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El reinado importó más que la reina

Carlos III.

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Isabel II ha sido la reina más longeva. Más que la persona en sí, lo interesante ha sido su reinado, lo que ha cambiado y lo que ha innovado y conservado su país en estos 70 años. El buen hacer cinematográfico británico ha logrado con The Crown una magnífica serie sobre un personaje bastante vacío, aunque con algunos principios claros, y una familia con complicaciones. Durante su reinado, el Reino Unido acabó de perder su imperio (la India, la “joya de la corona”, se había independizado ya en 1947) aunque nunca su sentido imperial y global. Ya en 1962, Dean Acheson, ex secretario de Estado estadounidense, dijo que el Reino Unido había “perdido un imperio, pero aún no ha encontrado un papel”. Y sigue sin encontrarlo. Ahora, tras el Brexit, que tiene mucho de nostalgia imperial y de sentimiento de superioridad, lo vuelve a buscar. Quizás el nuevo rey, Carlos III, represente, a su edad, aquellos tiempos perdidos y un país que se busca pero que no se encuentra. Tardará en encontrarse, en reinventarse.

Ahora bien, pese a la pérdida del imperio, el Reino Unido tiene un alcance global, no solo por el idioma, sino porque es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, una de las pocas potencias con armas nucleares, el quinto del mundo en gasto militar (y con un espíritu combativo, como se ha visto en repetidas ocasiones y ahora con la ayuda a Ucrania). Cuenta, además con la Commonwealth, fundada en 1931, que aún supone ciertos lazos entre 56 países -de algunos de los cuales el rey es jefe de Estado ¿por cuánto tiempo?-, aunque tenga poca efectividad. El Reino Unido posee territorios, pequeños enclaves estratégicos, en varios lugares cruciales del mundo. Tuve la rara ocasión de hacer escala en la isla de la Ascensión, paisaje lunar en mitad del Atlántico, en el primer viaje de extranjeros recién acabada -ganada- la guerra de las Malvinas contra Argentina en 1982, cuando era corresponsal de El País en Londres. Sin aquella isla, que utilizaban sobre todo las fuerzas estadounidenses, la reconquista de las Falklands le hubiera resultado mucho más difícil a los británicos. Pero también son británicas la isla de Diego García, en pleno océano Índico; Anguila; Bermudas; el Territorio Antártico Británico; las islas Vírgenes Británicas; las islas Caimán; Montserrat; las islas Pitcairn, Henderson, Ducie y Oeno; Santa Elena, de la que dependen administrativamente la citada isla de la Ascensión y Tristán da Cunha; las islas Georgia del Sur y Sandwich del Sur; las Zonas de Base Soberana de Akrotiri y Dhekelia (Chipre); y las islas Turcas y Caicos. Además, claro está, de Gibraltar. Son puntos (a veces más que eso) importantes en el mapamundi. Aunque son territorios que otros reivindican y de los que a veces expulsaron a sus pobladores. Muchos son clave para la estrategia militar global de los “primos” estadounidenses.

Seguramente esa Global Britain que ahora buscan los conservadores británicos tras el Brexit es aún más dependiente de EEUU con el distanciamiento de China que impulsó Boris Johnson (y la actual primera ministra Liz Truss). Pero Isabel II tenía algunas cosas claras, y se interesaba, con su habitual discreción, por la política internacional. Entre otras cosas, porque a veces le concernía directamente. De lo que habló la reina con sus 15 primeros ministros se ha sabido poco. Pero cuenta el ex ministro Dennis MacShane que, cuando Ronald Reagan ordenó al ejército estadounidense invadir la pequeña isla de Granada para quitar a un gobierno de izquierdas (también me tocó cubrirlo, viajando desde una reunión de la OTAN en Canadá), la reina citó en palacio a Margaret Thatcher, con la que mantenía relaciones tensas supuestamente por su política contra los derechos sociales, y sin ofrecerle ni una taza de té o café le preguntó: “¿Puede explicarme, señora Primera Ministra, por qué su amigo Ronald Reagan invadió una de mis islas, de la que resulta que soy la Reina, y por qué me enteré por la BBC?”.

Isabel vio cambiar el mundo varias veces. Reinó largamente en un país que fue perdiendo peso, pero que retiene ciertas capacidades financieras (la City, aunque algo haya perdido), militares, intelectuales, universitarias, de innovación tecnológica (lo hemos visto, por ejemplo, con su papel en las vacunas del COVID-19). Ha vivido la descolonización, trifulcas anticoloniales, la fracasada expedición de Suez en 1956, las sanciones (que apoyó) y el fin del régimen del apartheid surafricano, la guerra fría, la distensión, la disolución de la Unión Soviética, el mundo unipolar, el mundo multipolar en el que estamos, el auge del Sur Global frente al Norte, y la entrada (que Isabel II apoyaba no viendo ninguna contradicción con la monarquía) y salida del Reino Unido de lo que hoy conocemos como Unión Europea. También la guerra terrorista -que afectó directamente a su familia- y una paz ahora en entredicho por el dichoso Brexit en Irlanda del Norte. 

No es que Carlos III vaya influir en lo que puede ser la Global Britain. Definirla no le corresponde a él, aunque puede ser una pieza en el tablero si ese concepto llega a ser algo. Carlos III será la cara de una búsqueda, que puede resultar infructuosa. Quizás él o el nuevo Príncipe de Gales, cuando llegue a ser rey, vivirán un regreso del Reino Unido -si se mantiene como tal- a la Unión Europea que, entretanto, está avanzando. De nuevo, el o los reinados serán más importante que estos reyes. Carlos III será un rey de transición para un país en transición sobre su ser global. Pues mucho va a pasar en estos años, en los que los británicos también serán necesarios.

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