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Opinión - Contra la política del odio. Por Esther Palomera

Esta semana también murieron tres niños por su pobreza en España

Cuatro personas han fallecido en el centro de Vigo en el incendio de un edificio. EFE / Salvador Sas

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Cuando el presidente estadounidense Joe Biden expresó públicamente su indignación por la decapitación por parte de Hamás de 40 bebés en el kibutz de Kfar Aza, la conmoción pública fue amplia e instantánea. La espantosa noticia recorrió los medios de todo el mundo en cuestión de minutos. Posteriormente, el equipo de Biden matizó sus palabras porque los informes inmediatos revelaron que ninguna fuente israelí había verificado esas decapitaciones y que la primera información provenía solo de la fuente de una periodista. Pero para aquel entonces la noticia del horror más nítido y palmario, la decapitación de unos recién nacidos, ya se utilizaba con afirmaciones taxativas, en un sentido o en el contrario. Por supuesto, en España esta atrocidad alimentó la narrativa política. Porque en España de los acontecimientos internacionales se aprovecha todo para atacar al rival, como se aprovecha todo del cerdo en Nochebuena. Incluso si hay niños víctimas de por medio. 

De lo que no han hablado apenas esta semana los políticos españoles es de la muerte de tres niños (y de su madre) en un incendio en un edificio de Vigo. Apenas se ha hablado porque los niños eran pobres y gitanos, y esto de las víctimas de primera y de segunda también opera en coordenadas cercanas, incluso en tu misma calle.   

El incendio ocurrió el pasado miércoles, entrada la noche, y primero se apuntó a que el fuego podría haber sido provocado porque el edificio en cuestión estaba okupado y ya se habían registrado incidentes previos. Así que en los titulares de algunos medios ya se había instalado la palabra “okupado” incluso antes que la de “incendio”. Sin embargo, la hipótesis más difundida a esta hora es que el fuego se desató por un problema en la instalación eléctrica que debía haber sido revisada. De hecho, tal y como ha publicado el compañero Luis Pardo, los bomberos habían avisado este mismo mes de agosto de los riesgos de incendio en ese edificio. Tarde. El fuego se inició en la entrada del portal del edificio y se propagó escaleras arriba convirtiendo el inmueble en una ratonera mortal de la que solo era posible escapar por las ventanas. 

Con el paso de las horas descubrimos que la familia fallecida vivía hace años en una chabola ubicada en Navia, una zona de Vigo en expansión inmobiliaria desde hace años. De Navia fueron desalojados para que se pudiese construir un centro deportivo de 16.000 metros cuadrados, con pistas de pádel y balneario urbano. A la familia se le habría prometido entonces una vivienda social que los sucesivos gobiernos nunca le proporcionaron y así terminaron en ese edificio okupado que carecía de luz, electricidad y agua. 

Unas horas después del incendio una vecina se hizo viral en redes por decir ante las cámaras de televisión que: “Hablamos mucho de okupación, pero no hablamos de vivienda social”.  Ahí estaba la clave de todo. ¿Por qué una familia vulnerable con cuatro hijos (una de ellas consiguió sobrevivir al incendio), una familia que llevaba a los niños a clase de apoyo, que los había escolarizado y cuidado dentro de sus posibilidades, no tenía acceso a una vivienda social y se había visto abocada a vivir en esas condiciones? 

No entiendo de incendios ni de sus mecanismos de propagación, no entiendo de cuadros eléctricos ni de cortocircuitos, pero me parece evidente que la mejor prevención posible es la de tener acceso a una vivienda digna, ese supuesto derecho universal, máxime si eres un niño. Ezequiel, Aldara y Sara, así se llamaban. 

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