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OPINIÓN | 'Un error mayúsculo', por Javier Pérez Royo

A quién votas con 50 años

Una mujer coge una papeleta en un colegio electoral en las últimas elecciones andaluzas.

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Qué maravilla sería que, a partir de los 50 años, la crisis de la edad (que no es más que intentar reconocerse y reconciliarse con la imagen que te devuelve el espejo) se compensara con una posición económica, laboral y social asentada y sin grandes sobresaltos. Todos aguardando con impaciente calma a que los hijos titulados desfilaran desde la casa familiar, ya pagada, a vivir su vida, y con una todavía lejana pero deseable jubilación de libros, viajes y vinos en el horizonte. Nuestro voto, el cincuentón, estaría marcado por ese statu quo ideal y sería decisivo por encima de dimes y diretes, proclamas, macetas en el balcón y lonas gigantes

Pero nada más lejos de la realidad. Ya lo sabía Dante cuando escribió que “a mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado”. La vida tiende a pasarte por encima, y extraviarse a los 50 es tan frecuente, o más, que hacerlo a los 20. Si acaso, más irreversible. A los 50, hoy, es muy posible que te encuentres divorciada, viviendo de alquiler y lo peor de todo, en paro, a una edad en la que las posibilidades de reincorporarse al mercado laboral son inversamente proporcionales a la experiencia acumulada. Si no te has dedicado a amasar poder y propiedades, a partir de los 50 comienzas a ser invisible para las relaciones, las empresas y los partidos políticos, que no dirigen ni una sola propuesta a tu colectivo, supuestamente privilegiado, cuando el único privilegio existente, gobierne quien gobierne y por los siglos de los siglos, es el dinero.

No hay propuestas electoralistas para los de cincuenta que coquetean, a su pesar, con la pobreza. Será edadismo electoral. El CIS asegura que desde 2015 a 2023, el grupo de edad para el que más ha empeorado el nivel de vida es el de los 35 a 54 años, que viven en un frágil equilibrio entre los ingresos congelados y los gastos inflados. El gran problema del empleo en España, además del paro juvenil, son los parados de más de 50, los que no conseguirán nunca más un contrato laboral, los olvidados del sistema. España no es capaz de crear y retener puestos de trabajo para las personas de entre 55 y 70 años, un colectivo de más de 8 millones de personas. La tasa de empleo de mayores de 55 años de España es del 41%, diez puntos por debajo de la media europea (60%). La mitad de los nuevos parados son mayores de 50 años y uno de cada dos parados sénior son de larga duración, es decir, llevan más de un año buscando trabajo. Favorecer la reincorporación de este colectivo al mercado de trabajo es una asignatura pendiente que ningún partido ofrece en su programa. La escritora Azahara Palomeque, autora de Vivir peor que nuestros padres habla de fractura generacional sin remedio.

Aquí tenemos que hacer un alto, para evitar con un seco golpe de cadera el discurso populista de rencor entre generaciones, nuevo eslogan de un liberalismo dedicado a combatir la unidad de clase. Los jóvenes no pueden empezar a vivir sin precariedad y los de mediana edad no acaban de vivir con dignidad. El problema es común, pero el intento de transformar la lucha de clases en batalla intergeneracional es el último episodio de una estrategia derechizante que quiere becarios de todas las edades. El mismo mercado laboral que precariza a los jóvenes y expulsa a los mayores extiende la idea de que la culpa es de los trabajadores: los de 30 y los de 50 ya no se entienden ni se hablan, los séniors no quieren transferir el conocimiento y taponan la progresión de los jóvenes y los júniors no quieren trabajar con los mayores porque piensan que no aportan valor. 

Las mujeres de más de 50 años, las más castigadas por el paro y la precariedad, hemos encontrado una solución: un pacto de base con el resto de las mujeres. La sororidad existe pero ya existía antes de que, parafraseando a Gabriel García Márquez, hubiera una palabra para nombrarla y solo se señalara con el dedo. Sobrevivimos a base de lo que la escritora Gabriela Wiener conoce como “la amistad entre mujeres que ni siquiera son amigas”. 

Fue Albert Rivera el que afirmó que la regeneración política pasaba por dar poder a gente que había nacido en democracia, excluyendo de la ecuación a las generaciones que habían traído esa democracia. En sentido contrario, Arcadi Espada, antiguo compañero de partido, decía recientemente que “los jóvenes no saben absolutamente nada, todo lo que piensan sobre el mundo es equivocado”. Enfrentar a distintas generaciones solo hace olvidar los verdaderos objetivos de igualdad. Solo hay que recordar que mujeres de 50 años que no somos amigas vamos juntas a votar. Sin ánimo de lucro, solo para recuperar nuestro futuro.  

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