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Siempre nos quedará el centro

Suso de Toro

Antes de entrar a hacer ruido recordemos lo evidente, la política es una lucha por conseguir y conservar el poder. Ayer, día de debate parlamentario con muchísimas cámaras y focos, era el aniversario del asesinato de Salvador Puig Antich. Tanto Puig Antich como los policías que lo estrangularon en un cuarto de escobas también lucharon por el poder. Hoy las cosas se hacen de otra manera.

En la representación retransmitida desde las Cortes aparecen cuatro campeones armados con argumentos políticos e ideológicos, uno de ellos en clara retirada, aunque hay otro fuera que fingen ignorar pero que es decisivo, el Parlamento catalán. Pero el Congreso recobra un protagonismo que había perdido completamente, los enemigos del parlamento no son los bebés, las rastas o los besos entre señores, recursos primarios para llamar la atención, el enemigo era el bipartidismo y particularmente el PP. Roto el bipartidismo, apartado el PP el Parlamento recobra nueva vida. Con decir que hasta se oyó hablar catalán, vasco y unos versos en gallego…A dónde vamos a parar.

Esta ocasión de la política tan peculiar la crearon, primero, el electorado español que, a pesar de una crisis económica tan dura y de unas políticas de la derecha tan crueles e injustas, no le otorgó a la izquierda la mayoría y, segundo, Mariano Rajoy, que siendo hombre de una pieza paradójicamente crea situaciones inesperadas.

Rajoy demostró siempre que es incapaz de ganar el poder democráticamente. Llegó al Gobierno porque consiguió mantenerse como candidato dentro de su partido aplicando una lección aprendida en Galicia en los años ochenta, atornillarse a la silla, y recibió un poder que la sociedad, apesadumbrada por la crisis y culpando de ella a Zapatero, le otorgó a su partido. El poder le cayó del cielo, no lo ganó, y actuó los cuatro años pasados según la forma en que entiende el poder, con autoritarismo y desprecio.

Un político tan inseguro de si mismo y que había maltratado a los demás partidos no podía enfrentarse a una sesión de investidura para la que necesitaba apoyos, incapaz de afrontar eso, se rajó. Fue la consecuencia de su soberbia.

Rajoy dejó al Rey con un palmo de narices y le brindó una oportunidad de oro a Sánchez, un político que había tenido un resultado electoral malo y que estaba asediado dentro de su propio partido. Lo que se ha visto en el Congreso en estas sesiones, Rajoy ausente o adormecido y mascando chicle mientras Margallo y Fernández Díaz lo sustituían en su papel, es consecuencia de aquella renuncia a cumplir su obligación política. En los próximos días el retroceso del PP solo puede aumentar, cargando el enorme peso de un Rajoy decidido a defender su estampa hasta donde pueda. Se puede decir que, mientras no salga de este trance, mientras no se retire Rajoy, el PP es un partido que está noqueado, no puede cambiar su comportamiento, moverse de su lugar. Como nos dijo en su día Aznar, solo puede “rumiar su rencor por las esquinas”.

Mientras su espacio ya lo está ocupando Ciudadanos, en política no hay vacíos, que fue rescatado al primer plano por Sánchez. También Ciudadanos y Rivera habían quedado desconcertados y confundidos tras el resultado electoral, sin saber que hacer, pero Sánchez los necesitaba para luchar conjuntamente por la supervivencia de ambos. Porque el debate a muerte por la existencia, desvanecida completamente IU repartida entre el grupo Mixto y las candidaturas de Podemos, es entre este partido y el PSOE.

Y, aunque Podemos había imaginado un resultado mejor, no se quedaron perplejos como Rivera, sino que reaccionaron desde la misma noche electoral para no perder el impulso. No perdieron el ánimo y no abandonaron la idea de que ellos deberían encabezar el cambio, sustituyendo a los socialistas. Por ello dejaron caer la idea de un gobierno de transición presidido por una persona independiente y cuestionaron desde fuera el liderazgo de Sánchez en su partido pero, tras la visita al Rey, Iglesias se lo puso aún más difícil: anunció él el futuro gobierno. El PSOE tomo buena nota y a continuación les propinaron un golpe nada reglamentario malinterpretando el reglamento para relegarlos ante las cámaras en la Cámara.

Aunque Sánchez amagó una mesa de negociación con IU y Compromís a la que no se pudo negar Podemos, el intercambio de golpes llega hasta hoy. No es posible ya otro tipo de relación en los próximos tiempos, solo puede ganar un partido contra el otro.

Lo que quiso hacer ver en el Parlamento Sánchez fue que él podía ser un presidente de Gobierno “de los de verdad” e Iglesias que él representaba al PSOE del principio de los años ochenta, antes de que González gobernase y cuando Guerra soltaba un discurso muy parecido al suyo de ahora. Quién le iba a decir a Guerra que al final “los descamisados” entrarían en el Congreso, pero no los de camisa abierta en el pecho peludo, aquellos mineros o jornaleros a los que él demagógicamente se refería, sino los la camisa por fuera de los pantalones, como algunos profesores universitarios de hoy día.

Finalmente cada uno queda en su sitio, Rajoy y el PP en su rincón, Ciudadanos comiendo espacio al PP, que para eso lo nacieron, Sánchez retratándose como un posible presidente de Gobierno tras las próximas elecciones e Iglesias ocupando el espacio que hace treinta y pico años ocupaba el PSOE. El tono agresivo y aún demagógico de su discurso es el de un partido que no tiene pasado, como era el Partido Socialista de entonces, y con igual hambre de alcanzar gobierno. Dentro de cuatro años, los dos nuevos partidos están para quedarse, su tono será otro pero en este momento muchos votantes del PSOE que se consideran de izquierdas estarán pensando que lo que quieren oír es lo que dice Iglesias, no lo que dice Sánchez.

Aunque Sánchez podrá dedicarle a Rivera una cita de Casablanca, una película conformista: “siempre nos quedará el centro” o “Alberto, presiento que esto puede ser el inicio de una gran amistad”.

Fuera de esa película rodada en la entrada de la Gran Vía, a una hora de AVE, se rueda otra, pero en catalán.

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