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Se necesita, pero no se quiere, más inmigración

El barco Sea Watch 4 de la homónima ONG alemana rescató hoy a 107 migrantes que iban a bordo de una barcaza en el Mediterráneo central y pidió urgentemente un puerto para desembarcar a las 483 personas que puso a salvo en las pasadas operaciones. EFE/Suzanne de Carrasco / Sea-Watch

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Europa, y en general Occidente, está viviendo una gran contradicción: muchos ciudadanos, tras la pandemia, se han puesto a rechazar trabajos duros y mal retribuidos o poco satisfactorios, pero a la vez también a la inmigración que podría sustituirles en ellos. Falta mano de obra en la construcción, en la agricultura, faltan camioneros, entre otros, por no hablar del sector tecnológico. El fenómeno va más allá de la llamada “gran dimisión”, que hace que a la vez que hay paro, falten millones de trabajadores para los puestos ofertados ¿Fenómeno pasajero o estructural? “La revuelta de los trabajadores”, la ha llamado Paul Krugman, en referencia a EE UU.

Es un fenómeno más amplio en EE UU (dada la flexibilidad del mercado de trabajo), pero también se da en diversos países europeos, y también el Reino Unido, tras la combinación de la pandemia y el Brexit. Ya duros en sí, algunos de estos trabajos se han vuelto aún más duros, al reducir las empresas el número de empleados para una misma tarea (por ejemplo, en la hostelería o en la sanidad). 

Se podría resolver abriendo la puerta a más migrantes. Pero las tendencias contra la inmigración se están reforzando no solo en la extrema derecha, sino en las derechas de muchos países, contaminando incluso al centro y a las izquierdas. Ahí está por ejemplo, el aspirante a candidato a presidente de Francia de Los Republicanos (centro derecha) franceses, Michel Barnier, antaño europeísta de pro (ex vicepresidente de la Comisión Europea y azote de Londres en las negociaciones para el Brexit), y que hoy propone una moratoria de cinco años de la inmigración no comunitaria  en Francia, contaminado por las posiciones de Marine Le Pen y su Reagrupamiento Nacional, o de extertuliano Eric Zemmour que tanto está moviendo el tablero político galo, aún sin desvelar aún si va a ser candidato o no.

Más allá del fenómeno coyuntural del mercado de trabajo, Europa, la UE, en razón de su declive demográfico, va a necesitar inmigración, cualificada y no cualificada. Los servicios estadísticos de la Comisión Europea, Eurostat, calculan que, de proseguir las actuales tendencias, la población de la actual UE se habrá reducido para final de siglo en 30 millones de los 448 millones con los que cuenta en la actualidad (y 23 millones son inmigrantes, 5,1%, no nacidos en la Unión). Los más afectados por estas tendencias demográficas son Alemania, Italia, Polonia y Rumania. 

No obstante, los ciudadanos de la UE suelen tener, según indican encuestas anteriores, una visión incorrecta de la inmigración, sobreestimando tanto el número de inmigrantes que residen en Europa, como la proporción de inmigrantes ilegales. Esto, según Eurostat, puede explicarse por la forma en que los medios de comunicación informan sobre asuntos de inmigración e integración. Solo el 37% de los europeos cree estar bien informado.

Pero hay un rechazo a la inmigración. Aunque la preocupación estaba en su nivel más bajo desde el otoño de 2014, más de un tercio (34%) de los europeos todavía considera que la inmigración es el problema más importante al que se enfrenta la UE, según el Eurobarómetro de antes de la pandemia. Y sin embargo, como indica el libro de Gilles Merit (del centro Friends of Europe), People Power: Why we Need more Migrants, con recomendaciones incómodas para los gobiernos que tienen que hacer frente a estos sentimientos anti-inmigración, necesitamos más inmigrantes.

La pandemia y la consiguiente crisis, según el reciente Eurobarómetro especial, ha debilitado el sentimiento y valoración de pertenencia a la UE. Los europeos están divididos a la hora de identificarse como europeos. Mientras que el 56% de los encuestados de la UE se identifican como europeos, el 14% no lo hace en absoluto. En ocho países, menos de la mitad de los encuestados se identifican como europeos. Malos tiempos para la Conferencia sobre el Futuro de Europa que no podrá dejar de abordar estos temas si quiere tener algún significado. España es una excepción. Según este primer Eurobarómetro sobre los valores e identidades de los europeos, los españoles se identifican en un 65% con ser europeos. Son los más apoyan la libertad de circulación en la UE, la concesión de asilo a perseguidos y las medidas para asegurar la igualdad de género.

La búsqueda de protección de los ciudadanos por parte de sus propios Estados, según esta encuesta, se ve también reforzada. El 65% indica que es importante para ellos que su país se proteja y les proteja contra todas las amenazas (“seguridad societal”). Tras estos datos, hay una crisis del modelo de integración europeo. Es posible, como indica Gideon Rachman, que vayamos de un modo general hacia más nacionalismo, no más europeísmo. Polonia, un país culturalmente más homogéneo que otros, puede acabar siendo un precursor más que una oveja negra.

Y sin embargo, dada su demografía en declive, Europa va a necesitar de bastante inmigración, para muchas tareas (no siempre reemplazables con automatización), para preservar el estado de bienestar en diversas dimensiones (pensiones, sanidad, etc.). Esto no quiere decir buscar inmigrantes para los trabajos que no queremos hacer, sino también para otros en los que no tenemos la suficiente gente preparada (por ejemplo, los ligados a las especialidades STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas). Muchas veces los formamos, los enviamos a estudiar posgrados fuera (EE UU en primer lugar) y no regresan por falta de buenas condiciones. 

Europa va a tener que aprender a vivir con más inmigración si quiere salvar su modelo económico y social. Pero la política (y las sociedades) van en contra.

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