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Protesta, racismo y privilegio

Marcha antirracista en Madrid en 2018.

Violeta Assiego

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“Estamos enfrentando un recrudecimiento sin precedentes de la brutalidad y represión de Estado, y con ello la ocasión histórica de echarlo a arder todo. Este es un llamado impostergable porque en este momento, mientras nos confinamos, los gobiernos extreman la persecución de las luchas sociales (...)”. Así comienza el manifiesto “O nos organizamos o perecemos” que han hecho público la banda rusa Pussy Riot y el colectivo feminista chileno Las Tesis contra la brutalidad policial a través de un vídeo de 8 minutos.

La potencia política de las imágenes y su gramática de lucha colectiva es un chute de anticuerpos contra las violencias y retóricas de odio que están surgiendo en demasiados países del mundo, también en España. Ambos colectivos feministas (las Pussy Riot y Las Tesis) publicaron el vídeo-manifiesto tan solo dos días después de que fuera asesinado George Floyd por un policía de Minneapolis. En ese momento, apenas acababan de comenzar las protestas. Ahora, una semana después, estas recorren Estados Unidos en una ola de movilizaciones contra el racismo y contra la violencia policial hacia la comunidad negra.

Protestas que están siendo brutalmente reprimidas por otro gobierno de corte neoliberal, el de Donald Trump. Ante la protesta, la receta de la ultraderecha neoliberal que gobierna es tirar del “manual del buen fascista”: represión y brutalidad policial contra las capas más oprimidas y golpeadas por las violencias estructurales. Golpear con fuerza y criminalizar su reivindicación. Cuando los pobres, la gente racializada, las personas trans, las bolleras, las feministas... digan “basta ya”, sencillamente golpear. Esa es su orden. Da igual que pidan auxilio, que griten que no pueden respirar o que tienen hambre, la orden es siempre la misma: golpear.

Al sur del mismo continente, en Chile, solo en los tres primeros meses de las protestas sociales iniciadas en octubre, se documentaron al menos, 194 casos de acoso o violencia sexual por parte de los carabineros o de los militares hacia mujeres y miembros del colectivo LGTBIQ+. Quizá eso nos ayude a comprender el significado de la canción performativa de Las Tesis: “El violador eres tú” y por qué se ha convertido en un himno para todas las mujeres, especialmente en las que interseccionan diferentes opresiones, no solo la de género. Quizá esto contextualice su manifiesto con las Pussy Riot.

Género, raza, sexualidad, clase, etnia son ejes de opresión inseparables. Alimentan la desigualdad estructural sobre la que erigen su poder los gobiernos neoliberales ultraconservadores con retóricas racistas, sexistas, lgtbófobas, capacitistas, xenófobas, clasistas... Cuanto más puedan subyugar, someter; mayores serán sus beneficios económicos, su control político, su adoctrinamiento religioso y, en consecuencia, su impunidad y libertad para ejercer las violencias sobre las vidas y los cuerpos que deshumanizan, que nos dicen que no valen nada para que no nos conmueva su sufrimiento, para que no empaticemos con su dolor, para que sigamos consumiendo y enriqueciéndoles.

Desde los feminismos conocemos bien esa estructura de poder, la llamamos patriarcado. Sabemos que su mandato de masculinidad no atraviesa solo a las mujeres, que reproduce el patrón de dominación violenta con el racismo, la transfobia, el capacitismo, la xenofobia, el antigitanismo, la aporofobia, el clasismo, la islamofobia... Son las mismas raíces de las violencias, pero no todas son iguales. No lo son por los sujetos que las ejercen y la posición de poder en que se colocan, un lugar privilegio que es el que le permite ejercer ese poder, ese control, esa autoridad ilegítima.

Creo que no podemos negar que estamos ante un momento inquietante por el auge de los fascismos y por cómo su discurso del enemigo está calando en la gente. Estamos ante el desafío de frenar ese avance y ofrecer un cambio de paradigma. Sin embargo, este no será posible si antes no revisamos nuestros privilegios para desactivar, desde su comprensión consciente, nuestros sesgos, nuestros prejuicios, nuestros estereotipos, nuestros clichés, nuestros estigmas y las micro o no tan microviolencias que reproducimos con ellos.

Sumar la voz a esta lucha contra el racismo puede no ser suficiente si no hacemos antes un trabajo de autoexamen personal de cuáles son nuestros privilegios como personas no racializadas. Solo de esa forma seremos capaces de darnos cuenta del racismo que entraña que haya 90 personas, trabajadores de nuestros campos, durmiendo en la calle porque no hay ningún establecimiento hotelero que, aun pagándoles en efectivo, quiera tenerlos alojados. No va a ser suficiente en esta lucha antifascista que tiñamos de negro nuestras redes sociales si no vemos a los miles de mujeres migrantes que cuidan y sostienen nuestras vidas sin posibilidad de optar a ninguna ayuda porque a ojos del Estado español no tienen derechos. Eso también es racismo. No servirá de nada para vencer al fascismo que añadamos tuits al trending topic si no le damos RT a los mensajes que denuncian desde hace años las redadas, detenciones e internamientos por perfil racial.

Hasta que no nos paremos a reflexionar por qué nos incomoda que nos tachen de racistas aun siendo los más pro derechos humanos y comprendamos desde las entrañas qué significa eso de la fragilidad blanca, no tomaremos conciencia de que la lucha antifascista tan necesaria está abocada al fracaso porque seremos parte del problema estructural que paradójicamente denunciamos con el #BlackLivesMatter. Si nos importan las vidas negras, las vidas racializadas, urge que tomemos conciencia de lo que está pasando aquí, en España, y de cómo nuestros privilegios nos hacen restarle importancia, nos impiden ver que eso también es racismo.

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