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Pedro Sánchez, bocabajo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la presentación de su libro, 'Tierra firme'.

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Me entero en la red social X de que hay ciudadanos que se dedican a ir a las librerías de un conocido centro comercial (El Corte Inglés, sí) a buscar las estanterías en las que se expone el nuevo libro de Pedro Sánchez, 'Tierra firme', para dar la vuelta a los ejemplares, dejando al presidente bocabajo y ocasionado molestias a los sufridos trabajadores, obligados a recolocar los volúmenes después de estas visitas patrióticas. Supongo alguna conexión con las palabras de Santiago Abascal, pero sobre todo atribuyo la nueva tendencia a esta época de consignas y gestos huecos derivados de la polarización y la moralización extremas del debate político. Cuesta gran esfuerzo mantener un intercambio público sosegado en el que se acepten no solo los puntos de vista del adversario, sino al adversario mismo como interlocutor legítimo. Existen el bien, nosotros, y el mal, ellos. El blanco y el negro. La victoria total o la rendición humillante. Y todo se expresa a través de emociones poco sofisticadas, insultos fáciles impresos en camisetas y falta de civismo y respeto por el espacio público y por los demás.

Gilbert Keith Chesterton escribió un ensayo sobre el progresismo de George Bernard Shaw, en el que cuenta que Shaw defendía su socialismo exponiendo todas las razones que le llevaron a adoptarlo excepto la emocional, aunque esta era la verdadera. “Al ofrecer una resistencia tan pétrea a los medios de argumentación sentimentales hizo sin duda un gran favor a las causas que defendía”, opina Chesterton, y pone como ejemplo que Shaw repetía que la sociedad capitalista no era un reino injusto sino una habitación desordenada, que la pobreza no era una crueldad sino un despilfarro, y ante esos problemas, él ofrecía soluciones con la frialdad de un economista. Así conseguía colocar a sus interlocutores en el plano de la razón y no en el de la emoción. Porque las ideas pueden rebatirse, pero la emoción cierra el paso a cualquier debate. 

Chesterton habla así de Shaw, aunque ambos tenían ideas opuestas sobre casi todo, polemizaron durante 30 años y desarrollaron una intensa y fructífera amistad. Chesterton era disfrutón, bebedor, católico y tradicionalista. Shaw era abstemio, vegetariano y socialista. Shaw, flaco y seco, Chesterton, barrigón y risueño. Sus debates eran casi siempre públicos, muy ingeniosos y divertidos. Algunas veces, después de discutir ante un auditorio abarrotado, Shaw se presentaba en casa de Chesterton para seguir debatiendo. El autor de 'Pigmalión' y el creador de las andanzas del padre Brown fueron unos intelectuales colosales, y jamás dejaron de escucharse, respetarse y estimarse. “Yo le he contradicho en todo y por eso he llegado por fin a estar de acuerdo con él”, escribe Chesterton.

Los debates políticos entre Shaw y Chesterton demuestran que dos adversarios ideológicos pueden entenderse si se acepta no solo la necesidad de tolerancia mutua, sino el hecho de que la existencia del que no piensa como uno es enriquecedora para todos. No es algo que estén promoviendo ni Sánchez ni Feijóo, hablando de muros de contención y de la humillación de los buenos españoles. Cuestiones tan sensibles como la amnistía o los pactos con EH Bildu deben debatirse con argumentos políticos y racionales que se alejen de la emoción y moralidad particular, y que no den la impresión de que todo se reduce a una cruda ambición de conservar el poder o recuperarlo. Pero en este debate racional deben también participar los medios y los ciudadanos. En su libro 'Crítica de las ideologías', Rafael de Águila abogó por la política de mesura democrática abierta a la crítica y a la autorreflexión permanentes. Reflexionar, escuchar y debatir como Chesterton y Shaw es, sin duda, mucho más beneficioso para España que poner a nuestro presidente del gobierno bocabajo. Aunque sea metafóricamente y en El Corte inglés.  

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