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De tirar la muralla a los pisos turísticos: en Sevilla siempre gana el negocio en el pulso entre patrimonio y urbanismo

El triángulo Alcázar-Catedral-Archivo de Indias es el más protegido de Sevilla.

Antonio Morente

14 de enero de 2024 21:03 h

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Tras la Revolución Gloriosa de 1868, las autoridades locales se esmeraron en derribar la muralla de Sevilla con argumentos de modernidad y una necesaria higiene urbanística, sólo se dejaron en pie unos escasos lienzos –apuntó el Ayuntamiento de entonces– “a fin de que sirvan de estudio a los amantes de las antigüedades y den exacta idea para consultar las defensas militares de remotos tiempos”. Poco menos de un siglo después, el urbanismo franquista utilizó los mismos argumentos para liquidar no poco patrimonio, y lo mismo ocurrió en la ciudad que preparaba la Expo 92. Pero en la mayoría de los casos, tras esta premisa se escondía lo mismo: “Al final era el dinero, el negocio inmobiliario, Sevilla lleva mucho tiempo siendo reflejo del mercado inmobiliario”, un camino en el que el último paso, el actual, lo está dando la inundación de pisos turísticos.

En esa Sevilla previa a la Expo, por ejemplo, se da a mediados de los 80 un “giro neoliberal” que se traduce en que “las inmobiliarias diseñan la ciudad” con la supervisión del poder político, que esgrime la idea de que “no hay que interponerse en el negocio”. Y claro, el pato lo acaba pagando muchas veces el patrimonio, siempre en un inestable equilibrio con el urbanismo, un escenario que ahora analiza el geógrafo e investigador Jaime Jover en su obra El centro histórico imperfecto. La transformación de Sevilla en el cambio de siglo. En la obra, editada por la Diputación sevillana, se analiza la contradicción contemporánea de centros históricos como el de la capital hispalense: como espacios patrimoniales, condensan la identidad urbana y deben preservarse; como espacios urbanos, son altamente dinámicos y están en constante cambio. 

Jover estudia desde la perspectiva de la geografía urbana crítica los cambios que han llevado a la Sevilla de hoy, una historia que tiene su prólogo en el desarrollismo franquista (“cuando se deterioraba un edificio patrimonial se tiraba y se levantaba un inmueble nuevo”) y que arranca en la Transición, cuando “se intenta dar un volantazo”. De hecho, el delegado de Urbanismo en el primer Ayuntamiento hispalense tras las primeras elecciones municipales democráticas será del PCE, Víctor Pérez Escolano, que lo primero que hace es suspender las licencias de obras durante dos años (“algo muy gordo”) para así acometer “una evaluación de lo que se ha perdido e intentar conservar lo que queda”.

En su análisis, el investigador analiza qué deciden conservar y valorar los poderes públicos desde los 80, “y lo que se valora es sólo desde el punto de vista estético, de la fachada, y según el barrio”. Así, tenemos un casco sur en el que la Gerencia de Urbanismo es “muy pulcra” al proteger el patrimonio en el triángulo monumental Patrimonio de la Humanidad (Alcázar, Catedral y Archivo de Indias) el Arenal o Santa Cruz, “ahí se mira todo con lupa”. En el otro extremo tenemos un casco norte (San Luis, Alameda, Macarena...) en el que “el patrimonio se usa como excusa para renovar el caserío”.

El factor “fachadismo”

En general, estamos en un momento de “mucho fachadismo”, fruto de una visión del patrimonio “estética y turística”. “Urbanismo se somete al mercado inmobiliario desde los 80, la idea no es tanto la conservación patrimonial como ”preservar la imagen“: ”El barrio de Santa Cruz estaba especialmente protegido pero el resto de la ciudad importaba menos, entonces se hablaba mucho de la piqueta y se llegaba a decir que era más barato demoler que conservar“.

En 1983 gana por mayoría absoluta el PSOE, que entra con “una visión más empresarial del urbanismo”. Es el momento del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de 1987, en la que se vuelve a poner sobre la mesa que “hay que higienizar el centro histórico porque hay sectores muy degradados”. El siguiente PGOU, el de 2006, incluye por primera vez un catálogo urbanístico y se refuerza la protección.

Y así hasta hoy, en la que el alcalde, José Luis Sanz (PP), ya ha anunciado su intención de embarcarse en un nuevo PGOU. En esta Sevilla actual se mantiene el contraste entre “la ciudad histórica más burguesa, donde reside el poder, con la zona norte más obrera”, aunque con hitos como la remodelación de la Alameda y la construcción de las Setas de la Encarnación. “Lo de la Alameda es una operación de reconquista del espacio burgués, se demolió y se construyó de nuevo preservando sólo las fachadas”, mientras que las Setas son “el paradigma de la turistificación, de la ciudad mercancía”. Este último, apostilla, es un símbolo de que “Sevilla no es suficiente y hay que hacer algo nuevo que nos diferencie, fue una operación de marketing urbano que de paso le dio la puntilla a gente de clase trabajadora que vivía allí”.

¿Cuál es entonces la identidad urbana en la Sevilla de ahora? Aquí, Jover advierte una falsa contradicción entre una ciudad “que te venden como eterna y más conservadora y otra que sería más moderna”, representada por la Alameda y las Setas, que es el resultado de adecentar estas zonas. “Al final se utilizan los mismos argumentos que cuando se derribó la muralla”, conectados con los que se asentaron en las décadas de los 80 y 90 de que “no podemos parar el desarrollo de la ciudad y el negocio inmobiliario”, del que en buena parte vive una ciudad que no tiene más industria que la turística. Lo dicho, al final siempre es el dinero.

Los pisos turísticos, el último eslabón

“Los apartamentos turísticos son el último paso en este proceso”, añade el investigador, el último eslabón de la histórica “falta de coordinación entre las leyes urbanísticas y patrimoniales” en la que siempre han perdido las segundas con la “interpretación sesgada de que hay que favorecer las dinámicas urbanas”. Los pisos turísticos están continuando hoy esa secuencia en la que las clases medias sustituyen a las populares, “que ahora se tienen que ir porque no pueden pagar el alquiler”, dejando detrás un paisaje de barrios sin vecinos en los que se asienta una población que sólo está de paso.

Todo ello se traduce en un centro histórico que “en gran medida transmite la sensación de algo falso, que ha perdido autenticidad” a la vez que se ha ido desangrando en “patrimonio humano e inmaterial, que también es muy importante”. Pese a ello, “perviven rasgos identitarios y patrimoniales difíciles de erradicar”, y si el casco antiguo no se ha convertido totalmente en un decorado para los turistas es porque “es muy grande y todavía tiene mucho peso la centralidad en la imagen de la ciudad”. “Se debería proteger más a la gente”, resume Jover, y es que mientras los turistas siguen llegando en masa “la Sevilla actual es profundamente desigual, en algunos casos muy sesgada por renta”. Nada nuevo bajo el sol, porque como el propio investigador recuerda ya lo cantaba Pata Negra en su primer disco, allá por 1981, en el Rock del Cayetano: “Sevilla tiene dos partes, dos partes bien diferentes, una la de los turistas y otra donde vive la gente”.

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