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¿Para cuándo la renuncia de la herencia de Marivent?

Marcelino Cotilla

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Cuando el 15 de marzo de 2020, a tenor de las implicaciones éticas (que no legales: en España raramente coinciden ambos aspectos) de los escándalos financieros de su padre, Don Felipe de Borbón anunció a bombo y platillo, con la connivencia de los periódicos del régimen como El País, que renunciaba a la herencia que pudiera corresponderle, se estaban asumiendo desde la Jefatura del Estado dos extremos, cuando menos paradójicos.

El primero de ellos es una verdad de perogrullo que la historia nacional asume sin paliativos: aceptar implícitamente con ese gesto que la herencia de la familia borbónica no es para nada limpia. Al irse de España ante posibles repercusiones judiciales que luego no se cumplieron, Don Juan Carlos seguía la estela familiar de Borbones que se van de España al ser acusados de cuestiones financieras (por citar solo un ejemplo, el caso de Isabel II).

El segundo de ellos, más peliagudo, anunciando un gesto que el Código Civil español no permite (como recordó el diario Público): renunciar a la herencia antes de que el progenitor muera (artículo 991).

Da la sensación, sin embargo, que en este último extremo el diario Público erraba parcialmente. Sí, porque habría que comprender qué entendía la Casa Real por “herencia”. Hay herencias que se refieren a incremento de patrimonio, pero hay herencias que, en el caso de Don Juan Carlos, acostumbrado a recibir honores y regalos que, en teoría, gestiona el Patrimonio Nacional, o que a veces se cargan a cuenta de fondos reservados (por ejemplo, las costosísimas embarcaciones que, como ha demostrado Rebeca Quintans, poseyó a lo largo de su vida y que fueron un agujero de despilfarro para quienes las costeábamos, es decir, todos los contribuyentes), se refieren a bienes de usufructo de contratación poco clara.

Como acaba de demostrar eldiario.es, el Palacio de Marivent es uno de ellos. Obviamente, el disfrute del Palacio de Marivent como residencia veraniega, donado por la familia originaria con fines muy diferentes, para que se constituyera en un museo público, es una herencia de Juan Carlos I, que, claro está, lo heredó de Francisco Franco, como tantas otras cosas, por ejemplo la Jefatura del Estado.

Así pues, nuestro actual Jefe del Estado, en vez de anunciar que renuncia a una herencia irrenunciable, tal vez podría empezar por demostrar, a diferencia de lo que decía “Público”, que sí renuncia, en vida su padre, a partes de esa herencia de procedencia franquista. Hace muchos años que no existen los Príncipes de España. Hace muchos años que la ciudadanía espera que se le restituya lo que por incumplimiento de contrato le fue usurpado por fuerza de la costumbre, que es la peor de las herencias.

Así pues, Don Felipe: ¿para cuándo la renuncia de la herencia de Marivent como residencia fija de verano, que es parte de la herencia de su padre? ¿O habrá que pensar que todo forma parte de una gran y pesada incongruencia, no solo del pasado, sino también actual?

Cuando el 15 de marzo de 2020, a tenor de las implicaciones éticas (que no legales: en España raramente coinciden ambos aspectos) de los escándalos financieros de su padre, Don Felipe de Borbón anunció a bombo y platillo, con la connivencia de los periódicos del régimen como El País, que renunciaba a la herencia que pudiera corresponderle, se estaban asumiendo desde la Jefatura del Estado dos extremos, cuando menos paradójicos.

El primero de ellos es una verdad de perogrullo que la historia nacional asume sin paliativos: aceptar implícitamente con ese gesto que la herencia de la familia borbónica no es para nada limpia. Al irse de España ante posibles repercusiones judiciales que luego no se cumplieron, Don Juan Carlos seguía la estela familiar de Borbones que se van de España al ser acusados de cuestiones financieras (por citar solo un ejemplo, el caso de Isabel II).