar la propuesta, seguramente algo avanzará antes del debate de investidura, si no quiere que el globo de la especulación se haga cada vez mayor y el argumento de España se rompe cristalice.
Sería también ostentoso pensar que, como se defiende a veces, “España ha votado que se pacte y el resultado electoral ha validado que se negocie una amnistía”. Primero, España como sujeto político no ha votado nada, son un sumatorio de españoles que, cada uno desde una localidad y con una motivación, de su padre y de su madre, ha dicho lo que prefiere, sin conocer de antemano qué suma aritmética da esa ensalada de papeletas (en el 23J, con el agravante de que la mayoría de casas demoscópicas los confundieron aún más). Se lanzaron esas papeletas al aire y salió esto que tenemos. Una derecha que no suma. Una izquierda que suma con encajes muy difíciles y que tiene el derecho de intentarlo.
Igual de malo es llegar muy tarde como llegar muy pronto, por eso sorprende que el PP y Vox se lancen contra una ley de la que no se sabe más que el título. O que deslegitimen a partidos nacionalistas e independentistas, que influyen y guían la política española desde que hay democracia (cuando se pudo cambiar la alianza con Catalunya y Euskadi por la de Ciudadanos tampoco fraguó). La tentación de imponer la turbación y el miedo puede ser fuerte para quienes intenten rentabilizar desde ahora votos para una presunta repetición electoral, pero no deja espacio para que se expliquen, ahora ya sin posibles justificaciones, los protagonistas de la propuesta de amnistía, además de que quienes apuestan al caos pueden caer en el ridículo político público si sus horizontes apocalípticos no se convierten en realidad.
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