El relevo de Suárez Illana en el Congreso señala el personalismo de Feijóo en la toma de decisiones

Aitor Riveiro

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Este jueves, los diputados del PP van a tener que votar a uno de sus compañeros para sustituir al dimitido Adolfo Suárez Illana como secretario cuarto de la Mesa del Congreso. Este miércoles, a 24 horas de tener que meter el papel con su nombre en la urna (esta es una de las pocas votaciones que se hacen obligatoriamente por llamamiento), la mayoría de los componente del grupo parlamentario popular desconocían cuál era el agraciado con un puesto que supone un buen aumento de sueldo y la posibilidad de contratar a un asistente. Pero tampoco saben la decisión muchos de los integrantes de la dirección del partido, tal y como han reconocido en público y en privado. No es una novedad, sino la forma habitual de trabajar de Alberto Núñez Feijóo desde su aterrizaje en Madrid hace casi un año.

Feijóo tuvo una oportunidad perfecta para comunicar su decisión a los miembros del Congreso y del Senado el pasado lunes. El líder del PP los reunió a todos en la Cámara Baja en pretendido secreto para evitar a la prensa, algo cuando menos difícil: casi 200 personas ocupando la Sala Constitucional es difícil que pasen desapercibidas para los periodistas que acumulan horas en la sede de la soberanía popular.

Cuando se filtró la reunión, desde la dirección del PP remitieron un mensaje al móvil de todos los diputados y senadores: “Por favor, no publiquemos fotos de reuniones internas nada más empezar estas. Máxime cuando NO hay convocatoria a medios. Muchas gracias”. El líder del PP les advirtió de que, pese al triunfalismo impostado del reciente cónclave de Valencia, el 28 de mayo pueden quedarse sin ganar ninguna comunidad autónoma al PSOE, la gran obsesión para Feijóo, quien ha pasado de confiar en el castellanomanchego Paco Núñez a jugársela en la Comunidad Valenciana y Aragón.

Pero no reveló el nombre de la persona agraciada, pese a que debía estar sentado entre los asistentes. Algunos de los presentes han mostrado posteriormente su estupor ante la forma de trabajar del dirigente gallego, que consideran “insólita” en este caso, máxime cuando el papel del sustituto de Suárez Illana será políticamente testimonial. La legislatura entrará en su recta final en un par de meses, tras el 28M, y quien dirige las actuaciones del PP en la Mesa del Congreso es la vicepresidenta segunda, Ana Pastor, alguien que acumula trienios en la primera línea de la política.

A la misma hora en que Feijóo se dirigía a puerta cerrada a sus diputados y senadores, su portavoz, Borja Sémper, comparecía ante los periodistas en la sede nacional de la madrileña calle de Génova. El nuevo rostro del PP dijo desconocer el nombre de la persona elegida. Y eso que Borja Sémper se sienta cada lunes en el Comité de Dirección del partido, que tiene por estatutos una función muy concreta: la “gestión y coordinación de las tareas ordinarias” del partido.

No solo él, otros dirigentes han confesado en los últimos días en privado no saber quién será el designado. Todos ellos forman parte también del Comité Ejecutivo Nacional, órgano intermedio al que las normas internas de la organización (aprobadas en su última versión en 2017, bajo el mandato de Mariano Rajoy) mandatan para “nombrar a las personas que han de ostentar la representación del partido en las diferentes instituciones, corporaciones, sociedades, empresas públicas, etc”.

El Comité Ejecutivo se reunió el pasado 30 de enero en una cita que Feijóo calificó de “ordinaria”, que duró apenas 90 minutos y en la que, según se comunicó después, no intervino casi nadie aparte del presidente y de la secretaria general, Cuca Gamarra.

Gamarra es, de hecho, portavoz parlamentaria del PP. Sí o sí, se supone, debe estar al tanto del elegido para la secretaría cuarta de la Mesa, un cargo que supone un extra al salario de diputado de 1.051,35 euros, unos gastos de representación de 911,08 euros y una partida de “libre disposición” que asciende a 754,01 euros. Todo, multiplicado por 14 pagas. Alrededor de 7.000 euros por paga (casi 100.000 euros al año), una cifra que puede variar porque los diputados elegidos por una circunscripción diferente a la de Madrid reciben una indemnización mayor. Y la posibilidad de fichar a un asistente.

El puesto a cubrir es goloso, pero a estas alturas bastante irrelevante desde el punto de vista político. Por eso quizá se entiende menos dentro del propio PP el secretismo con el que ha gestionado Feijóo la designación, que por otro lado deberá contar con el voto favorable al menos del PSOE.

Estrategia habitual: del aborto a la sedición

La actitud de Feijóo para con sus compañeros no es extraña. De hecho, es la norma. El PP es un partido presidencialista y muy vertical, donde el jefe manda, y mucho. Pero el dirigente gallego lo ha llevado casi al paroxismo.

Un ejemplo muy reciente es el cambio de criterio sobre el aborto. El Tribunal Constitucional estudia un recurso interpuesto contra la norma de 2010 por el PP que presidía Mariano Rajoy. El mismo al que Feijóo considera su referente político, y al que subió este fin de semana en Valencia a glosar al actual líder de la oposición y a criticar veladamente a su predecesor, Pablo Casado.

El PP de entonces arremetió contra la norma en su conjunto. Se manifestó contra ella, usó todo su potencial mediático para atacar tanto la norma como a la ministra que la propició, Bibiana Aído. La llevó al tribunal de garantías y se ha movilizado durante años en las administraciones que gobierna para poner trabas al ejercicio de derecho de las mujeres a interrumpir voluntariamente su embarazo.

Pero mientras este mes de enero el PP galopaba la tormenta política creada por el protocolo médico antiabortista de Castilla y León, Feijóo sorprendió a propios y extraños al asegurar que el partido que lidera hace suya la ley del aborto de 2010 con la salvedad de que las chicas de 16 y 17 años no puedan interrumpir su embarazo sin el consentimiento paterno.

El PP no ha debatido en sus órganos este cambio de parecer, pero Feijóo lo ha impuesto ante la evidencia de que socialmente una minoría se opone a la norma. Pero la decisión del líder del PP de rehuir los debates ideológicos internos para intentar captar el máximo de voto en las elecciones ha esquinado, cuando menos, los procedimientos reglados que establecen los estatutos del partido.

En los apenas 10 meses que lleva Feijóo en Madrid han sido ya muchas las veces que el dirigente gallego ha actuado así. Cuando aterrizó en la sede nacional de la calle de Génova mantuvo bajo secreto hasta el último instante la composición de su dirección, así como quiénes ascenderían (y quiénes serían cesados) en los cargos institucionales de los grupos parlamentarios.

Algunos se salvaron, como Cuca Gamarra, Javier Maroto o Dolors Montserrat. Otros volvieron, como Esteban González Pons. Y otros aterrizaron por primera vez en el Comité de Dirección, como Elías Bendodo o Juan Bravo. Todos se sientan cada lunes en la reunión que prepara la semana. Pero no todo se debate en ese ámbito. Por ejemplo, cuando Feijóo leyó un comunicado contra la reforma del delito de sedición no había reunido ni informado siquiera telemáticamente de qué iba a decir a todos los integrantes del órgano.

Según diferentes testimonios de dirigentes del partido, Feijóo mantiene a cada uno en su parcela exclusiva de competencia, habla con unos y otros, los que considere, y luego toma una decisión con su equipo de confianza. Solo después hace partícipes al resto, y a veces incluso de forma pública, que poco más pueden hacer que asumir la posición o el nombramiento. Este jueves, volverá a ocurrir lo mismo.