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Operación Sana: seis escenas de niñas en un infierno atroz de aquí al lado

El poblado donde las menores eran prostituidas está en el barrio madrileño de San Cristóbal de Los Ángeles

Pedro Águeda / Alberto Pozas

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La Avenida de Andalucía es una opción para recorrer el primer tramo hacia la felicidad de los madrileños que salen en coche rumbo a las playas de Cádiz. Antes de salir de la ciudad van dejando, a derecha e izquierda, los distritos donde más difícil es vivir y donde antes se muere. Desde los semáforos que plagan la arteria urbana es difícil distinguir las historias que sostienen esas estadísticas oficiales. Y sin embargo, están allí, a pocos metros de los márgenes de la carretera. 

A unas cuantas paradas de la Puerta del Sol, línea de metro directa, ocurrieron las cinco escenas que se relatan a continuación y a las que la jueza, la fiscal y los policías de la Operación Sana confieren el crédito necesario para que algunos de sus presuntos autores permanezcan en prisión provisional. Advertencia: en todas ellas aparece el cuerpo menudo de una adolescente, de seis niñas en total, sometido a un infierno de agresiones sexuales y adicciones. La Policía investiga otros cuatro casos.

La casita

Cuando la Policía dio con H, el 23 de junio pasado, hacía unos días que había cumplido quince años. La encontraron en una chabola del poblado construido, derribado y vuelto a levantar de San Cristóbal de Los Ángeles, el barrio que parte en dos la Avenida de Andalucía. Con ella había dos adultos y uno de ellos había mantenido relaciones sexuales con la niña. Probablemente a cambio de droga. La chabola es utilizada por los yonquis de la zona para fumar base, una sustancia de menor precio que la cocaína y que provoca un subidón más fuerte y breve. Cuando H no consume tiene dolores por todo el cuerpo. Los agentes la buscaban por la denuncia de un familiar. 

Los padres de H se separaron y dejaron a la niña con una tía y sus primos a los 4 años. Aunque su relación no fuera buena siempre era mejor que las temporadas con su padre. Él es un adicto que vive en una casa ocupada de Vallecas. Enseñó a la niña a consumir, a robar… y la prostituía. A la infravivienda donde ocurría H la llama “la casita”. Él y su padre necesitaban 70 euros al día, 35 cada uno, y H los traía. Un día la Policía paró a la menor y en la mochila no llevaba libros ni el pijama para dormir en casa de una amiga del 'insti'. Dentro había gel lubricante, toallitas, ropa interior. Los familiares dicen que H tiene debilidad por su padre.

La adolescente debía residir en un centro de menores de la Comunidad de Madrid, pero el régimen es abierto y se escapaba continuamente. Los trabajadores lo denunciaban. Servía de poco. Uno de ellos dijo a la Policía que H siempre busca “el afecto de mayores y que ellos hacen con ella lo que quieren”. Especialmente su padre, que la “vendió” a un tal Kalifa, de origen dominicano, a cambio de dos bolsas de cocaína, según dijo ella misma. El progenitor dejó de prostituirla para que siguiera haciéndolo otro. 

Kalifa también se drogaba con ella, se acostaban y la repartía como mercancía sexual a quien quisiera en el poblado pasar el subidón de base teniendo sexo con una menor. H contó cosas a los policías. No escatimó detalles. Había un rumano cincuentón que le daba “asco”, pero necesitaba el dinero para la droga. También habló de otras chicas, menores como ella. 

El sumario incluye un informe de la directora del centro de menores de Aranjuez. Preocupados por la situación, logran contactar con la madre. Esta cuenta a la trabajadora social que cree que H para con su padre y que están consumiendo drogas juntos. “La información es confusa, cuando se le pregunta por qué no se pone en contacto con la residencia o con la Policía cuando ocurre esto, o por qué no va a buscar a su hija, muestra indiferencia. No se percibe angustia ni nerviosismo ante la situación”, se lee en el informe. Con esa indiferencia la madre relata un encuentro con H. La niña le dijo: “Me he follado a dos por 20 euros y medio gramo”. Según la madre, a continuación se marchó a darle a su padre los 10 euros que le correspondían. 

En marzo, H volvió al centro de menores. Pese a tener 14 años era consciente de lo que le pasaba, de cómo crecía su adicción, del riesgo que corría en la calle. Y quería salir de aquello. Regresó al instituto y le pidió a sus nuevos compañeros que no la incitasen a hacer pellas. Contaba a las trabajadoras del centro que estaba “feliz”. Duró diez días antes de volver a escaparse. Dio tiempo a que los médicos detectaran que tenía sarna. Se le volvió a encontrar en compañía del padre, llena de moratones, muy delgada… En la mochila tenía preservativos, una cuchilla y una tarjeta de hotel. Volvió a huir en menos de 24 horas. 

El estanco

La tarde del 31 de agosto, la víspera de que Madrid recuperara la normalidad de septiembre, una niña irrumpió en plena calle del barrio de Usera pidiendo ayuda. C le contó al estanquero que llevaba tres días secuestrada en el bajo de un edificio, vigilada por una “vieja gitana” y violada repetidas ocasiones por “un dominicano” del que había escapado mientras dormía. No quería presentar denuncia, pero pedía que la llevaran a un médico. En el Doce de Octubre, los facultativos comprobaron que sangraba por el ano. 

Finalmente, fue la directora del centro de menores de Paracuellos del Jarama, donde residía, quien acudió a la Guardia Civil. La chica contó que tiene un novio dominicano, distinto al que había abusado de ella, al que todos llaman Kalifa. Cuando la información se trasladó entre cuerpos policiales, los agentes del Grupo XXII de la Brigada de Policía Judicial supieron de inmediato que el de H no era un caso aislado. 

Los policías ya habían oído la declaración de una testigo protegida acerca de otra novia de Kalifa, también menor, que estaba “enamoradísima” de él. Se trataba de la chica violada durante tres días. Además H también había hablado de una casa donde se fumaba cocaína y que pertenecía a una mujer mayor de etnia gitana. C había pasado tres días sin comer ni poder ir al baño. Se había orinado encima. Tiene 14 años. 

Tres meses después, el 22 de noviembre, la Policía detuvo al Kalifa, Ronaldo Antonio M. C, de 25 años. La noche anterior había pegado una paliza a C, a la que había seguido prostituyendo desde el episodio de agosto. Por la mañana, ella huyó después de despertarse y verle encima con un cenicero en la mano, en actitud de golpearla. “Hija de puta, zorra, vete y no vuelvas más”, dijo el Kalifa antes de que C lograra alcanzar la calle.

C no recordaba más de lo que había pasado en los últimos días, colocada de base como había estado desde que volviera a huir del centro de menores. Los policías lo imaginaron: de nuevo presentaba sangrado anal y vaginal. C contó que conoció al Kalifa por Instagram, que se hizo de los Dominican Don’t Play, pero que no quiere volver a esa banda nunca más. 

La comisaría

La investigación, en ocasiones, ha tenido que ir hacia atrás. Rebuscando en casos similares, los agentes encontraron la declaración de una mujer que en febrero de 2020 había acudido a comisaría desesperada porque su hija se fuga con pandilleros dominicanos para consumir droga. Cuenta que está enganchada. Ella sabe que A y sus proxenetas se mueven por Villaverde porque no tienen problema en fotografiarse en la zona y colgarlo en Instagram. La mujer apunta a las chabolas de San Cristóbal. En una ocasión fue a recoger a su hija y la encontró casi inconsciente. La mujer habla de un tal Ismael Rafael D.M, un tipo con una condena de ocho años de cárcel. 

Cuando arranca la operación Sana, los policías obtienen el testimonio de una menor que habla de A. Tiene unos catorce años y el dominicano al que se refería su madre es conocido como Chuky. “Está enganchadísima. Le gustan los dominicanos y se va con ellos a cambio de droga. Fue Chuky quien conoció a la chica por Instagram, comenzó a darle porros hasta que se acostó con él”, cuenta una testigo, quien asegura que A tiene una discapacidad mental. 

El coche

L le dijo a la policía que ella no se drogaba, que las demás sí. Que lo único malo que había hecho era transportar paquetes para los “dominicanos”, pero que cuando se dio cuenta que llevaban droga, lo dejó. Un mes antes de esa declaración, en septiembre pasado, le consta una detención por traficar con drogas junto a dos varones. Los policías creen que ejercía además la prostitución.

D se ha escapado en multitud de ocasiones del centro de menores. Consta porque sus responsables siempre lo han denunciado. En su declaración contó a los policías que había visto en las chabolas de San Cristóbal a mujeres mayores y menores de edad tener relaciones sexuales con “dominicanos, marroquíes y españoles” a cambio de “una especie de piedras blancas envueltas en bolsas de plástico transparentes”. De lo que no habló es de que ella también era utilizada para el tráfico de estupefacientes. 

L y D nacieron en Marruecos hace 17 años. El 21 de septiembre la Policía Municipal las encontró entrando en un coche en el polígono Marconi, escenario de la prostitución callejera en el sur de Madrid. Estaban junto a un hombre de 59 años. Él dijo que las vio desprotegidas y que se prestó a llevarlas al centro. L se apresuró a decir que no son prostitutas, que ella y su amiga solo van a Marconi a fumar base y que el tipo del coche las iba a llevar a Madrid a cambio de 5 euros. 

Cuando los policías hacían las comprobaciones, una decena de personas se han ido acercando y saludando “efusiva y amistosamente” a las dos menores, según consta en el acta policial. “¡Ya tengo lo vuestro!”, le llega a gritar una de esas personas a las chicas pese a que está la policía delante. En la mochila, L lleva perfume y 50 euros. Dice que el dinero se lo ha dado su abuela. El hombre y ella se van libres. D es trasladada a dependencias policiales porque le consta una reclamación del centro de menores de Guadalajara. 

La madrugada

En ese mismo polígono apareció M después de un día desaparecida. Otra patrulla revisaba la zona cuando divisaron a M tirada frente a una chabola. Eran las cinco de la madrugada. Es venezolana y tiene 15 años. Los investigadores creen que igualmente era prostituida por el Kalifa y su entorno. H se lo había contado a los policías: “Está pasando y sufriendo lo mismo que yo”.

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