Suscríbete al 'unboxing' de un asesinato
Hace unos días se viralizó en redes sociales el vídeo de una pareja adolescente haciendo una especie de unboxing de su ruptura. Ella y él miraban a cámara mientras explicaban por qué estaban rompiendo su relación de dos años (por unos cuernos) en riguroso directo para Tiktok, tras lo que él desaparecía del primer plano y ella se quedaba contando que no pasa nada y que la vida sigue (los seguidores también). Imaginad que esto se pone de moda y empezamos a asistir como espectadores pasivos a rupturas de desconocidos, o incluso como espectadores activos comentando el devenir del desenlace: “Pero relájate, no grites tanto”, “A ver, ¿fueron solo besos o hubo algo más?”, “Creo que no deberías decir esas cosas en caliente”.
La espectacularización es la norma en las redes sociales, pauta que replicamos desde los medios de comunicación deseosos de captar la atención del espectador desorientado. De este modo, llevamos una semana asistiendo a la espectacularización de un asesinato. El amarillismo ha existido desde el nacimiento de la prensa, pero ahora dispone de poderosas herramientas para incrementar su cirrosis crónica. Y así lo conocimos a él:
Daniel Sancho Bronchalo: el chef deportista y viajero.
Daniel Sancho sin camiseta, luciendo abdominales con un refresco en la mano.
Daniel Sancho, también sin camiseta, sentado en la escalinata de una piscina.
Daniel Sancho sobre una tabla de surf en medio del mar.
Daniel Sancho relatando a los medios lo bien que le trataba la policía tailandesa, lo sabrosa que estaba la comida en el hotel donde lo retuvieron, como si todo fuese la trama del capítulo piloto de la serie ‘White Lotus’ cuya tercera temporada, por cierto, se va a rodar en Koh Samui, la isla donde está preso el propio Sancho. En el dislate solo ha faltado un “house tour” de la habitación del crimen con un par de vídeos promocionales del complejo hotelero al ritmo de música melódica de ukelele.
Daniel Sancho presentado ante algunos medios casi como un influencer y no como el asesino confeso de un crimen macabro. Uno casi se puede imaginar las noticias sobre Jack el Destripador en el ‘London Gazzette’ de haber existido entonces Instagram y de haberse conocido su perfil: “Así es Jack, el joven de Whitechapel amante de la moda, atlético y habitual lector de Charles Dickens”.
Cómo distinguir la ficción de la realidad cuando los medios de comunicación nos empeñamos constantemente en imitarla. Lo peor de este crimen con vocación de espectáculo es que si la historia siempre la escriben los vencedores, aquí la está escribiendo el superviviente, es decir, el supuesto asesino. Y de este modo la historia de Edwin Arrieta se ha convertido (la hemos convertido) en tiempo récord en la historia de Daniel Sancho, con constantes directos sobre su estado en prisión, sobre qué come, qué lee, con cuántas personas duerme, qué horarios tiene, incluso qué corte de pelo lleva.
A esto contribuye también otro factor esencial: nuestro deseo por conocer la naturaleza del mal, especialmente cuando proviene de alguien que aparentemente lo tiene todo. En el libro ‘La ciudad de los vivos’ el escritor Nicola Lagioia describe el salvaje crimen de Manuel Foffo y Marco Prato, dos jóvenes italianos de posición desahogada que una noche, entre alcohol y drogas, se ensañaron con otro chico sin motivo alguno, sencillamente por saber qué se sentía matando a alguien. “Ellos hicieron un acto monstruoso pero a nosotros nos conviene imaginar que hay monstruos como ejercicio mental para aligerarnos la conciencia”, contaba Lagioia en una entrevista en La Vanguardia. Ponerle cara a la monstruosidad siempre nos ha fascinado. Y ahora además de ponerle cara, le ponemos filtros de Instagram.
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