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El porno, el opio del pueblo

Detención de dos personas por pornografía infantil (Archivo)
4 de octubre de 2023 22:06 h

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El verdadero protagonista de la historia y el centro legítimo en torno al cual gira el interés no es el comedor de opio sino el opio

Thomas de Quincey

Venga, dejad de poner mensajes afirmando que os produce vómitos leer que un padre se follaba a su bebé y luego la ofertaba a otros pervertidos, el desalmado. Venga, dejemos de extrañarnos de que los niños violen a niñas. Venga, dejemos de mirar la luna porque el dedo que la señala es un dedo poderoso que cuando no señala se emboza los dólares y los euros en el bolsillo. Venga, señalad a los curas pederastas y violadores pero olvidad a los oligarcas de la degradación de las mujeres, de los cuerpos, de la sexualidad humana y de las psiques. 

Me da igual que me llaméis monja, lo que me llevo puesto solo yo –y otros– lo sabemos.

Reflexionad. Jamás en la historia la corrupción moral había habitado en la sede de la inocencia como ahora. Vale, indignaos al leer corrupción y moral, incluso inocencia si no sabéis lo que es, pero no dejéis de pensar en cómo abonáis los intereses de los capitalistas desalmados que han convertido algo tan rico y tan inspirador como es la sexualidad humana en un mercado de puercos inmundos en los que las personas ya no son sino cuerpos sumidos en la abyección y utilizados como receptáculos –¿consentidos, no consentidos?– de las miserias con las que se adormece a la población y se enturbia y se pervierte y se condena a vuestros hijos. 

Es el opio del pueblo, amigos. ¿Quién soporta ya la putrefacción sólo a base de fútbol? Es el opio del pueblo, que campa en sustitución de la religión y de ese Dios que matamos. Soy atea. No me vengan con monsergas. Soy atea a conciencia, la que tiene el que racionalmente ha renunciado al falso refugio de la idea de Dios. Pero también soy humanista y no puedo sino constatar cómo se está asesinando a generaciones enteras bajo la consigna de una falsa libertad liberal que lucra a los de siempre. 

Es lindo volver a casa y adormecer el trabajo de mierda, el jefe de mierda, la vida sin objeto ni horizonte, y hacerte una paja que te deja como nuevo y que te hace sentirte empoderado. En muchos casos hasta gratis. ¿Por qué te darían gratis algo? Piensa, piensa. Me da un poco igual cómo ahogues tus miserias o cómo te empoderes o cómo sobrevivas. A fin de cuentas eres un adulto y yo no creo en la redención. Los niños y, sobre todo, las niñas. Pobrecitas, mías. ¿No resulta revelador que no les envidiemos? ¿No es sintomático que todo y toda boomer en el fondo de su almita crea que su niñez y su adolescencia y su juventud fueron mejores? No será porque no hayamos follado. Era otra cosa. ¿Quién les ha privado a ellos de esa otra cosa que todos sabemos mejor?

Menores violando a menores. Distópico. Un grupo tras otro. Nueve, doce, catorce años. ¿Cuándo pasó esto? No se dejen engañar, nunca hasta ahora. Padres violando bebés, un mercado para la peor ignominia. Pedófilos. ¿Cuándo a estos niveles? Que no sólo nos estremezca que nos impela a pensar. No es la primera vez que escribo que ese nivel de destrucción de la psique no tiene remedio. ¡Pobres niños lanzados al abismo más brutal sin haber disfrutado de la idealización previa! ¡Pobres niñas y mujeres que tendrán que vivir junto a seres deformados hasta los límites de su propia naturaleza!

No es progresista ni de izquierdas defender que una industria pueda quebrar de esta forma lo que nos es más querido. No puede serlo. Entre la estigmatización vergonzosa del sexo que hacía la religión y la porquera humana en la que sumen a los más pequeños hay un territorio de descubrimiento y de avance y de amor y de conocimiento que luego puede llevar a las mayores sofisticaciones del erotismo e incluso del libertinaje, en su acepción francesa; pero después, cuando uno está formado, cuando uno es dueño de su placer, no haciendo que nuestros pequeños estallen como vasijas de cristal sometidas a un fuego que no entienden. Son daños sin retorno. Asúmanlo. 

No vale con que muestren sus ganas de vomitar en las redes. No vale. Hagamos algo. Exijamos a nuestros gobernantes que hagan algo. Bloqueemos el acceso. Totalmente. Padres y madres, vigilen y supervisen e invadan los móviles de sus hijos, si es que no queda otro remedio y los tienen. Prohibamos el acceso a estas armas de destrucción masiva de las mentes y los espíritus hasta los 16 años como mínimo. No sé, hagamos algo. Investiguemos a la llamada “industria del sexo”. ¿De dónde ha salido ese hombre de 25 años capaz de violar a un bebé de ocho meses que además es carne de su carne? ¿Y esos menores que se turnan para violar a una niña que dócilmente se ha citado con el chico que le gusta? ¿De dónde sale esa tolerancia de las adolescentes a algo que resulta horrible para sus sueños? 

No sé si el porno empodera –bueno, sí lo sé, envilece, pero estoy dispuesta a aceptar que los adultos elijan– pero estoy segura de que proteger a los niños y, además, impedir que generaciones enteras de mujeres sufran la degradación absoluta a la que se ha encaminado a sus potenciales compañeros es una lucha feminista que es preciso dar ahora y en este lugar. Sucede que a mí no me da miedo decir la verdad. Ni me importa que me llamen moralista ni monja. Lo vivido me lo llevo ya. 

Los estamos destruyendo. Asumidlo. El porno es el actual opio del pueblo y, desde luego, es más perjudicial que la genuina religión a la que apuntaba Marx. ¿Cómo uno puede ser progresista y no reconocerlo? No tengo hijos ni nietos, muchos de vosotros, sí. Los están destruyendo. No hay batalla que merezca más la pena ser librada. Aunque te quedes solo.  

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