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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Donde pone 'Vox' o 'ultraderecha', sustituye por 'el socio del PP'

El muñeco de Sánchez después de la paliza de Nochevieja.
2 de enero de 2024 21:59 h

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Los socios del PP ahorcan y apalean un muñeco de Pedro Sánchez. Un socio del PP agrede a un concejal en el pleno del ayuntamiento de Madrid. El socio del PP dice que el presidente Sánchez acabará “colgado de los pies”. Socios del PP boicotean el minuto de silencio por las víctimas de la violencia machista. Decenas de sedes del PSOE sufren ataques de socios del PP. Denunciados dos socios del PP por apología del franquismo. Un socio del PP, a juicio tras vandalizar un mural feminista. Socios del PP difunden bulos para criminalizar a los menores inmigrantes.

Me he instalado en el móvil una app que reemplaza texto automáticamente, y la he configurado para que a partir de ahora, en todas las noticias que lea, me sustituya 'Vox', 'ultraderecha', 'extrema derecha' y otros términos similares, por 'el socio del PP'. Mano de santo. Ahora cada vez que abro una portada de periódico o navego por redes sociales, se entiende todo mejor. Haz la prueba, coge cualquier noticia protagonizada por la ultraderecha en el último año, y sustituye el sujeto de la oración por 'el socio del PP'. Mejor, ¿verdad? Estoy buscando otra app que haga lo mismo en las conversaciones, que me lo recuerde con un pitido cada vez que discuta con alguien sobre el tema.

Ya sé, es una obviedad, todos sabemos que Vox es socio del Partido Popular y que la ultraderecha ha entrado en gobiernos municipales y autonómicos de la mano de los populares. Lo sabemos, sí, pero lo hemos normalizado tanto ya que ha dejado de sorprendernos o espantarnos. Y es esa condición de “socio del PP” lo que vuelve más dañina y temible a la ultraderecha, no su existencia. Cafres, nostálgicos del franquismo, racistas, violentos de palabra o de acto, ha habido siempre en la esquina derecha del tablero. La novedad, lo anormal, es que ahora esos mismos cafres, neofranquistas, racistas y violentos tengan poder institucional, ocupen consejerías y direcciones generales, gobiernen pueblos y ciudades; que gobiernen en coalición cinco comunidades autónomas, que tengan acuerdos en otras dos, que participen en el gobierno de casi 150 ayuntamientos, entre ellos capitales de provincia y grandes ciudades; y que no hayan entrado en el gobierno central por unos pocos escaños, pues nadie duda de que hoy Abascal sería vicepresidente de haberle salido las cuentas a Feijóo.

Insisto, no pongamos el foco en la ultraderecha, sino en su condición de aliada de esa derecha que se dice a sí misma moderada, centrista y partido de Estado. La que firma acuerdos de gobierno con los mismos del primer párrafo; la que incorpora sus propuestas y compra la agenda ultra en cada vez más asuntos. No solo pasa en España, también en otros países la extrema derecha va entrando en gobiernos de la mano de la derecha tradicional, y nos vendría bien otra app similar para las noticias sobre cómo los ultras son admitidos en otros gobiernos estatales o regionales, o cómo la propia Unión Europa la incorpora a su agenda y sus políticas, como se vio en el reciente pacto migratorio.

Pero siendo cierto ese avance y normalización de la extrema derecha en toda Europa, en ningún caso ha sido a la velocidad y con la facilidad con que ha ocurrido aquí. Si en otros países a la ultraderecha le ha costado décadas y numerosos procesos electorales alcanzar esa normalización, aquí ha sido por la vía rápida. La misma vía rápida que le abrieron los programas televisivos y tertulias desde el primer minuto, por cierto. Así que no está de más, cuando lamentemos episodios de violencia verbal y todas esas propuestas políticas que nos repugnan, que no olvidemos de quién hablamos: de los socios del PP.

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