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Libros en Recife o más armas en Rio, dos formas opuestas de frenar el crimen

Fotografía de archivo del 22 de septiembre de 2019 que muestra el entierro de Agatha, la niña de 8 años muerta hace dos semanas por una bala perdida en una operación policial en Río de Janeiro (Brasil).

EFE

Recife/Rio de Janeiro (Brasil) —

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Podrían haber sido protagonistas de la misma historia fatal de Agatha, la niña de 8 años muerta en Rio de Janeiro hace dos semanas por una bala perdida en una operación policial, pero Larissa y Washington, en las favelas de Recife, tuvieron la suerte de crecer en un entorno diferente.

La ciudad del noreste brasileño, que a comienzos de este siglo fue la capital más violenta del país, con una tasa de 70 homicidios por cada 100.000 habitantes, apostó por adoptar el modelo de “paz y convivencia” de las barriadas de Medellín, en Colombia, y en los últimos años ha logrado reducir esos números por la mitad.

En Río de Janeiro, con una política de seguridad represiva, la reducción de homicidios en lo que va de este año llegó al 21,5 % en los ochos primeros meses comparado al mismo período de 2018, pero con un peaje alto: el número de civiles muertos en operativos policiales se elevó un 16,2 % en el mismo comparativo.

Dominadas por narcotraficantes o milicianos (paramilitares), las favelas cariocas cargan historias como las de Agatha Félix, de 8 años y muerta en septiembre por un disparo cuando llegaba de un paseo en una furgoneta, o el emblemático caso de Amarildo de Souza, el albañil que fue detenido y del que nunca más se supo su paradero.

Mientras, las favelas de Recife cuentan otro tipo de historias desde que las 'Fabricas de Ciudadanía', recientemente considerado por Oxfam Brasil como el mejor programa de reducción de desigualdad del país, fue implementado en los Compaz, los modernos centros comunitarios que reúnen asistencia social, bibliotecas, deporte y cultura.

Larissa Araujo, de 11 años, es una niña con un entorno muy parecido al de Agatha en Río de Janeiro.

Pero la llegada en 2016 del primer Compaz de Recife al barrio Alto de Santa Terezinha, en una de las laderas de la periferia de la capital de Pernambuco, le ha permitido incorporar el ballet y otros valores a su infancia.

“Si no tuviese ballet en el barrio yo me quedaría en casa pasando todo el tiempo con el celular”, pero con el Compaz los niños “ahora van a la biblioteca, se ponen a leer libros, algunos tienen clases de judo, de natación”, comentó a Efe la pequeña bailarina, conmocionada por la muerte de Agatha.

Con un pasado en el que convivió con la delincuencia y el crimen en Alto de Santa Terezinha y que estuvo al borde llevarlo por “el mal camino”, Washington das Neves, de 36 años, se ha convertido en una de las historias vivas de superación en las barriadas de Recife.

“Es muy importante el Compaz para todo el territorio brasileño porque ayuda a los niños y jóvenes a salir de la criminalidad. Muchos niños que estaban por el mal camino son ahora campeones pernambucanos (de artes marciales) y están bien en la escuela”, relató a Efe el ahora instructor y cinturón negro de jiu-jitsu.

Das Neves considera que los Compaz, que acogen en Alto de Santa Terezinha a 14.235 personas, y desde 2017 en la segunda unidad del barrio Cordeiro a otras 19.057, son “una herramienta” para sitios que tenían “crímenes por todo lado”.

“Hoy en día no hay homicidios porque los niños tienen una actividad para hacer”, reforzó.

Alto de Santa Terezinha, que era uno de los barrios más violentos de Recife y una conocida guarida de ladrones de bancos de todo el noreste, no registró ningún homicidio durante 2018 y en lo que va de este año.

Para conseguir esos números positivos, el secretario de Seguridad Urbana de Recife, Murilo Cavalcanti, viajó hace seis años a Medellín, “que ya fue la ciudad más violenta del mundo y pasó por un cambio extraordinario”.

Fue entonces que, en cooperación con los asesores colombianos, proyectó los Compaz para combatir la “epidemia de violencia”.

Con dos nuevas unidades de los Compaz en construcción, Recife espera en los próximos diez años reducir todavía más la tasa de homicidios, “hasta diez por cada 100.000 habitantes”, destacó el secretario.

Diferente del “eje de la prevención” que se trabaja en Recife, Cavalcanti cuestionó la política implantada en materia de seguridad ciudadana por el actual gobernador de Río de Janeiro, Wilson Witzel, muy criticada por los organismos internacionales.

“La solución en Río viene de la mano de Medellín: combatir el crimen con mano dura, pero de la mano con la inclusión social, a través de inteligencia”, aseveró.

En la misma línea se expresó la directora de la organización no gubernamental Redes da Maré, Eliana Sousa Silva, quien trabaja desde Rio de Janeiro en el enorme complejo de favelas de Maré.

“Se trata de una política ineficaz que no respeta a todos los ciudadanos. No reconoce los derechos de la población como un todo y viola los derechos de una parte importante de los habitantes de Río de Janeiro”, coincidió en diálogo con Efe.

De acuerdo con esta especialista en políticas de seguridad pública, la gobernación carioca está midiendo el éxito de las operaciones policiales por el número de drogas y armas decomisadas, pero no por el de muertos y violaciones a los derechos humanos.

Waldheim García Montoya

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