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Escuelas de patriotismo en Rusia: Kaláshnikov y cine bélico

La veterana activista rusa Valentina Melnikova, fundadora del movimiento cívico que vela por los derechos de los soldados rusos desde tiempos de la Unión Soviética, durante una entrevista con la agencia Efe en Moscú, Rusia. Aprender a disparar con Kaláshnikov, ver películas patrióticas y hacer deporte al aire libre. Esa es la semana de instrucción militar a la que están obligados todos los alumnos rusos de 16 años, aunque son minoría los que, aún así, quieren servir a la patria en las filas del Ejército.

EFE

Moscú —

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Aprender a disparar con Kaláshnikov, ver películas patrióticas y hacer deporte al aire libre. Esa es la semana de instrucción militar a la que están obligados todos los alumnos rusos de 16 años, aunque son minoría los que, aún así, quieren servir a la patria en las filas del Ejército.

“Solo hay una ideología posible en una sociedad democrática moderna, el patriotismo”, declaró el presidente ruso, Vladímir Putin, la pasada semana en su rueda de prensa anual.

Una de las últimas decisiones que Putin aprobó como primer ministro el 31 de diciembre de 1999, el día que llegó al Kremlin como primer ministro interino y candidato presidencial, fue recuperar la conocida como Preparación Militar Inicial de los tiempos soviéticos, que había sido anulada con la caída de la URSS en 1991.

En un intento de promover el patriotismo entre los adolescentes rusos, estos son enviados a campamentos militares o patrióticos, donde instructores les enseñan los conceptos básicos de la defensa nacional y les intentan preparar psicológica y físicamente para servir en el Ejército.

“Una de las primeras cosas que hicimos fue cantar el himno, pero casi nadie lo sabía”, comentó a Efe Marat, estudiante de una escuela secundaria moscovita que completó esa semana de instrucción a las afueras de Moscú.

Las clases teóricas se centran en explicar a los jóvenes el funcionamiento del Ejército, los rangos y la doctrina militar, y las funciones que cumplen, incluida la asistencia a la población civil en caso de desastre natural.

“Los hombres deben ser capaces de defender su patria y a sus seres queridos con un arma en las manos”, aseguran sus partidarios.

En cambio, la veterana activista Valentina Mélnikova considera que “nadie se responsabiliza de lo que ocurre con los menores de edad -ni la escuela ni el Ejército- en un lugar que es peligroso para su integridad física”.

“Es un problema legal”, declaró a Efe Mélnikova, la presidenta de la Unión de Comités de Madres de Soldados.

Las clases teóricas y las arengas están acompañadas de películas patrióticas y bélicas de dudosa calidad, como la que homenajea al legendario tanque T-34, la que narra el heroísmo de los soldados rusos en los Balcanes -los serbios son siempre los buenos- o la cinta sobre la batalla de Sebastópol (Crimea) en la Segunda Guerra Mundial.

Lo único que recordarán toda la vida es la primera vez que empuñaron un Kaláshnikov (AK-74), el fusil más utilizado de la historia del siglo XX.

Al tercer día los instructores les enseñan a desmontarlo y montarlo. Para hacer más llevadera la instrucción cronometran a los jóvenes para distinguir a los que logran hacer dicha operación en el menor tiempo posible.

Todos los campamentos disponen de un polígono de tiro donde entrenan algunas unidades militares o la Guardia Nacional. Tendidos en el suelo, los jóvenes deben disparar a una diana colocada a cien metros de distancia.

“Fue interesante. Por supuesto, no es como el Ejército, pero la instrucción te da una idea de cómo será el servicio militar”, señala Serguéi, compañero de clase de Marat.

En cambio, Kiril cree que la instrucción es una “total pérdida de tiempo”, ya que no aprendió nada nuevo y criticó tanto el “mal estado” de los Kaláshnikov -la mirilla estaba torcida- como la insalubridad en los campamentos.

Aunque las chicas están exentas, Ira cree que la instrucción debería ser obligatoria para todos los escolares “independientemente del sexo”. Ella sueña con ser piloto de la Fuerza Aérea, aunque asegura que de otro país.

Una instructora les explica las posibilidades de lograr la exención del servicio militar, aunque les advierte de que eso significa que nunca lograrán trabajar en la administración pública.

“No conozco a nadie que quiera hacer el servicio militar, ni siquiera los más patriotas”, comentó Marat.

Bueno, con la excepción de Serguéi, quien sí quiere ir al Ejército, ya que lo considera su “deber”. “El que no sirvió en el Ejército no es hombre”, asegura medio en broma repitiendo la frase propagandística acuñada en tiempos soviéticos.

Mélnikova considera que en las Fuerzas Armadas rusas ya no hay novatadas salvajes, como antaño, pero denuncia que hay un gran número de denuncias de extorsión y de explotación de los reclutas.

El ministro de Defensa, “Serguéi Shoigú, ha perdido el control de las unidades militares”, dijo, y denunció el envío de reclutas al Donbás, lo que tachó de “ilegal”.

Es por eso, agregó, que “los jóvenes rusos ven el servicio militar como algo inevitable, como la lluvia, el viento o la nieve” y son “muy pocos” los que quieren servir a la patria como soldados.

“El servicio militar no es rentable económicamente. El problema es que Putin ya ha dicho que él nunca acabará con el reclutamiento obligatorio. Para Putin esa gente no es nadie, es polvo”, lamentó la activista.

Ignacio Ortega

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