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Qué hacemos es un espacio de reflexión y elaboración colectiva, desde donde intentaremos abrir debates y difundir alternativas. Quiere ser un punto de encuentro para colectivos y activistas, para elaborar una agenda propia que se oponga a la agenda oficial de la crisis. Es además una colección de libros de autoría colectiva.

Qué hacemos es una iniciativa de un colectivo editorial formado por Olga Abasolo, Ramón Akal, Ignacio Escolar, Ariel Jerez, José Manuel López, Bibiana Medialdea, Agustín Moreno, Olga Rodríguez, Isaac Rosa y Emilio Silva.

Más información y contacto en quehacemos.

La moneda del billón de dólares: un truco de alquimista

Más del 60% de reservas mundiales son en dólares, lo que permite la hegemonía monetaria de EEUU

Bruno Estrada

El gobierno Federal de los Estados Unidos tiene limitada su capacidad de endeudamiento por el llamado “techo de deuda” que aprobó el Congreso. El objetivo de esta medida, aprobada por la mayoría republicana, era limitar el crecimiento del sector público, el estado del bienestar.

El dólar es la principal moneda de reserva internacional y, por tanto, su deuda pública denominada en dólares es aceptada en todo el mundo, lo que permitiría a la administración de Obama sortear parcialmente los límites fiscales que los republicanos han impuesto al crecimiento del sector público. Hay que recordar que se niegan a cualquier incremento de impuestos como forma de limitar el tamaño del estado. De hecho la voluntad política de los republicanos es vincular la negociación de la elevación del “techo de deuda” con sustanciales recortes de gasto público social y de la no elevación de los impuestos a los más ricos.

El “techo de deuda” es también una forma de topar la creación de dinero por parte del Estado (los bonos de deuda pública son dinero, son medios de pago aceptados mundialmente), de coartar la capacidad de sector público para impulsar el crecimiento en base al desarrollo de bienes públicos (seguros médicos públicos, enseñanza pública, infraestructuras de transporte colectivo que son menos contaminantes, sistemas de generación de energía sostenibles generacional y medioambientalmente, etc. ).

Los republicanos, al imponer un “techo de deuda”, son plenamente coherentes en su visión talibán de una sociedad en la que quieren minimizar la resolución colectiva de las necesidades de gran parte de la población. Por eso, a la vez que restan capacidad de creación de dinero al sector público, defienden que el sector financiero privado tenga un alto grado de desregulación, de forma que siga disponiendo de una gran capacidad de generar riqueza especulativa (dinero basura). De esta forma, serán los bancos quienes determinan las necesidades de la sociedad en función de las rentabilidades cortoplacistas de las inversiones que financien y de la evaluación que ellos hagan de la solvencia económica de cada individuo, en la que su patrimonio y nivel de ingresos son el factor fundamental. En este modelo social, que es el que defiende el Tea Party, solo tendrían derecho a una sanidad, y a una educación, de calidad aquellos que puedan pagárselo en un sistema privado, las necesidades de transporte y suministro energético se resolverían individualmente, y bajo el único criterio de la rentabilidad empresarial inmediata, aunque generarán grandes externalidades negativas (contaminación atmosférica, emisión de gases de efecto invernadero, accidentes, etc.).

La propuesta reciente, apoyada por Krugman, de crear una moneda de dólar de platino valorada en un billón de dólares es una forma de buscar un atajo, una triquiñuela legal, para seguir incrementando la deuda pública sin tener que someterse al chantaje republicano en el Congreso. Pero también es la visualización casi esperpéntica del poder de EEUU de crear dinero ficticio, dada la aceptación universal de su moneda. Ese pedazo de platino valdría lo que el Gobierno estadounidense decidiera que vale y ya está, no hay discusión (mientras el resto del mundo acepte que EEUU va a devolver todas sus deudas).

El mundo es crecientemente multipolar en lo político y económico, aunque con un peso aún muy relevante de la potencia declinante, pero en los aspectos monetarios EEUU todavía mantiene una hegemonía superior al peso de su PIB en el mundo, ya que más de un 60% de las reserva internacionales están denominadas en dólares. Para EEUU perder la hegemonía monetaria significaría mermar una parte sustancial de su capacidad de endeudamiento, tanto público como privado, lo que encarecería el suministro de materias primas para su industria, haciéndola perder competitividad y, por tanto, aceleraría el empobrecimiento de parte importante de su población, acrecentando el conflicto social en una sociedad ya muy desigual.

Una moneda de platino de un valor de un billón de dólares es una respuesta extravagante ante un problema acuciante de la economía y la sociedad norteamericana, dados los límites autoimpuestos por los talibanes del Tea Party, pero su aprobación también sería la constatación palpable de que el resto de países habrían aceptado una vez más su sumisión a un nuevo Rey Midas del mundo, en este caso el secretario del Tesoro de EEUU, capaz de convertir ante todo el planeta un pedazo de platino en un billón de dólares, con sólo por poner su “mano monetaria” sobre él.

El Gobierno de EEUU rechazó acertadamente este truco de alquimista medieval (aquellos que con conjuros y formulas cabalísticas querían trocar el plomo en oro), pero desgraciadamente la gestión de Obama, sabiendo que estamos en el ocaso del dólar como moneda mundial, apenas ha avanzado en la potenciación de instituciones democráticas de gobierno económico mundial, o regional, capaces de impulsar una transición monetaria mundial. Transición que a corto plazo debería suponer un reacomodo de las divisas mundiales, en el que las “monedas financieras” (aquellas que tienen un peso en el comercio y en las finanzas mundiales superior al peso de su PIB nacional, es decir el dólar, la libra esterlina y el franco suizo) reducirían su presencia, mientras que las “monedas productivas” (yuan chino, yen japonés, real brasileño, etc. ) ganaran espacio (lo que también supondría un reequilibrio a escala mundial entre el capital y trabajo). Y que a largo plazo debería tener como objetivo crear un nuevo instrumento monetario mundial más democrático, ya esbozado por Keynes. Para ello es imprescindible que en la definición del valor de esta nueva moneda global respecto al resto de divisas se tuviera en cuenta el peso real que tienen los principales países en el conjunto de la actividad económica productiva del mundo.

Bruno Estrada es coautor del libro Qué hacemos con el poder de crear dinero, que se publica esta semana, una propuesta de control democrático del poder que tienen gobiernos y bancos para fabricar dinero. Más información en la web.

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