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Republica(s) inclusiva(s)

Un joven ondea la bandera republicana durante una manifestación convacada en abril de 2010 en Madrid por la Plataforma contra la Impunidad del Franquismo / KOTE RODRIGO (EFE)

Bernardo Gutiérrez

El historiador romano Polibio estableció que los sistemas de gobierno tenían una especie de ciclo natural. La monarquía daba paso a la realeza, que desembocaba al final en la democracia, asociada indisolublemente a la república soñada por Aristóteles. Tras la expulsión de Tarquinio el Soberbio, séptimo y último rey, en el año 509 a.c, la República Romana inauguraba la era de mayor prosperidad de Roma.

La república brasileña de 1889 garantizó el cumplimiento de la polémica Ley Áurea de 1888, que abolía la esclavitud. La República Federativa do Brasil consiguió consolidar la hasta entonces precaria convivencia del país.

La República Federal Suiza de 1848 logró el equilibrio de un complejo territorio, al reconocer 26 cantones y 4 idiomas oficiales.

Las repúblicas triunfan cuando dibujan un horizonte común. Las repúblicas se sostienen a lo largo de los siglos cuando son inclusivas. Y es que la república es más que un sistema de gobierno: es un conjunto de valores. Valores cívicos, ciudadanos, éticos, humanistas. La República Francesa resuena hasta el día de hoy a libertad, igualdad y fraternidad. La república constitucional, democrática y representativa de los Estados Unidos de América llegó de la mano de valores de igualdad y de libertad. En 1776, Thomas Paine publicó un panfleto anónimo, Sentido Común, en el que formulaba para las colonias americanas una república alternativa a la monarquía inglesa. El Sentido Común se transformó en un auténtico viral de la época. Tanto, que anticipó el espíritu de la Constitución de los Estados Unidos de 1.787, encabezada por el célebre We the people.

El debate sobre la república catalana puede interpretarse también como una invocación colectiva de un futuro habitable. Un debate republicano que también podría servir para todos los pueblos de España. Por eso, urge empezar a imaginar una República 3 que sirva simultáneamente como salida a la crisis catalana y como instrumento de modernización democrática a España.

Herramienta de convivencia

La mayoría de repúblicas de la historia han sido herramientas de convivencia. La república ha sido un instrumento de cohesión territorial, un suelo común de creación colectiva, un espacio neutral para garantizar los derechos de todos. De Platón a Montesquieu, de Cicerón a Benito Juárez, de Aristóteles a Maquiavelo, los pensadores republicanos han considerado a la República como el sistema de gobierno más sofisticado, como el más eficiente. Como el sistema que encarna mejor los valores de la modernidad.

En algunas ocasiones, la república es una gobernanza, una forma de hacer acorde a una filosofía. Y no tiene siempre una forma estatal. El rey Dom Dinis, artífice de la independencia de Portugal, fue quien en 1309 dio pie al nacimiento a las casas de estudiantes colectivas de Coimbra que hasta el día de hoy se denominan Repúblicas. Las Repúblicas son espacios comunales en los que prima la vida en comunidad, la soberanía y la democracia. Por otro lado, las villas medievales de Castilla, que gozaban de un alto grado de auto gobierno judicial, fiscal, económico y militar, son consideradas por algunos historiadores como verdaderas “repúblicas democráticas y populares”. La república cómo método, como atmósfera. La República como aire común, como el espacio que posibilita la convivencia.

En momentos concretos de la historia, la república es la mejor formulación posible de un futuro colectivo. El 2 de junio de 1946, los italianos votaron en referéndum si continuar con una monarquía adscrita a la casa Saboya o establecer una nueva república. Por primera vez, las mujeres pudieron votar. Italia se sacudió el fascismo votando, forzando la abdicación y el exilio de Humberto II. La fragmentadísima Italia entró en una fase de unión, estabilidad, europeísmo y creatividad cultural.

República con nostalgia de futuro

Algunas voces argumentan que, durante algunas décadas, la restauración de la monarquía en España ha sido la garantía de su estabilidad territorial. Toda una herramienta de convivencia. Si es que alguna vez ha sido dicha herramienta, desde el estallido de la crisis catalana, la monarquía ha dejado de serlo. La monarquía borbónica, más bien, se ha convertido en todo lo contrario: en el principal elemento de discordia entre Catalunya y España. No se trata exclusivamente de una desafección histórica de Catalunya con la dinastía de los Borbones: se trata de un choque de sistema de valores. Los Comités de Defensa de la República (CDR) que se extienden por todo el territorio catalán están intentando vislumbrar un futuro republicano, de convivencia, de esperanza, de eficacia. Y España debería aprovechar el debate catalán para buscar también ese futuro inclusivo para todos sus pueblos.

En el capítulo L’Actitud hispánica, del libro Notícia de Catalunya, el historiador Jaume Vicens Vives describe el proceso psicológico por el cual el pueblo catalán pasa del “secesionismo al intervencionismo” en el resto del Estado español. Tras la frustración de algunos procesos secesionistas de la historia surgieron oportunidades de reforma y modernización en el resto del Estado. Los catalanes se entregaron en el siglo XIX a esa “tasca hispánica” con energía e ilusión. “Los catalanes desarrollaron las tesis del provincialismo, el foralismo, el regionalismo, el mancomunitarismo, el racionalismo, el comunitarismo y el iberismo, siempre dentro de un mismo Estado”, escribía Jaume Vicens Vives en 1954, en lo que fue la primera obra de la posguerra escrita legalmente en catalán.

España necesita una república con nostalgia de futuro. Una república para la convivencia. Una república que garantice la diversidad, la pluralidad, la estabilidad, la autonomía de sus territorios. Una república moderna, descentralizada, leve. Una república que despliegue el potencial de sus gentes, el talento de su ciudadanía, la diversidad de sus culturas. Una república que condense los valores de libertad, igualdad y fraternidad no sólo de las izquierdas, sino también de los anhelos históricos de los liberales. Urge empezar a imaginar una República 3 para salvar un proyecto común con siglos de historia. Una república, por qué no, que pueda ser un ecosistema de república(s) inclusiva(s).

Durante generaciones, los Jedis sirvieron guardianes de la paz y la justicia en la República Galáctica. El lado oscuro del Imperio Galáctico llevó a la guerra a muchas generaciones. La proclamación de la Nueva República (NR) y la restauración del Senado no habrían sido posible sin la eficiente intervención de la Orden Jedi. La República 3 necesita una ágil fuerza Jedi que empiece a trabajar para celebrar un referéndum que posibilite un futuro inclusivo. La fuerza Jedi tiene que buscar desde ya, en el congreso y en la calle, en los medios de comunicación y en las esferas de poder económico, un sentido común que haga posible un plebiscito. Un referéndum radicalmente democrático que inaugure tiempos de paz para todos los pueblos de España.

Votando “Monarquía o República”, 72 años después que Italia, España puede reencontrar por fin su convivencia.

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