La cuenta de Podemos Andalucía tuvo que publicar un tuit “urgente” el domingo a las 14.32 en plena jornada de votaciones. “En los colegios electorales (también nos estaba pasando en los actos de campaña) muchas personas preguntan cuál es la candidatura en la que está Podemos. Estamos dentro de Por Andalucía”, decía el mensaje, que incluía una foto de la zona superior de la papeleta y una flecha. Usted está aquí, como dicen los planos de los centros comerciales.
Un poco tarde para llegar a todos los votantes. La formación de la candidatura de las fuerzas andaluzas de izquierda había tenido un proceso traumático y se había cerrado en el último minuto. Eso hizo que el logo de Podemos no apareciera en las papeletas y de ahí la confusión de mucha gente.
Fue otra lección para aquellos que piensan que los partidos y sus candidaturas son solo elementos estructurales secundarios, porque lo que cuenta es el mensaje político. La izquierda parece inmersa en un proceso de reinvención permanente, muy seguido por los medios de comunicación y las redes sociales, que corre el riesgo de estrellarse ante la realidad de que no todos los votantes se meten la política en vena de lunes a viernes.
“La ciudadanía nos está esperando”, dijo Yolanda Díaz cuando ya se conocía el fracaso de Por Andalucía. No va a esperar eternamente.
La vicepresidenta reaccionó con rapidez el lunes haciendo pública su propuesta de entregar “un cheque de 300 euros para las personas más golpeadas por la crisis como se ha puesto en marcha en Francia”. Es una forma de apoyar a las familias más perjudicadas por el aumento de la inflación. En el plano político, es un mensaje al Gobierno de que las medidas tomadas hasta ahora no son suficientes. Su simple prórroga mantendría al Gobierno en el centro de las críticas del Partido Popular.
El día después de las elecciones andaluzas dio lugar a un momento tradicional en los procesos electorales. Es el paso posterior a la fiesta de la democracia. Sería el Vía Crucis de la democracia. El lunes es la jornada en que los medios exigen autocrítica a los derrotados en las urnas. En la noche del domingo, ya se hacen algunas preguntas al respecto y es al día siguiente cuando se acaba el plazo de comunicar respuestas convincentes. No es que sea un periodo muy largo de tiempo para llegar a conclusiones claras, pero el ritual lo exige.
A primera hora de la mañana, el socialista Rafael Simancas ofreció el tipo de reacción que suele provocar risas en las redacciones. O una total perplejidad. “La gente ha votado gobierno, como suele ocurrir en tiempos de zozobra”, dijo el secretario de Estado de Relaciones con las Cortes. Eso supondría que Pedro Sánchez tiene garantizada la victoria en las próximas elecciones nacionales, lo que está muy lejos de ser cierto. Simancas, muy desconectado de la realidad, afirmó que no se deben hacer “lecturas nacionales golosas”. Eso es lo que hacen todos los partidos el lunes posterior a los comicios. No todas son golosas. Algunas saben a hiel.
Por eso, la reunión de la Ejecutiva socialista no ocultó su preocupación por los números de Andalucía. Como el partido ha decidido que continuará con su apuesta por Juan Espadas en la región, no hay que esperar grandes novedades. El PSOE se refugia en la idea de que los resultados andaluces no se pueden trasladar de forma automática a todo el país. Está claro que si el partido hubiera resistido en algunas provincias, en especial, Sevilla, ahora estaría contando lo contrario.
“Creo que el voto progresista que nos ha faltado se ha quedado en casa”, explicó Espadas el lunes. Si es así, la responsabilidad será suya y de los otros candidatos progresistas. La participación fue del 58,3%, superior en algo menos de dos puntos a la de 2018 y muy lejos del 62,3% de 2015, por no hablar del 72,6% de 2008.
Será inevitable que en los próximos meses se especule con cambios en el Gobierno de Sánchez para afrontar el final de la legislatura. Leerán que se buscarán perfiles más políticos, como si la mayoría de los actuales ministros solo se ocupara de cuadrar las cuentas. Es lo mismo que se dijo justo antes de la anterior remodelación hace casi un año, por tanto ya se ve para lo que sirvió.
La izquierda que forman Podemos e Izquierda Unida sufrió la segunda decepción consecutiva en Andalucía. Ya en 2018 no logró recoger los votos que perdió el PSOE. Ahora la caída fue mucho mayor, casi humillante. El voto se dividió entre Por Andalucía y Adelante Andalucía –este último reconvertido como proyecto de izquierda abertzale andaluza fundado en el carisma de Teresa Rodríguez–, pero dio igual porque ambas plataformas fracasaron. Sumaron cinco y dos escaños. Juntos habrían obtenido doce, aun así por debajo de los diecisiete de 2018.
Si Por Andalucía era un pequeño retrato piloto de lo que será el proyecto nacional de Yolanda Díaz, el comienzo no ha podido ser peor.
El balance realizado por Inma Nieto, líder de Por Andalucía, culpó a la desunión de la izquierda y la abstención, aunque lo segundo también sería responsabilidad de los que no lograron entusiasmar al electorado. La legislatura fue escenario de constantes enfrentamientos. En primer lugar, entre el grupo de Rodríguez y el resto de fuerzas. Más tarde, entre Podemos y los demás socios, incluida Izquierda Unida. Una cosa es que la unidad de la izquierda se haya convertido en un animal mitológico que solucionaría todos los problemas, y otra diferente que algunas formaciones no sean capaces de sostener una mínima coherencia interna durante una legislatura. Si los políticos no se toman en serio su trabajo, ¿por qué deben creer en ellos los votantes?
Los resultados de Andalucía confirman el éxito de la estrategia de Juanma Moreno de intentar dar el menor miedo posible a los votantes desde que formó su Gobierno. La encuesta del CIS ya avisó de que la mayoría de la gente aprobaba la gestión de Moreno. No es aventurado decir que la izquierda no supo hacer oposición al Gobierno del PP y Cs, o que si la hizo, fue desdeñada por el electorado.
Los partidos del Gobierno de coalición aún cuentan con tiempo para corregir sus errores. Deberían saber que a veces el panorama político queda congelado en una imagen aceptada por la mayoría de los votantes que luego es muy difícil de desmentir. En el momento actual, los ciudadanos ya están sintiendo los perjuicios de la inflación, que suele minar la credibilidad de los gobiernos. El Gabinete de Sánchez tiene unos meses para cambiar esa percepción. Si espera para el acelerón final que concluirá en las próximas elecciones, es probable que sea demasiado tarde.
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