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De la “traición a los muertos” a los “viejos amigos de ETA”: el PP recupera su estilo más bronco de oposición

Ángel Acebes, Eduardo Zaplana y Mariano Rajoy, en el Congreso de los Diputados en diciembre de 2005.

Andrés Gil

El 11M de 2004 Madrid sufrió los atentados de Atocha en el último suspiro de una campaña electoral a la que Mariano Rajoy llegaba confiado en ganar. José María Aznar, al final de su segunda legislatura y con mayoría absoluta, le había elegido sucesor. Rajoy se enfrentaba entonces a José Luis Rodríguez Zapatero por primera vez. Pero la gestión de esos atentados con casi dos centenares de víctimas mortales, en los que el Gobierno intentó culpar a ETA a sabiendas de que no había pruebas para respaldar esa versión, hizo girar los acontecimientos: Rajoy perdió las elecciones y Zapatero las ganó. 

El PP no se lo esperaba. No se esperaba esa derrota, después de los ocho años de Aznar que ellos mismo calificaron de “milagro económico” frente al “paro, corrupción y despilfarro” socialista. Aún se tardarían décadas en conocer, como se está certificando judicialmente en estos días, que aquel milagro económico en realidad era una trama de financiación y adjudicación de contratos públicos entre las grandes empresas de este país y las instituciones del PP. Y que los tres mosqueteros del eje de la prosperidad, Jaume Matas, Esperanza Aguirre y Francisco Camps han acabado arrollados por el tsunami de la corrupción.

Pero en aquel momento, en marzo de 2004, el PP perdió las elecciones sin imaginárselo. De un día para otro. Y quiso hacérselo pagar a Zapatero, “presidente por accidente”, según Federico Jiménez Losantos. 

Ahora ha pasado lo mismo. Mariano Rajoy ganó la investidura después de que se repitieran las elecciones y gracias al golpe de mano de Susana Díaz en el PSOE. Se las prometía medianamente felices hace escasos días, cuando superó el examen de los Presupuestos con el apoyo de Ciudadanos y el PNV. Pero, como en 2004, Rajoy se queda sin presidencia del Gobierno en 48 horas, de forma repentina e inesperada. 

En aquella ocasión, fue por la gestión partidista de la mayor tragedia terrorista que ha sufrido España. En esta ocasión ha sido por la demoledora sentencia del caso Gürtel que da por probado que aquello fue una trama del PP, no una “trama contra el PP” como dijo el propio Rajoy en 2009.

En 2004, el PP, que se revolvía contra una derrota inesperada, dedicó todos sus esfuerzos, en particular su portavoz parlamentario, Eduardo Zaplana; y el secretario general, Ángel Acabes, en hacer una bronca oposición día a día durante cuatro años. Y lo hicieron sobre dos principales ejes: una supuesta rendición ante ETA por las conversaciones que entabló el Gobierno de Zapatero –como previamente habían hecho los gobiernos anteriores–; y un supuesto desinterés en investigar el 11M.

En ambos argumentos, la supuesta condescendencia con ETA y los culpables del 11M, Rajoy y el PP encontraron grandes aliados en la prensa conservadora. Hasta tal punto llegó la dureza de Rajoy, que en un debate en 2005 acusó a Zapatero de traicionar a los muertos y reforzar a ETA.

Ese estilo se prolongó toda la legislatura, hasta el punto de que en la campaña electoral de 2008, Rajoy acusó a Zapatero en un cara a cara televisivo de “agredir a las víctimas del terrorismo”.

“Ustedes han estado en campaña continuada contra las víctimas del terrorismo”, sentenciaba Rajoy. 

Además de ese discurso usando el dolor de las víctimas de ETA –entre las cuales se encuentran decenas de militantes socialistas–, el PP se alió con la Iglesia católica para manifestarse contra el Gobierno por la aprobación del matrimonio igualitario y la reforma del aborto.

Este viernes pasado, Rafael Hernando devolvió a la política española a 14 años atrás. Regresó a ese pasado en el que el PP, arrebatado de la presidencia del Gobierno sin esperarlo, resistiéndose a perder el poder y la institución, comenzó a cargar con toda la munición.

Como ocurrió en 2004, sembró dudas de la legitimidad de la presidencia de Pedro Sánchez, llamando “fraude” a la moción de censura, y acusando al candidato socialista de apoyarse en “los amigos de Maduro”, en relación a Podemos, de los que “quieren romper España”, en referencia a los independentistas catalanes, y a “los viejos amigos de la ETA”, sobre el respaldo a la moción de EH Bildu. “No sé si será capaz de mirar a los ojos a las víctimas de ETA”, le ha llegado a decir al líder del PSOE, rememorando a los discursos pretéritos del aún líder del PP, Mariano Rajoy.

“¿Hasta dónde es usted capaz de llegar por su ambición, poniendo en riesgo la estabilidad política y social?”, le preguntaba Hernando a Sánchez, a quien acusó de poner “en jaque” la unidad de España “para mendigar el apoyo de quienes hace poco dieron un golpe de Estado contra el Estado”. Y se preguntó: “¿Va a contar usted a cambio de qué va a obtener ese apoyo?”  “Va a ir a la Moncloa por la puerta de atrás”, le dijo, porque “la legitimidad la dan los españoles en las urnas y no las gestiones”, y calificó a su futuro Ejecutivo de “Gobierno Frankestein”.

Hernando también afirmó que Sánchez había “ido más lejos” de lo que fue Zapatero, pero él, el portavoz del PP, lo que hizo así es, efectivamente, volver a los tiempos broncos de Zapatero, Zaplana y Acebes. A los tiempos en los que Mariano Rajoy acusaba a su rival político de traicionar a los muertos y agredir a las víctimas de ETA.

El mismo Rajoy que, durante buena parte de la moción de censura contra su persona celebrada en el Congreso, dejó su escaño vacío durante horas y horas. En cuanto se dio cuenta de que iba a perder el cargo por el voto del PNV, abandonó el puesto para el que fue elegido, su escaño, y pasó toda la tarde del jueves en un restaurante rodeado de sus personas más próximas. Y no volvió al Congreso hasta el final de la sesión del viernes para pronunciar unas breves palabras de despedida.

El escaño vacío de Rajoy no fue sólo una pataleta de mal perdedor, de quien está acostumbrado a salirse con la suya. Es un síntoma de su actitud ante la moción de censura: desprecio y deslegitimación. Y da pistas de la oposición que ejercerá el Partido Popular hasta que haya nuevas elecciones: escaños vacíos, desprecio a la Cámara legislativa cuando no vota lo que el PP quiere. Deslegitimación y criminalización de los rivales políticos. El PP ya ha recuperado su estilo más bronco de oposición.

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