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La política de gestos tiene sus límites

Santiago Abascal Y Javier Milei, durante el acto ‘Viva 24’ de VOX, en el Palacio de Vistalegre.

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El próximo 9 de junio se celebrarán las elecciones europeas, y las encuestas pronostican una clara victoria de los grupos de derecha, con un crecimiento significativo de la extrema derecha. La suma de la derecha y extrema derecha alcanza aproximadamente el 45% de los votos (un aumento respecto al 40% obtenido en 2019), mientras que las izquierdas se acercan al 32% (una disminución desde el 36% en 2019). Este panorama es desolador, especialmente ante los numerosos retos que enfrentan los países europeos en los próximos años: crisis climática, tensiones geopolíticas en el Este y Oriente Medio, desaceleración económica y movimientos migratorios, entre otros.

Se ha debatido extensamente sobre las causas de esta ola reaccionaria global, y es evidente que son múltiples los factores que explican este fenómeno. A las tendencias económicas globales se suman las guerras culturales e ideológicas, los centros de poder consolidados por la extrema derecha, los nuevos instrumentos tecnológicos que permiten la difusión de noticias falsas a gran velocidad, y la utilización de instituciones como la judicatura para implementar el lawfare. Sin embargo, el factor común más sólido en todos los países para contextualizar el auge de la extrema derecha es la inseguridad económica y social. Una sociedad igualitaria y con buenas perspectivas de futuro no se entrega fácilmente a la extrema derecha.

Por el contrario, las crisis económicas y los cambios abruptos en las expectativas de futuro de ciertos grupos sociales representan una oportunidad para los partidos que se sitúan fuera del consenso político preexistente. El partido nazi, por citar el caso más estudiado, encontró su base social en las viejas clases medias empobrecidas rápidamente durante la Gran Depresión, atraídas por el discurso nacionalista y supremacista de Hitler. El excéntrico ultra Milei no habría sido presidente de no ser por la dura situación económica que atravesaban millones de argentinos en el momento de las elecciones. Por esta razón, decimos que el ingenio, el dinero y la creatividad de los dirigentes y de los intelectuales de la extrema derecha necesitan un contexto económico adecuado para prosperar.

Este planteamiento nos permite examinar los límites de la guerra cultural contra la extrema derecha. No quiero ser malinterpretado: creo que debemos ser capaces de oponer nuestra cosmovisión ilustrada y democrática a la cosmovisión xenófoba y clasista de la extrema derecha. Sin embargo, debemos ser conscientes de que esta disputa meramente discursiva enfrenta límites muy importantes. No parece suficiente un enfrentamiento frontal de narrativas para recuperar a los ciudadanos desesperanzados y frustrados que han sido seducidos por los discursos ultra.

Los llamamientos a una menor crispación y a una mayor moderación discursiva, por ejemplo, caen en saco roto frente a organizaciones y líderes como el PP y VOX en España o Milei en Argentina, que han interiorizado la deshumanización y caricaturización del adversario. Este tipo de mensajes de buenas intenciones son ineficaces y, en el mejor de los casos, solo activan a sectores sociales ilustrados que no constituyen la mayoría. Un individuo convencido de que Sánchez es un golpista -porque así se lo han dicho partidos y medios durante años- no va a empatizar ni con el dolor del presidente ni con los mensajes para salvar a la democracia de un supuesto fascismo. Sencillamente, eso no funciona.

La mejor forma de neutralizar el crecimiento de la extrema derecha es abordar la raíz del problema, lo que significa que la izquierda debe trabajar para proporcionar a la mayoría social la certidumbre que anhela. Esto no significa ofrecer a las empobrecidas clases medias la falsa promesa de un retorno al insostenible consumismo de masas de hace dos décadas. Se trata, más bien, de garantizar un programa de suficiencia que permita cubrir las necesidades mínimas (vivienda, empleo, alimentación) y que funcione, al mismo tiempo, como un programa social de anticuerpos contra el virus de la extrema derecha.

Los jóvenes españoles cada vez se inclinan más por la extrema derecha, rompiendo una dinámica del ciclo político anterior, en el que los jóvenes eran claramente de izquierdas. Esto sería mucho más difícil si estos jóvenes no hubieran vivido toda su corta vida en un contexto de crisis económica, sufriendo la precariedad en el empleo y la imposibilidad de emanciparse y formar un proyecto de vida digna. En las condiciones actuales, se ha abierto una oportunidad para que estos jóvenes sean seducidos por discursos que culpan a las mujeres, a la inversión pública, al ecologismo o a las izquierdas de todos sus problemas.

En consecuencia, sigue siendo más útil implementar políticas de izquierda que aborden la raíz del problema, aunque esto implique desafiar los cimientos del poder oligárquico, como el sector de la vivienda, que realizar movimientos legítimos, pero de impacto limitado, como llamar a consultas a la embajadora de Argentina por un insulto.

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