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Parecen casualidades, pero son rimas

Grabado de Pitágoras y sus discípulos

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“¡Uy, qué casualidad! ¡Mira, ha ocurrido esto y después lo otro!”. Vemos un detalle y lo enlazamos con otro. Y entonces parecen destellos más que detalles. Y corremos a darle un significado. Hay gente, incluso, que dice: “¡Es una señal!”. 

De pronto creemos que hay mensajes entre líneas. “¡Qué bueno! ¡Es un aviso, una advertencia, una prueba!”.

Hasta hace muy poco, yo lo veía como carambolas. Como si el azar supiera colocar las piezas mejor que la lógica y la razón. Lo llamaba coincidencias o casualidades. Pero el pasado Día de los Muertos descubrí la verdad del fenómeno. 

Llevaba años con la idea de hacer un reportaje de los pensamientos que aparecen antes de la muerte, porque lo que más me enseña a vivir son las reflexiones de quien está a punto de morir. Por fin, hace meses, hice el documental en un podcast, y cuando llegó el día de publicación, ¡era 1 de noviembre! No estaba planeado y resultó que un programa titulado La muerte en cuatro postales fue a parar a la fiesta de los muertos. 

Entonces… miré el calendario por delante y por detrás, busqué la efeméride en la Wikipedia, releí el guion, revisé el diseño sonoro… y ahí no había rastro ni de señales ni de casualidades. Agudicé el oído y al fin… ¡lo descubrí! ¡Era una rima! Lo que ocurre cuando dos hechos encajan de forma tan adecuada es que riman. Por eso nos resuenan en la cabeza. Por eso sentimos una cierta armonía. 

Empecé a buscar rimas en las historias minúsculas de las vidas cotidianas y en la historia grande de la Revolución Francesa y el Muro de Berlín. ¡Y las dos tenían rimas por todas las orillas!

Ay, mi madre, ¡con qué sordera había vivido hasta entonces! Pensaba que las rimas solo sonaban en las palabras. Pero las rimas están en todos lados. ¡En los hechos! ¡En los pensamientos! ¡En los sentimientos! Eso que llaman reciprocidad en realidad es otra rima. Si alguien te sonríe y tú le sonríes de vuelta, no es una consecuencia, ni un efecto, ni una secuela. Es una rima. 

Y funcionan casi igual que en el lenguaje. Las rimas de la vida también son asonantes y consonantes. Las asonantes son sugerentes (“Oye, pues mira qué coincidencia tan curiosa…”) y las consonantes son aplastantes (“¡Hostias!, ¿has visto lo que ha ocurrido?”).

En mi obsesión por descubrir el mecanismo de las rimas de la vida, leí cientos de tratados sobre el ritmo. Una noche, la lluvia al fondo, la luz zumbando, ploc, plocbzz, bzz…, di con Belmonte, el trágico. El poeta peruano Abraham Valdelomar cuenta en este libro de 1918 que un día, a la vez que salía la aurora, salía Pitágoras a vaguear. Por las calles de Atenas oyó los golpes de un martillo sobre un yunque macizo y oyó el crepitar del fuego para fundir un hierro… Plof, plofCroc, croc... y dice Valdelomar que “a cada impulso del obrero, un nuevo son sonaba”. Y lo que era impulso se transformaba en fuerza; y esa fuerza, “en ritmo sonoro y musical”.

¡Qué momento! ¡Pitágoras enunciando el ritmo del universo! Y desde entonces sabemos que “hay ritmo en la luz y en la sombra, en el beso y el perfume, en el movimiento y en la inercia”. 

Explica el poeta que todo lo que vive vibra y toda vibración tiene un ritmo. Y del ritmo surgen las rimas. Así que digo yo que las rimas también estarán hilando el tiempo y el espacio. Y darán respuestas a preguntas de la historia. Y a asuntos del día a día. Y darán sentido a eso que dicen azar o casualidad. Lo único que hay que hacer es escuchar con atención y aprender a medir las piezas de nuestro día a día para ver que muchas cosas que nos ocurren son rimas, ritmo, pareados y alejandrinos.

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