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¿A dónde vas, Felipe?

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Los finales hacen olvidar los principios. O puede ser que cerca de los finales —quiero decir, después de casi todo— ya te da igual que descubran que los principios eran falsos. ¿O se debe tan solo a que algunos envejecen muy mal?

En Suresnes, enterró a Rodolfo Llopis y a los históricos. En el Congreso extraordinario de septiembre de 1979 convenció a la mayoría para que el PSOE abandonara a Marx y evolucionara hacia la socialdemocracia europea reformista. Fue dejando en el armario de los recuerdos la chaqueta de pana, se hizo liberal y, tras retirarse de la primera línea de la política, prefirió el yate, el Cohíba y las hectáreas terrenales, abrazando la riqueza, en un imparable camino de desideologización desde diversos consejos de administración.

En el entremedio obtuvo la mayoría absoluta más abultada de la democracia hasta hoy, llevó a España a Europa y a la OTAN y siguió una política económica liberal combinada con reformas sociales. La reconversión industrial, el recorte de las pensiones o la flexibilización del mercado de trabajo provocaron un enfrentamiento con los sindicatos. Bajo el lema «Hay que pararlos. Te juegas mucho», tuvo lugar el 27 de enero la huelga general de 1994 contra la reforma laboral aprobada por su gobierno. Días antes, cuando le preguntaron por su estado de ánimo ante el conflicto, dijo que él no era depresivo, sino ciclotímico, de modo que la huelga, aunque triunfara, no le iba a deprimir. Después de ciclotímico devino en narcisista, como corresponde.

Además de algunos casos graves de corrupción, la aparición del GAL y el terrorismo de Estado practicado contra ETA supone, en mi opinión, lo peor de su gobierno. Crear un monstruo como el GAL para acabar con otro como ETA supone tener dos monstruos.

Aunque muchos piensan que detrás de la X del GAL tenía que estar Felipe González, esto no pudo demostrarse. En este país, a veces la inteligencia, cuando interesa al poder, es muy torpe. Vean si no, como años después, no se ha podido llegar a descubrir quién es ese tal M. Rajoy que figura en los papeles de Bárcenas.

Aunque no es el primero ni el último, Felipe recurrió en su momento, con rictus nostálgico acorde, a la metáfora de los jarrones chinos: «Siempre he dicho que un expresidente es un jarrón chino en un apartamento pequeño. Es un objeto de valor, pero nadie sabe dónde ponerlo. Y ahora además corre el riesgo de que un niño le dé un codazo y lo acabe tirando a la basura».

En desacuerdo con tal posibilidad él eligió ser mosca cojonera —nada de zoología, no me refiero a la superfamilia Hippoboscoidea—. Saramago decía que un escritor de verdad era una mosca cojonera. No lo discuto, aunque yo lo veo más claro en ese jefe de empresa familiar, ya jubilado, que sigue yendo a diario a «ayudar» a su hijo y heredero del negocio hasta que la cosa termina como el rosario de la aurora. Y a fuer de ser sinceros, Felipe eso lo hace muy bien. No pierde oportunidad de dar caña a los «¿suyos?», la última en la entrevista del programa de Pablo Motos, el periodista de humor azul gaviota. En ella, el que fuera galardonado en 1993 con el Premio Carlomagno, que distingue a personalidades con un gran sentido europeísta, su principal aportación a esta campaña electoral de las europeas fue desacreditar a la izquierda en su conjunto sin ninguna crítica a la derecha; ni siquiera mencionó a Meloni, Le Pen o Abascal, como nos recuerda Ignacio Escolar.

Es vox (uy, perdón) populi que su militancia socialista actual obedece a una costumbre que no se corresponde con la realidad ni con los sentimientos que trasmite: hoy en día milita en el antisanchismo y en el antizquierdismo. Es decir, que va camino de hacer un Leguina o un Tamames.

«Váyase señor González» le exigía Aznar con pertinacia y vehemencia hasta que lo consiguió tras las elecciones de 1996. En un artículo de 2 de mayo —una fecha muy madrileña, muy PSOE y muy Casa Labra— de 1994, titulado Felipe, dimisión, Umbral escribe: «Váyase a la oposición, a Maastricht, a Triana, pero no se crea imprescindible». No son pocos los compañeros de partido que ahora le piden «vete, Felipe». Aunque no es fácil conjugar el verbo ir —utilizado como pronominal— en primera persona en el sentido de hacerlo hacia la estantería como un jarrón chino, sí que parece sencillo envejecer hacia la derecha.

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