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Gaslighting y polarización

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En una ocasión anterior, explicamos la inversión de la relación entre significado y significante efectuada por Jacques Lacan y la aplicamos al término “igualdad”, usado por el PP como lema de su campaña contra la amnistía. Ahora la aplicaremos a un significante cuya crítica o defensa se ha convertido en el estandarte identificativo de los dos bandos enfrentados en las Cortes Generales, a saber PP/Vox versus los demás. La aplicaremos al significante “amnistía”.

Este estandarte se suele exhibir impúdicamente gracias a diversos condicionantes psicológicos, uno de los cuales es el “gaslighting”. El “gaslighting” es un instrumento psicológico que permite repetir unas palabras con la naturalidad del eco e inhibir otras con la eficacia del tabú.

El anglicismo “gaslighting” se está popularizando para referirse a una forma de manipulación y abuso psicológico que nos hace cuestionar la propia memoria e, incluso, la propia percepción. El abuso nos hace dudar del criterio propio y nos hace cobijarnos bajo el paraguas de las creencias cuya justificación se fundamenta en una determinada autoridad externa. Se dice que el término proviene de una obra teatral de 1938, “Gas Light”, en la que un marido intenta convencer a su esposa y a sus amigos de que está loca: cuando baja la luz de gas, insiste en que ella se lo está imaginando. ¿Nos estará pasando lo mismo en relación con los temas de la actualidad política? ¿Nos harán imaginar no solo lo que está pasando, sino también lo que ha pasado en relación con la amnistía? ¿Es inevitable? ¿Funciona el relato del pasado como la luz de gas de la obra teatral? ¿Es un instrumento en manos de abusones que nos hacen dudar del criterio propio? La respuesta sensata sería que muchas veces sí.

En algunas ocasiones la percepción del presente está guiada desde el exterior, como prueban los experimentos de alucinaciones auditivas con White Christmas de fondo y visuales con Mooney images. Estos experimentos psicológicos se pueden ver reflejados, por ejemplo, en el uso que se hace de determinadas imágenes para probar la existencia de los tribunales lingüísticos que prohíben el uso del castellano en los patios de los institutos públicos valencianos o catalanes. He trabajado en más de quince y nunca me he cruzado con un tribunal de esas características. Sí me he topado con algún interlocutor ajeno al mundo de la enseñanza que me ha espetado que en los institutos valencianos se obliga a los alumnos castellanoparlantes a hablar en vernáculo en el patio. Alucinante, ¿no?

Pero no solo podemos alucinar en el presente, también podemos distorsionar la memoria del pasado; de aquí que la percepción y la memoria no sean meros mecanismos de justificación interna de las creencias, sino que estén sometidas al oleaje incesante de las influencias externas. En suma, lo que creemos depende en gran medida de lo que creen los demás, es decir, de las creencias de compañeros y de aquellos que consideramos autoridades en una cierta materia: los gaslighteadores.

Además, la percepción se somete a un proceso constante de reelaboración mediante inferencias argumentales: no paramos casi nunca de pensar para nuestros adentros y de repetirnos silogismos o argumentos. Por ejemplo, no paramos casi nunca de plantearnos silogismos disyuntivos: A o B, no es A, entonces tiene que ser B. (Amnistía o igualdad, no a la amnistía, entonces se defiende la igualdad). El silogismo disyuntivo sería el argumento fundamental de la polarización.

En cambio, la dialéctica nos invita a pensar qué hay detrás de la oposición o disyunción, qué es lo común que subyace a los contrarios.

¿Qué tienen en común los creyentes en la igualdad de todos los españoles y los creyentes en los beneficios de la amnistía?

Lo común es el gaslighting. Es enrocarse fervientemente en una creencia quasi-religiosa y convencer a los demás de que, si no comparten nuestra percepción, están siendo víctimas de un mentiroso compulsivo que esparce su alucinación por doquier. Sin embargo, la alucinación es muy nuestra, muy humana. La alucinación es incluso inevitable en algunas ocasiones: como especie hemos creído en castigos eternos, en marginaciones grupales o en naciones perseguidas. Las alucinaciones colectivas han proporcionado ventajas para la cohesión social y el que no ha creído en ellas ha sufrido el juicio inquisitorial, el ostracismo y, ahora, el gaslighting. Vamos mejorando: el gaslighting parece menos lesivo que la hoguera inquisitorial.

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