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El PP se atrinchera y Moncloa cede

Saludo entre Pedro Sánchez y Pablo Casado

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Es uno de los escándalos más graves que pueden darse en una democracia que merezca tal nombre. El Partido Popular vuelve a negarse a renovar el Consejo del Poder Judicial, cuya composición le favorece y mantiene sin pudor caducado durante tres años de resistencia férrea. Se juegan mucho. Esa veintena de vocales nombrados a dedo por el poder político disemina nombramientos, a dedo también, en numerosos puestos claves de la justicia. El CGPJ debía haberse reestructurado a su tiempo con la nueva mayoría política pero no le dio la real gana y ahí sigue decidiendo quién es apto y no apto para sus intereses. Y lo consigue de nuevo.

No es ni mucho menos la primera vez: son 25 años de bloqueo del poder judicial ¡25 años! -como escribía Ignacio Escolar- que le han permitido nombrar a la mayoría de jueces del Tribunal Supremo y las Salas que decidían sobre sus casos de corrupción. En 2006, el PP también se negó a los cambios y se mantuvo en sus trece para no perder ese poder. Solo se desbloqueó cuando Zapatero aceptó a Carlos Dívar, un ultra de moral pública en extremo relajada, en la presidencia.

Claramente el PP de Casado está haciendo lo mismo sin que salten las costuras de este país que se empeña en proclamarse democracia plena a pesar de estos graves desajustes. Vetar a José Ricardo De Prada, un magistrado de enorme prestigio, porque les sentenció en la Gürtel, es la demostración. Si se admite tan estrepitoso fallo del pilar de la justicia, el auténtico Estado de Derecho se tambalea. Pero los apéndices mediáticos del PP prefieren andar buscando motas en el ojo del Gobierno y en particular del socio minoritario. Y ponerles una lupa de aumento hasta la extrema distorsión.

Parecía que la renovación estaba cerrada en un pack que incluía otro de los temas atascados: el Consejo de RTVE. Pero aquí hemos vuelto a constatar otro agujero del país en el que vivimos. El PP, como sabemos, ha colocado ahí a dos de sus piezas más intragables. Los demás partidos también han metido sus bazas y han vuelto a dejarlo como otro órgano primordialmente partidista. Tres años de interinidad de mando único de Rosa María Mateo, por un error en la votación, vaya por dios, que no se repitió, vaya por dios, no se merecían este resultado. Las últimas gestiones y algunas endogamias han llevado a RTVE a unos resultados de audiencia lamentables, pero solo para los nostálgicos de la televisión pública, del periodismo sin etiquetas, porque al resto no les importa absolutamente nada. Y es una lástima porque se precisa información rigurosa y que no venda banalidad.

Al PP no le preocupa controlar el poder informativo, ya lo hace por su cuenta, pero el judicial es sagrado. El tamaño de su desfachatez se crece cuando sale Pablo Montesinos a pedir “a Sánchez que arregle sus líos internos”, desde el infinito lío que este PP causa a la sociedad. Un partido sumido en la corrupción exige que Unidas Podemos sea excluido en el acuerdo de la justicia, y por De Prada no pasan. Recordemos que se vienen negando desde 2018 y que entonces no estaba UP en el Gobierno. Aterrador el apunte de Antón Losada: “En Moncloa dicen que están muy contentos porque ha quedado claro que es el PP quien no quiere llegar acuerdos de Estado”.

Lo corrobora la presidenta del PSOE dando por hecho el fracaso de la renovación del CGPJ, sin más, y aplaudiéndose por el de RTVE. Las buenas intenciones sirven sin duda para lo que el PP decida en sus políticas -nos gusten o no- pero dejan fuera lo que está haciendo con el poder judicial porque esto es una grave anomalía democrática.

Así no se logra la confianza de los ciudadanos. Sin duda están los porcentajes exigidos, tres quintos, de apremiante revisión con la actual estructura multipartidista del Parlamento. Pero contra el juego sucio caben todo tipo de estrategias; todas, menos la complacencia. José María Aznar vuelve a salir de ultratumba para desnudar el alma ultraderechista del PP cuando pide que se una a Vox si no quiere extinguirse. La derecha está en sus horas más bajas y solo se miran y amplifican las divergencias en el Gobierno. Que existen, por supuesto, mientras se trabaja más de lo que parece. 

Cuando se llega a los cuatro millones de parados otra vez, como acabamos de saber, lo mínimo que se requiere de la información es recordar que hay una pandemia con la primera paralización mundial de la actividad económica en toda la historia, que millones de personas han caído en la bolsa de la pobreza por ello por todas partes y que España padece graves patologías previas. Desde el errático modelo productivo -reducido a sólo el turismo y el ladrillo-, a los gobiernos para las élites, o la corrupción en puntos troncales. El Partido Popular ha sido y es parte fundamental de la vulnerabilidad de hoy. Y es que los cimientos torcidos –no digamos los podridos- derivan en muchos males. Y ya está bien. Si el gobierno más progresista que España puede permitirse con todo el lastre que lleva encima no consigue cambiar realmente este panorama el futuro social es tan preocupante como parece.

Vuelven a sonar los cantos de sirena de ese gobierno soñado de las buenas gentes neoliberales del PSOE con el PP, que se avendría a lo que fuera con tal de salvar el cuello y con ese toque fascista tan español. Pero es que estamos todos los demás, muchos ciudadanos inequívocamente demócratas y cuantos precisan políticas decentes para el bien común. Gentes obstinadas aún que votan lo que quieren, que no es bipartidismo, que no es centralismo cerrado, ni viejas reliquias.

Repetir las elecciones en 2019 implicó que el PP se recuperara (algo) de la debacle que le había dejado con 66 diputados y un agujero, calibre sima profunda, en las cuentas oficiales. La ultraderecha, contenida por el voto útil de abril, se duplicó en noviembre, colando a 52 decisivos diputados, frente a los 24 que tenía. La sociedad entendió lo que Ciudadanos representaba y los dejó en mínimos. El PSOE hubo de pactar –tras chocar varias veces contra la evidencia y sin ganas- con Unidas Podemos si quería gobernar y aceptar los votos que la España rancia detesta. No hay otra por el momento, al menos por vías democráticas. Y limpias.

Lo que no se puede tolerar es la sensación de juego partidista y electoral en asuntos clave para el Estado de Derecho en España. Y no puede funcionar con una justicia secuestrada por un partido corrupto. No puede. No funciona así. Lo vemos. Lo sentimos. Lo padecemos. Ni con el eterno consuelo del mal menor de quienes se conforman con hacer menos de lo imprescindible. Vivimos tiempos duros que exigen métodos valientes, en los hechos y en las actitudes.

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