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Con la “yurta” a cuestas, la dura adaptación de los nómadas de ciudad

EFE

Ulán Bator —

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Lejos de la estepa mongola, las “yurtas” de una barriada de Ulán Bator parecen una reminiscencia del pasado. La suerte de tienda de campaña utilizada por nómadas de Asia Central desencaja en el paisaje urbano, pero cobija a sus inquilinos mientras se enfrentan a un duro reto: adaptarse a la ciudad.

“Nunca pensé que viviría aquí”, asegura a Efe Otgondolgor, a la vez que mece a su nieto de menos de un año, que se revuelve inquieto en los recios brazos de su abuela.

El pequeño y otras tres niñas que corretean por la “yurta” son el motivo por el que ella y su marido, Namsrai Batsukk, dejaron la vida nómada hace dos años y se mudaron a Ulán Bator, como han hecho miles en las últimas décadas.

Desde mediados de los 90, la ciudad ha pasado de tener 500.000 habitantes a cerca del triple y actualmente unas 800.000 personas residen en los llamados “distritos de las yurtas”.

La pareja se trasladó a la parcela que posee una de sus hijas en la periferia de la capital mongola, donde han instalado su “yurta” para cuidar de sus nietos, ya que los padres de los menores emigraron a Corea del Sur en busca de trabajo.

En ese espacio de unos diez metros cuadrados, en el que todo está pensado al milímetro y colocado con decoro, hacen su vida diaria. Ella y su marido duermen en dos camastros que hay a cada lado, y los nietos pernoctan en la vivienda de ladrillo colindante, propiedad de una de sus ocho hijos.

Otgondolgor todavía cocina en el fogón de carbón colocado en el centro de la tienda -cubierta de lona y sujeta por una estructura que se abre como un acordeón- para que el tubo que hace las veces de chimenea salga por el orificio, la rudimentaria claraboya que hay en el techo.

Una rutina que alegan mantener por la imposibilidad de permitirse una vivienda, lo que provoca ciertas tensiones en Ulán Bator con las autoridades ante el supuesto atavismo de estos nómadas de ciudad.

Por lo que fuere, la barriada está repleta de “yurtas”. Las estructuras blancas y esféricas destacan en el mapa de la urbe, haciendo el ambiente aún más irrespirable con su emanación de combustible fósil, otro motivo por el que Otgondolgor echa de menos el campo.

“No estoy cómoda. No creo que esta vida sea mejor”, confiesa.

Aparte de la nostalgia de los quehaceres rurales o de la mayor pureza del medio ambiente, cuenta que “es duro para los nómadas -acostumbrados a pastorear y vivir del ganado- encontrar trabajo, ya que no tenemos otra profesión”.

Tras meses de búsqueda, su marido encontró empleo como guardia de seguridad, un sustento que, piensa, en el futuro les permitirá comprar un apartamento.

No obstante, la mujer, que habla junto a un retrato de su numerosa progenie, no sabe si querrán hacerlo: “cuando los niños sean mayores, nos gustaría volver al campo”.

Allí, en el campo, a unos 120 kilómetros al oeste de Ulán Bator sigue viviendo Batbold, su esposa y dos hijos, pero no por mucho más tiempo.

“Creo que pronto nos iremos a la ciudad... Tendré que prepararme para adaptarme al modo de vida...”, explica a Efe mientras toma un sorbo de leche de yegua fermentada.

Sus razones son distintas. Por un lado, afirma creer que “sería mejor para mis hijos vivir en la ciudad: la vida nómada es muy dura”, pero ese no es el motivo fundamental.

“Recientemente, los efectos del cambio climático han influido en la vida nómada. Cuando me levanto, tengo miedo de que un día todos los animales estén muertos”, subraya.

Batbold, que tiene unas 80 vacas, 150 cabras y ovejas y decenas de caballos, se refiere a un fenómeno climático que ocurre solo en Mongolia y es conocido como el “dzud”, que combina la sequía del verano con las cada vez más bajas temperaturas del invierno, lo que provoca la muerte por inanición o congelación del ganado.

“La vida nómada ya no está garantizada”, se lamenta.

De momento, él y su mujer, dueños de dos “yurtas”, en cuyo exterior tienen instalados paneles solares y antenas parabólicas, como muchas otras viviendas de la estepa mongola, saborean los últimos momentos antes de pasar al sedentarismo.

Salvo alguna inversión grande, en concreto los vehículos o la tecnología, y pequeña, básicamente azúcar o arroz, el día a día lo pasan sin gastar un solo “tugrik” (la moneda de Mongolia), alimentándose de sus animales y sacrificándolos para vender su carne y pelaje cuando necesitan dinero.

Aunque Otgondolgor coincide con Batbold en la amenaza que se cierne sobre la vida nómada por el cambio climático, y ninguno de sus hijos ha querido quedarse en el campo, se niega a creer que el nomadismo tiene los días contados en Mongolia.

“Siempre hay gente -defiende- que mantendrá nuestro estilo de vida”. Ella misma, si un día se lo permiten sus nietos.

Paloma Almoguera

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