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No es violencia política

La ministra de Igualdad, Irene Montero, durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados.

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Porque significan: las palabras significan. Ay, si las palabras fueran solo un suave sonido.

Vicente Aleixandre

Injuriar a una diputada en el Congreso no es violencia política.

No se me vengan, que yo voy a otra cosa. Injuriar a una diputada en el Congreso es inadmisible en el parlamentarismo y debe tener sanciones propias en la cámara. En Francia el diputado de ultraderecha Grégoire de Fournas ha sido expulsado este mismo mes de la Asamblea Nacional quince días y sancionado a cobrar dos meses la mitad de su sueldo por decirle a un diputado negro de izquierdas: “¡Que vuelva a África!”. Puro racismo, como las invectivas a Montero son puro machismo. Estoy muy a favor del mantenimiento de la limpieza democrática de los parlamentos. Miren que allí hasta multaron a Ruffin por acudir a una sesión con una camiseta de fútbol. Sí, señor. El presidente en funciones estuvo mal y el parlamentarismo español es increíblemente laxo con los excesos. Pero violencia política no es.

No se me vengan, que yo voy a otra cosa.

Llevamos siglos decantando los conceptos, limando los términos, procurando que cada palabra abarque uno muy concreto para poder pensarlos con profundidad y para poder actuar, en su caso, contra quienes los practican con propiedad. Asistimos en la actualidad al desarme absoluto de los conceptos, a la eliminación de las palabras, a la confusión buscada del significante respecto a su significado. Mas como bien dijo el poeta, las palabras significan, ¡vaya si significan! Nuestra civilización está construida en torno al significado de las palabras, a los conceptos que encierran. Estudiar, ser experto -ese ser tan aupado ahora en apariencia y tan despreciado realmente-, especializarse, consiste básicamente en ser poseedor del significado exacto de las palabras. Hacer literatura, por contra, consiste en sacarlas de su reducto, proporcionarles vuelos inimaginados, darles vida recreando otras visiones. Por eso es un problema usar las metáforas en el lenguaje político y, sobre todo, quererlas escribir después en las leyes o en las actas parlamentarias. Los tropos no están hechos para gobernar sino para soñar.

El problema de la violencia política fue una de las cuestiones de ética política centrales durante el siglo XX y no creo que haya dejado de serlo todavía. A las tradicionales formas de violencia política - actos de guerra, rebeliones, asesinatos políticos- se unieron otros como la guerrilla urbana, el terrorismo, el exterminio sistemático, el secuestro, las torturas, la represión y el terrorismo de Estado. Todos tienen en común ser una forma de violencia, que excluye la violencia criminal, y que busca objetivos políticos.

Los tropos son peligrosos cuando se alejan de las manos del artista. La violencia es un concepto asentado y el término ‘violencia verbal’ es una metáfora, como la violencia ambiental de la que nos habló una sentencia. Por violencia verbal no se puede perseguir a un parlamentario pero, por violencia política, sí. Si tumultuario se tiene que convertir en ambiental, entonces todo se enreda. Todo tipo de ataque ilegítimo no constituye una forma de violencia.

Veamos lo que sucede con el término terrorismo, una de las formas de violencia política que no admite discusión. El uso metafórico ha alterado su significado técnico para transformarlo en equivalente a “violencia reprochable”. Así todo lo que consideramos intolerable deviene en terrorismo: terrorismo machista, terrorismo ecológico, terrorismo de género y, en último término, acaba de nacer “terrorismo vial”. En ninguno de esos casos se trata de terrorismo que, aun cuando es un término que no ha logrado una definición única, básicamente se refiere a una forma de violencia política en la que la víctima es irrelevante en cuanto individuo, ya que constituye un objeto elegido indiscriminadamente para provocar terror. Es la elección indiscriminada la que provoca el terror social. Matamos policías, matamos políticos, matamos protestantes o matamos periodistas no porque nos importe ese policía o ese protestante sino para atemorizarlos a todos y conseguir de ellos o del Estado una actuación política determinada. En el caso de la violencia machista, por ejemplo, es dar un salto metafórico no demostrado afirmar que el asesino o torturador machista use a una víctima para atemorizar a todas las demás, más bien es a esa víctima concreta a la que quiere causar daño. Son conceptos muy graves ambos, pero diferentes. “El efecto del uso demasiado liberal de nociones y términos que encierran una carga valorativa indiscutible es, como en el caso de la inflación monetaria, la devaluación de la noción empleada, cuya fuerza reside, en buena manera, en su claridad conceptual y normativa”, en palabras del Pablo Zalaquett, que fue director de Amnistía Internacional. Si dices terrorismo junto a otro concepto, nadie duda de que lo que lo acompaña es totalmente negativo, inasumible, combatible. No parece dejar duda ni sobre la gravedad ni sobre el posicionamiento, pero estas degradando el concepto de terrorismo real.

El gran problema de ese uso poco profesional, poco técnico y a veces hasta instrumental y malintencionado de los términos es que después la metáfora intenta ser trasladada a la norma jurídica y ahí nos enfrentamos a un grave problema. Si el derecho y las leyes pueden ayudarnos a regular nuestras relaciones es en gran parte porque ha sido capaz de destilar conceptos muy finos para hacer frente a la enorme variabilidad de conductas humanas. Si llamamos derecho humano a toda aspiración, creamos caos y devaluamos los verdaderamente irrenunciables que son ampliamente pisoteados. Si consideramos agresión todo acto contra el derecho del otro y obviamos que la agresión constituye una acometida para matar, herir o causar daño, que tiene un componente físico, creamos caos. A las pruebas me remito.

Hay muchísimos ejemplos. Uno es el del manoseo del concepto de genocidio -que está recogido en la Convención para la Prevención y Castigo del Genocidio y en otros documentos- para pretender que lo que era terrorismo de tercera ola, pase a ser considerado un genocidio con el objetivo de que no prescriba, cuando el delito que en realidad constituye sí lo hace. Es una trampa que ahora mismo intentan desde la derecha, hablando de genocidio o de lesa humanidad de los crímenes de ETA, como si esos conceptos jurídicos fueran chicle. Otro es el de la aplicación del delito de terrorismo a una pelea en Alsasua o a las protestas de los CDR o a los titiriteros. Ahí se ve cómo la metáfora trasladada a la represión estatal puede ser brutal.

Se vienen otros. Pasas del terrorismo vial o la violencia vial a reivindicar una reforma del Código Penal para que los homicidios imprudentes en los accidentes pasen a considerarse como dolosos. Una locura pero acaba de pasar. Del término a la norma. O cuando se habla de violencia obstétrica, que también constituye un tropo muy visual y muy potente, pero que acabará derivando en la petición del traslado de la imagen a un Código Penal y si no al tiempo.

Es muy populista la tendencia que pretende hacer que los conceptos desaparezcan y las palabras pasen a significar lo que nuestros sentimientos pretendan en función de poderosas imágenes más literarias que reales. De alguna manera es el principio del fin de una sofisticada forma de sociedad que ha costado siglos construir.

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