Tócala otra vez, Sam
Que a Esteban González Pons le gusta gustarse lo sabe todo el universo político-mediático, pero que en su afán por autosaborearse haya querido emular a Rick en Casablanca ya son ganas de recrearse en sí mismo. “Es casi el principio de una amistad”, ha dicho en alusión a su relación con el ministro de Justicia, Félix Bolaños, tras firmar el acuerdo para la renovación del CGPJ.
¿Recuerdan? “Louis, presiento que este es el principio de una hermosa amistad”. Así cerraba Bogart una de las historias de amor más famosas del cine, concebida para alimentar el patriotismo estadounidense y en la que su personaje principal pasó de no querer inmiscuirse en el conflicto desde Marruecos a renunciar a la mujer de su vida por el bien de la lucha contra el fascismo. Aquella historia tuvo un final que se sustentó sobre una decisión ética que hacía bien a los protagonistas y, al parecer, a todos los espectadores porque por grande que fuera el amor entre Ilsa y Rick se antepuso la causa de la lealtad y la libertad.
Lo que han escrito PSOE y PP esta semana, con las rúbricas de Bolaños y Pons, no es amor, ni amistad, ni tampoco el prólogo de una gran coalición, aunque el guion que han escrito para Feijóo pase por nuevos acuerdos en el Banco de España, la CNMV o la CNMC. Es simplemente el estricto cumplimiento de una Constitución que la derecha ha ignorado durante más de cinco años. ¿Por qué ahora? Porque tras el 9J acaba un largo ciclo electoral con el que Feijóo ha salvado los muebles como los ha salvado también Sánchez, el partido sigue en tablas. Porque en Génova han entendido que la legislatura, en contra de sus pronósticos, tendrá profundidad, y no acabará en otoño. Y porque ante esa perspectiva de tiempos más largos que los que impone la conquista del titular del día, el PP no puede construir una alternativa seria de Gobierno ni de partido de Estado desde la permanente trinchera que le impone la derecha más ultra e inflamada.
El líder de los populares ha dado un golpe de autoridad, sí, ante quienes le presionaban desde dentro de su partido, con Aznar y Ayuso a la cabeza, para que mantuviera el bloqueo en el órgano de gobierno de los jueces. Pero se presenta de paso ante el independentismo catalán de Puigdemont como un partido capaz de llegar a acuerdos con los antagonistas. “Ha tomado -arguyen los suyos- una decisión propia de un líder”, pero ahora falta saber si esa nueva estrategia tendrá continuidad en el tiempo.
De momento, el PSOE y Sánchez, con su expresión de “para usted la perra gorda”, le están ayudando a que repose el acuerdo y a que pueda vender ante los suyos como grandes novedades cuestiones que no lo son porque ya fueron pactadas en el texto cerrado entre Bolaños y Pons en 2022, y que el PP rompió tras sucumbir a la presión de la derecha mediática, política y judicial. Sin embargo, aunque parezca que el clima entre los grandes partidos haya cambiado, en el fondo todo sigue inalterable.
Ni Sánchez ha prescindido de sus actuales socios ni el PP se ha convertido, con el acuerdo para la renovación del CGPJ, en su mejor amigo. Es más, no hay entre los líderes de los dos principales partidos la más mínima sintonía, sino una distancia inabarcable entre sus respectivas miradas sobre lo que es España y lo que le conviene a los españoles. Si acaso, una determinación mutua para pedir al pianista aquello de “Tócala, otra vez Sam” para renovar el Banco de España, la CNMC o la CNMV. Nada más. Porque lo de completar la película con un “si ese avión despega y no estás en él lo lamentarás. Tal vez no hoy, ni mañana, pero más tarde, toda la vida” sería el reflejo de un idealismo cinematográfico que jamás se da en la política, donde todo es tacticismo. También lo es la decisión del PP de desbloquear el CGPJ justo ahora. Ya saben que lo de incumplir la Constitución, según quien lo haga, es peccata minuta, por mucho que el giro de guion haya devuelto a la normalidad institucional al Poder Judicial y por unos días PSOE y PP se hayan elevado por encima de esa nube tóxica que invade hoy la conversación pública.
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