El pueblo es quien más ordena todavía
“El pueblo es quien más ordena” o mejor en su original portugués: “O povo é quem mais ordena”. Y así fue. Se cumplen 50 años de aquel día que Portugal derrotó a la dictadura, del día que enamoró a los demócratas españoles, de la libertad posible y de un país entrañable. Terra da fraternidade sembrando amigos imborrables. Por muy hermosa que sea, no se trata de recordar los pormenores de aquella revolución de los capitanes con claveles como armas, sino de pararnos a mirar dónde estamos ahora. Ellos y los españoles y muchos otros más. Los italianos, que también el 25 de abril conmemoran la victoria sobre las fuerzas de ocupación nazis y el triunfo de la resistencia partisana sobre el fascismo en 1945 y ahora vuelven a tener un gobierno fascista votado por los electores mayores de edad. Y que va en tromba a imponer su ideario al hilo del viento que corre, sin complejo alguno. Con el beneplácito de la inconsciencia y cerrazón más grande que haya podido verse en esta generación.
Portugal tiene un gobierno conservador civilizado. Un caso de lawfare tumbó al presidente socialista António Costa. No estaba ni imputado, pero se fue. La ultraderecha de Chega tardó en entrar en las instituciones pero ya es la tercera fuerza política, con 50 diputados conseguidos en las elecciones de marzo. Los jóvenes, como en muchos otros lugares, son sus principales apoyos, junto a los más ancianos.
Viene a la memoria la felicitación navideña de la Fundación José Samarago en 2012. Se compuso con las palabras del escritor y político portugués del siglo XIX Almeida Garrett: “Yo pregunto a los que se dedican a la economía política, a los moralistas, si ya han calculado el número de individuos que es forzoso condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infamia, a la ignorancia más ruin, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico”. Un rico, o un sistema que les favorece pisoteando a los demás, añado.
Doce años más tarde, ya no hace falta ni preguntar. La Argentina de Milei, por ejemplo, ha creado incontables pobres que sí, se añaden a los que labraron sus antecesores, en particular el neoliberal Macri, destacado asesor del nuevo gobierno. Ha destruido la sanidad pública en tiempo récord y ordena a la privada –apenas usada por el 14% de la población– reducir costes en maquiavélica jugada. Las consecuencias ya son terribles: ¿Se puede llegar a más que a suprimir del sistema de salud la quimioterapia a enfermos de cáncer? Esto implica matarlos, pero ya supimos en Madrid que, puestos a poner medios para atender médicamente a 7.291 ancianos en pandemia o hacer un hospital inútil como tal pero muy fructífero para las empresas constructoras, el neoliberalismo salvaje no tiene ninguna duda ni el menor escrúpulo. Ni sus cómplices que siguen vendiendo el producto tóxico como si fuera incluso saludable. O sea, que los temores del portugués Almeida Garret se han confirmado con creces. No que pase solo, que no importe en absoluto.
Los regímenes autoritarios dejan facturas muy elevadas sin pagar. En el borrado de la historia sin duda, en las mentalidades, sobre todo si no se actúa contra sus responsables y correligionarios como ha ocurrido en España. En cuanto no se hizo por el progreso social. En medio siglo Portugal pudo y debió pagar esas facturas, pero los agujeros de las dictaduras cuando se unen al neoliberalismo hegemónico –que impera agudizado a partir de 1989– se cargan de rescates y privatizaciones. Hemos sido cobayas de la austeridad neoliberal. A los portugueses les vendieron a manos privadas la mayor parte de cuanto tenían de valor en su patrimonio público, a nosotros en significativa medida. Disminuyeron los sueldos, pusieron copagos a los medicamentos. ¿Recuerdan ustedes a un tal M.Rajoy experto ejecutor de estas medidas? Ahora mismo siguen a la carrera, con la sanidad pública, nada menos. Un gran bocado. Da unos réditos fantásticos, según vemos. Y cuando se acabe no hay más: el precipicio Milei. La socialdemocracia tampoco dio la respuesta necesaria, pero sabe hacerlo. Si se abre honestamente a querer hacerlo. A veces necesita que se le recuerde.
Debe ser la principal causa de que en esta sociedad haya tanta gente que abraza el yo primero, y el yo solo, y el resto que se apañe. También ocurre que la mayoría no se ve capaz de cambiar las cosas por sí mismos. Que no sirve, piensan, aunque menos sirve, con seguridad, no mover un dedo. Y así se llega a ese no importar nada. Ni que se esté practicando con aquiescencia mayoritaria un genocidio a los palestinos en Gaza y Cisjordania. O haya censuras graves en Europa, con Alemania nada menos en cabeza, en favor de Netanyahu. Hasta el Parlamento Europeo toma partido. ¿Por temor al aumento de la ultraderecha en las elecciones de junio o porque así lo piensa?
Un impresionante movimiento de solidaridad con Gaza y de condena a Israel se extiende por algunas universidades norteamericanas, en cambio. Están siendo duramente reprimidos por el amigo americano del genocida. Pero no se paran. Más de un centenar de estudiantes han sido sancionados o arrestados y lejos de acallarlos, la protesta se extiende por otros centros universitarios y también se han sumado profesores con riesgo de perder sus empleos. No se recordaba nada similar a protestas tan masivas y la policía entrando en las universidades a abortarlas desde la Guerra de Vietnam. Hace también 50 años. ¿Qué han hecho con la sociedad?, ¿no se dan cuenta? Y no, el pueblo es quien más ordena. Ya veremos. Si se duerme, no manda nada. “Solo los salmones muertos van a favor de la corriente”, dice un proverbio alemán.
No sé si es posible seguir contemplando las torturas y asesinatos a las que las huestes israelíes someten a la población palestina, a los niños, ni la complicidad desde los despachos internacionales. O que asistamos sentados a ver quién se estrella antes, si Milei o millones de argentinos. O que veamos cómo se cierne la censura y el máximo atraso ideológico sobre la Italia de Meloni. O que los portugueses de hoy celebren el medio siglo de la revolución de los claveles, cantando probablemente –porque es bellísima la mítica Grandola Vila Morena– pero pensando más en los problemas no resueltos de casa, trabajo, sanidad, igualdad que en el modo de conseguirlos.
¿Alguno de los votantes de la ultraderecha y de la derecha extrema y corrupta del PP se ha creído por un momento que esos políticos resolverán sus problemas? ¿Que con ellos van a tener casa, trabajo, sanidad, igualdad? ¿Dónde ubican la lógica y la conclusión de los datos y antecedentes que reciben?
Que no, que con toros, vestidos de mexicana, patriotismo de hojalata, prebendas insoportables, mentiras descomunales, no funcionan los países, solo los privilegiados de ese régimen.
Las elecciones del domingo en el País Vasco han revelado otra tendencia. Si los cambios no han sido drásticos en términos generales, sí han evidenciado que funciona la política que busca resolver los problemas concretos de las personas, con equidad, con ideología, por tanto, sin falsas propagandas.
De cualquier modo, se diría que falla como punto de partida responsabilizarse de uno mismo y de la democracia (sigue siendo el menos imperfecto de los sistemas). Aprender a pensar, desde pequeños. No se arriesguen, ni arriesguen a toda una generación a comprobar en carne propia que es aquello de lo que salimos portugueses y españoles y tantos otros ávidos de respirar aire puro con la fuerza de nuestros pulmones jóvenes junto a los de quienes, hambrientos de oxígeno, tanto habían perdido con los fascismos. Replantéense la adoración a políticos que diezman lo fundamental para ser humano. Sean libres, de verdad, con pensamiento propio. De vez en cuando hay que recordar estas normas básicas de ciudadanía, de identidad. Lean e inviten a hacerlo, reflexionen mucho más, apaguen de una vez los medios basura que intoxican a la sociedad. Pueden, si quieren, hasta cambiar los éxitos y fracasos de audiencia. Boicoteen los productos de los genocidas, así se hizo por la Sudáfrica del apartheid y ayudó en gran manera. Exijan a sus gobernantes. Insistan.
O povo é quem mais ordena. Si lo sabe, si quiere, si actúa en la dirección adecuada. Unos con otros, sin duda.
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