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Vaya con dios, monseñor

Javier Gallego

Españoles, Rouco ha dejado de ser el máximo representante de dios en nuestro país. Aunque más que un manager divino ha sido un portero de discoteca con un derecho de admisión tan restrictivo que le ha dejado a dios el garito más vacío que Jesucristo dejó el templo. Me va a permitir monseñor que le dedique este obituario a su muerte como jefe de la Conferencia Episcopal Española. Dice así.

En España, marzo de 2014, nos ha dejado tranquilos el cardenal Antonio María Rouco Varela, azote de rojos, maricas, bolleras, abortistas, mujeres libres, madres solteras, nacionalistas periféricos y demás infieles enemigos de la muy católica nación española. Tanta inquietud lleve como descanso deja pues mientras estuvo entre nosotros no dio más que guerra. Ni Dios misericordioso lo acogerá en su seno porque no hay dios que aguante tanta monserga.

Fue Antonio María presidente de la Conferencia Episcopal Española durante 12 años entre 1999 y 2005 y de 2008 hasta esta semana y en todo ese tiempo no dejó ni un día de meter el hocico en política, meter la mano en el cepillo y meter las narices en las vidas de los demás. Más que cura fue enfermedad. Le nombraron cardenal por las hostias que repartía a todo dios. No se vio tanta persecución en España desde el Gran Inquisidor.

Con su voz sin tono, monocorde y sibilina, voz de confesionario y de encantador de serpientes, poco de fiar, monseñor encantaba a la derechona lamesotanas y condenaba al fuego eterno al resto de la sociedad. Crucificó a los homosexuales por su “rebeldía contra la biología” y protegió bajo su casulla a obispos homófobos como el de Alcalá, comparó el aborto con los crímenes de la II Guerra Mundial y a los laicos con el anticlericalismo de los años 30 que fue origen de esa contienda, a los nacionalistas catalanes y vascos los acusó de atentar contra el bien moral de la unidad de España y a la mujer la relegó al papel de madre incubadora ama de casa o por decirlo con su evangélica metáfora, “parra fecunda en medio de su casa”.

Lanzó a sus hordas inquisitoriales a la calle a protestar contra el matrimonio entre personas del mismo sexo, contra el aborto o contra la Educación para la Ciudadanía pero jamás las movilizó contra las estafas bancarias, los recortes o el paro. No movió un dedo para ayudar a las familias empobrecidas y desahuciadas aunque le sobran inmuebles a nombre de la Conferencia Episcopal para dar cobijo a los que se han quedado sin hogar. Ni renunció a ninguno de los privilegios fiscales de la Iglesia mientras veía al resto de los españoles con la soga al cuello apretarse el cinturón.

Tampoco se acordó de las víctimas del franquismo a las que les dijo que “a veces es necesario saber olvidar” (sobre todo cuando la Iglesia forma parte de los recuerdos más oscuros de nuestra memoria histórica). Eso sí, no dejó de recordar a cada gobierno sus pretensiones de devolver a glorias pasadas la asignatura de religión y a fe mía que con Wert por fin lo consiguió. Cuando se trataba de pedir, monseñor podía ser un calvario y una cruz.

Ni siquiera en su despedida que coincidió con el décimo aniversario de los atentados del 11 de marzo, mostró la mínima caridad y generosidad. No tuvo misericordia de las víctimas que se habían unido por primera vez en diez años y aprovechó el púlpito que se le había dado para echar leña al fuego de la teoría de la conspiración que tanto daño ha hecho y a las víctimas ha desunido. Y no contento con que el acto oficial del 11M en un Estado aconfesional como el nuestro fuese una misa católica, denunció que se haya apartado a la religión de la vida pública. Cínico e inflexible hasta el final.

No le diré que dios le tenga en su gloria, monseñor, porque ni dios querría aguantar a un hombre tan intransigente y mezquino como usted durante toda la eternidad y eso que su paciencia es infinita. Pero es que usted sería capaz de excomulgar a la Santísima Trinidad por ser una familia disfuncional formada por un padre soltero, un hijo rebelde y una paloma. Si Rouco llegase al cielo, le montaba a dios una manifestación del Foro de la Familia. Por eso veo más probable, monseñor, que el diablo le lleve. Que el diablo le lleve como alma que lleva el diablo aunque en su caso no encontrará el pobre alma que llevar, solo carne, huesos y sombra.

Váyase con él a ese infierno al que usted llama cielo. Váyase monseñor a ese infierno de familias como dios manda, mujeres sumisas, madres sacrificadas, gays reprimidos y hombres rígidos como tela de sotana. Váyase a ese infierno que ahoga como un alzacuellos donde se lapida al diferente y la libertad se condena, donde abortar es matar pero no es matar dejar morir de SIDA, donde se clama contra la vida de otros pero se calla cuando a un inmigrante pobre le quitan la vida, donde el amor sin barreras es pecado mortal y el sexo es mancha pero se oculta en sacristías al pedófilo y al pederasta, ese infierno de cinismo en el que mandan los que odian la vida.

Vaya con dios, monseñor, a ver si por fin lo encuentra aunque va usted en dirección contraria. Tal vez eso le convenga porque como dios le encuentre un día, le manda a usted al infierno de cabeza. Vaya con dios, monseñor. Y por dios, no vuelva.

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