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Vox muere, sus ideas triunfan

Iván Espinosa de los Monteros, junto a Santiago Abascal el 23J.

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La salida de Iván Espinosa de los Monteros de Vox como consecuencia de la lucha por el poder interno ha tenido dos efectos, uno esperable y otro inesperado. Era de esperar que la espantada de una de sus caras más conocidas y sólidas dañase al partido de extrema derecha y acelerase los relatos sobre su descomposición y su deriva antipolítica tras la pérdida de escaños del 23J. El efecto inesperado es la aceptación general de que en la formación presidida por Santiago Abascal había una facción liberal con poder, cuando es cuestionable que en el bloque de la derecha, incluyendo el PP, exista una verdadera corriente liberal más allá de un individualismo simplón e insolidario y un capitalismo que, en amplios periodos de la historia reciente de España, se puede calificar “de amiguetes”. El gran éxito de Vox ha sido, precisamente, aprovecharse de la debilidad sistémica del liberalismo español para imponer, también entre muchos dirigentes del PP, una narrativa populista, autoritaria, reaccionaria y de ataque a las minorías y a las mujeres.

El PP ha asumido como suyo buena parte del ideario de Vox precisamente por su déficit de cultura política liberal, el peso del conservadurismo de raíz nacional-católica en sus filas y su tendencia a dejarse llevar por la retórica patriota y defensora de las esencias en el relato fantasioso de la España y la antiEspaña. Los pactos del PP y Vox en cuatro Comunidades Autónomas y 140 municipios y la cesión a la formación de Abascal de las consejerías y concejalías de agricultura, cultura o asuntos sociales son la muestra de que el Partido Popular no solo no tiene límites ideológicos o éticos al tratar con el partido ultra sino que asume sin despeinarse sus postulados. En este sentido, las decisiones de los de Feijóo son solo posibilistas: Vox es válido si sirve para alcanzar el poder, y la muerte de Vox también es válida si sirve para ese mismo fin; por ese motivo, la formación ultra puede ser un día un partido de estado constitucionalista, cuando regala los escaños para la investidura, y al día siguiente un partido antisistema e integrista, cuando la salida de uno de sus dirigentes más populares muestra a la ciudadanía la única y verdadera cara de la extrema derecha.

La memoria es frágil pero no han pasado ni tres meses de las elecciones autonómicas que propiciaron el matrimonio entre el PP y Vox. Jorge Buxadé, hoy convertido en verdugo de una inexistente moderación de Vox, ha sido el hacedor de todos los pactos entre ambos partidos a lo largo y ancho de España. Fue Buxadé el que viajó a Mérida para apuntalar el acuerdo en Extremadura a pesar de María Guardiola y también fue Buxadé el que se personó en Zaragoza para bendecir el pacto que hizo presidenta de las Cortes aragonesas a la ultra Marta Fernández. Podría haber sido Espinosa de los Monteros, supuesto liberal pero solo en lo económico, igualmente a favor de eliminar los puntos violetas y concejalías de Igualdad, negar la violencia machista y no respetar los minutos de silencio en otro verano negro de mujeres asesinadas. De cara a la galería, el PP actúa con Vox como el capitán Renault, el corrupto jefe de policía de Casablanca, cuando cierra el café de Rick exclamando: “¡Es un escándalo! ¡He descubierto que aquí se juega!”.

Ha sido Alberto Núñez Feijóo el que ha hecho que la extrema derecha sea mainstream, convencional, asumible. Y ese es un camino de no retorno. Vox puede desaparecer, pero sus ideas se han incorporado con éxito a la corriente política aceptable, y pervivirán y marcarán la política durante años. En el plano narrativo, gracias al PP, ya no se distingue la derecha de la extrema derecha, porque existe un solo discurso, una única estrategia y los mismos enemigos. En La lengua del Tercer Reich, el filólogo judío Victor Klemperer explica que hay palabras que contienen pequeñas dosis de veneno: se consumen sin aparente daño hasta que, un día, tienen un efecto letal. Con las ideas de ultraderecha que ha normalizado el PP ocurre y ocurrirá lo mismo: Vox puede desaparecer pero, si no lo evitamos, sus ideas permanecerán y crecerán hasta erosionar, sin remedio, la democracia. 

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