¡No disparen al periodista!
Una de las peores cosas de vivir en un estado informativamente confusional es que se digan mentiras –aunque luego pueden ser rebatidas– pero sobre todo que se haya inoculado en la población la idea de que todo es dudoso o todo puede ser mentira. Esa enmienda a la totalidad del periodismo sirve para que casi todo pueda ser ya creíble o increíble, al margen de los hechos. Ya no importa si algo fue así, sino los intereses de quien pasó la información o la filiación del medio que lo publica, que desplaza al titular que denunciaba los hechos. Frente a la desnudez del rey, se manda callar a los niños y se les dice que no hagan preguntas estúpidas, porque si lo hacen, se les puede querellar, se les puede filtrar el whastapp, se puede dar su nombre, al fin y al cabo, se pueden meter en un lío.
La pretensión de dar pase de normalidad a las amenazas e insultos que recibió Esther Palomera en su móvil a las once de la noche por parte de Miguel Ángel Rodríguez –que cobra 94.324,20 euros anuales de dinero público– es parte de ese estado confusional al que el periodismo en bloque debería negarse. ¿Es aceptable que el asesor de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, te diga al móvil “idiotas”, “adiós, preciosa”, “os vamos a triturar?”. ¿Es decente que amenace a un medio y use un tono displicente y pretendidamente humillante contra una periodista? ¿Es normal que no haya dimitido? ¿Sería aceptable que el jefe de prensa de la Casa Real o del Congreso o de la Moncloa enviara un mensaje así sin que hubiera consecuencias o sin que se pidieran disculpas? Esas deberían ser las preguntas, esas son las preguntas que haría el niño de la fábula del rey desnudo. En el caldo de ideologías en el que algunos quieren diluir el periodismo, ahora esas preguntas no se contestan, no se dan argumentos ni datos sobre el presunto fraude de la pareja de la presidenta, no se explica por qué Ayuso mintió en su comparecencia, ni siquiera se lamenta el tono maleducado e inaceptable de los whatsapp de Rodríguez a nuestra compañera Esther Palomera, que ha tenido que aguantar que se la utilice y se le ponga como la protagonista que ella no quiso ser.
Rodríguez y la presidenta quieren desviar las preguntas de los hechos y mandarnos a mirar al cielo en lugar de al rey: “A ver si no nos podemos enfadar con alguien de confianza”, ha minimizado Ayuso. Los mensajes son de un “ámbito particular y privado”, quiso rebajar Rodríguez y, pese a ello, los ha filtrado. “Una riña con una amiga”, remató al conocerse los mensajes. Obviar el tuétano del asunto, presentar otra polémica que tape la primera, amenazar a los medios, anunciar querellas o personalizar los debates públicos desdiciendo a los periodistas o utilizándolos como escudo humano es una táctica tan vieja como despreciable.
Miguel Ángel Rodríguez puede seguir definiendo en la intimidad qué es un amigo y qué hace él en la Puerta del Sol o cómo se comunica con periodistas, si en mayúsculas o minúsculas –en 25 años de profesión he recibido presiones y hasta querellas, pero nunca unos mensajes directos de ese calibre–, pero los demás no deberíamos dejarnos arrastrar a un debate que ahonda en la confusión y maquilla la pregunta relevante: ¿Deben los periodistas sentirse tranquilos al publicar información contrastada o mejor que teman por las consecuencias personales y profesionales cuando tienen algo entre manos? Eso es lo que se ha puesto en entredicho, el artículo 20 de la Constitución. Pueden seguir disparando al periodismo si nadie los frena. Los periodistas seguiremos exigiendo respuestas respetuosas a preguntas oportunas.
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