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Señores

Agustín Martínez (2i), Jorge Díaz (c) y Antonio Mercero (2d), presentados bajo el seudónimo de Carmen Mola recogen el premio de manos de los reyes

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Un mes de señores enfadados, de don, de señores don, de don señor. De vergüenza ajena y de género. De escándalos impostados por las filias de un personaje de cómic y de egos heridos por las manos blandas de un espía en la cintura de una señora. No hay ejemplo ni suceso en el que un señor pierda la oportunidad de mostrar su privilegio al desnudo y su arrogancia elevada. La especie de macho patrio siempre está dispuesta a desfacer cualquier entuerto para defender la nostalgia de su esmegma derramado y las afrentas a la supremacía de la virilidad allá donde se produzcan. Si Superman no es un semental que esponja amazonas o James Bond ya no desvirga espías, allí estarán ellos para hacer de esos ultrajes su batalla cotidiana. Lo material, lo que importa es lo material, así que donde haya una amenaza a la hombría universal estará su pluma rancia. 

Que tres señores se escondan detrás del capital simbólico del nombre de una mujer para lograr un gran pellizco de capital social y económico da buena muestra de hasta qué punto hay una especie de señores intentando ocupar cada terreno de privilegio perdido. Esos tres señores que han usado el nombre de una mujer para alcanzar lugares de representación perdidos son la última muestra de una deriva reactiva que tiene su germen en la toxicidad pública de ciertas voces. Quizás este ejemplo no sea el más evidente de esta ola de duelo macho, pero sí el que ocupa el último reducto que quedaba al margen de los señores: ser una señora. 

El discurso público y la creación cultural está copada de forma mayoritaria por las voces masculinas más agresivas y contestatarias contra los intentos de avance de la igualdad y la importancia del feminismo como proyecto estructural. Lo está porque eso supondría que sus mensajes fueran diluidos, y no llevan años señoreando para que ahora se les despoje de los privilegios logrados, así que si es preciso acaparar el capital simbólico propio y el escaso que tienen las mujeres por qué no aprovecharlo. 

La reacción de los señores acojonados. Un discurso público copado por voces contra una cancelación imaginada contra todos aquellos que tienen una posición de privilegio en los medios y las tribunas públicas donde se conforma el sentido común mayoritario. Sus letras lloran por el anhelo de ser víctima y la envidia de solidaridad que provoca serlo de verdad pero sin el grave perjuicio de sufrirlo. Una estirpe de hombres rancios que se preocupan porque una señora católica quite a Tintín de un colegio en Canadá por promover una idea estereotipada de otras razas y así culpar a la tiranía de la izquierda woke pero que guardan un silencio cómplice cuando en su propia tierra una asociación católica integrista obliga a que un ayuntamiento retire 30 libros de contenido LGTBI+. 

Al final tuvo que venir Rafael Chirbes desde el más allá a recordarnos lo que no fuimos capaces de ver. El mensaje reaccionario, imperiófilo, supremacista y machista que copa el debate público tuvo como precursor a los señores que dan lecciones desde la RAE o las tribunas de grandes medios. Un discurso que ha empapado con gota fina la opinión publicada de todo signo ideológico. Un relato regresivo espermado desde las columnas de los medios reaccionarios y de los que gustan llamarse progresistas hasta enraizar una hegemonía que ha colonizado la izquierda como un virus para vender el ideario de la sección femenina como propio de la sensatez. La primavera reaccionaria tiene aspecto de señor enfadado con las gónadas llenas de rencor y sin intención de pedir permiso para desfogarse. Solo nos queda capar, es simple autodefensa.

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