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Todo el mundo habla de la huelga feminista en el Mercado de Maravillas, pero nadie la secunda

Mercado de Maravillas de Madrid.

Carlos del Castillo

En el bullicioso Mercado de Maravillas de Madrid las mujeres no han parado. Este ocho de marzo no había puestos cerrados en los laberínticos pasillos de carnicerías, fruterías, pescaderías, pollerías, bares o tiendas de productos típicos latinoamericanos, africanos o asiáticos. La vida del mercado, uno de los más grandes y populares de madrid, ha seguido igual.

A muchas mujeres les habría gustado parar hoy, pero no perder el sueldo del día trabajado ha acabado pesando más que la voluntad reivindicativa. Es el caso de Lissi, frutera. Cuenta que le hubiera gustado sumarse a la huelga feminista, que nota que hay motivos para ello, pero “no merece la pena” si pierde su salario. “Hay que trabajar por la igualdad”, manifiesta. “¡Nosotros le hemos preguntado que qué hace aquí!”, interviene uno de sus compañeros, que asegura que ellos le han animado a sumarse a la huelga. Ella los mira y sigue su trabajo, como si la posibilidad de parar no terminara de haber sido real. Aunque la huelga estaba convocada por ellas y para ellas, los hombres han estado muy pendientes de lo que ocurría en el mercado y de las reivindicaciones.

“Noto mucha tensión aquí hoy. ¡Tranquilo, que hoy es el día de la mujer!”, se escucha decir a una clienta de una de las pescaderías más concurridas del mercado. Uno de los pescaderos vocifera mientras ella se aleja: “¡En España hay igualdad desde hace 40 años!”. Es Alfonso, que ronda la sesentena y en seguida se presta a dar su opinión: “Esta huelga solo tiene un sentido político. Desde los 80 está prohibido pagar más a un hombre que a una mujer, se paga por categorías de trabajo. Pero claro, no querrá ganar lo mismo una camarera que el jefe del bar”. Asegura que aunque ahora no hay ninguna mujer trabajando en su pescadería, hubo una “hasta hace poco” que cobraba más que los hombres, “porque ellas son mejores para esto. Ahora, para levantar pesos...”. Su hijo le observa desde detrás del mostrador, y mira al periodista con cara de circunstancias. “Los que están moviendo esto son una panda de sinvergüenzas”, continúa Alfonso, volviendo a elevar la voz por encima del bullicio de su puesto.

La opinión del pescadero es compartida por la mayoría de los hombres trabajadores del mercado, donde las mujeres son minoría. Paseando entre los puestos se puede comprobar que la huelga feminista es el tema del día. Se escuchan comentarios sobre si el 8M es “como el día de los gays”, hay indignación por el hecho de que las mujeres paren para pedir el fin de los privilegios de los hombres. Pero muy pocos quieren decírselo a un periodista y rechazan rápidamente la oferta de colaborar en la información.

Muchas mujeres no han parado porque no quieren. Este último es el caso de Ángela, que regenta una pollería. Es una de las pocas mujeres en un puesto relacionado con la carne, que se concentran mucho más en los bares o las fruterías. “Aquí hay trabajos de mujeres y trabajos de hombres, claro”, revela. “Pero si quieres hacer un trabajo de hombre puedes aprender rápido”, se apresura a añadir. Ella no hace huelga hoy porque cree que no hay motivos para ello. No percibe que la sociedad en la que vive sea machista. Tiene pareja, hombre, y mantiene que se reparte equitativamente las tareas domésticas y de cuidado con él. “Además mis hijos ya son mayores”, adelanta. ¿Y cuando eran más pequeños? “Los cuidaba mi suegra, porque trabajábamos los dos”.

El caso de Amanda es diferente. Tiene 25 años y siente la desigualdad de oportunidades entre entre hombres y mujeres de la que hablan las cifras. “Puedo entender la huelga porque no estamos en igualdad de condiciones, pero creo que se nos está yendo de madre. El otro día vinieron aquí 50 mujeres y estuvieron montando el pollo, dando unas voces… los pollos a mí no me representan”, argumenta. En un periodo de apenas cinco minutos, Amanda tiene que interrumpir varias veces la conversación para vender los “ramoncitos”, los pequeños croissants estrella de una pastelería cerca de la entrada del mercado. “Lo bueno es que la gente los empieza a conocer por su nombre, y eso se nota”, continúa la joven. Piensa que “quizá en algunas cosas” la sociedad siga siendo machista pero asocia la huelga a la rebelión: “A mí me gusta el diálogo, me gusta hablar y que se me entienda. Creo que pueden tener razón pero estas no son las formas. ¿Vamos a conseguir algo montando el pollo? Yo creo que no”.

Es habitual entre las clientas del mercado que comentan la situación con eldiario.es la asociación de la huelga feminista a la violencia, a pesar de que no ha habido ni un solo incidente hasta la fecha y se ha convocado cumpliendo con todos los requisitos legales.

La huelga extraña

Además de la relación entre huelga y violencia, tampoco faltaba en el mercado la equiparación del feminismo al machismo. Rosa por ejemplo, con un puesto especializado en embutidos ibéricos y matanza, se define como “todo lo contrario a feminista”. “Tampoco soy machista, pero no creo que el feminismo nos esté ayudando mucho a las mujeres ni a los hombres. No me parece bien, ni por un lado ni por otro”, expresa. Considera que el machismo ya no es la norma, tampoco en la cuestión de los cuidados: “Antiguamente la mujer era la que se quedaba en casa, pero en épocas de Franco. Compaginar los hijos con el trabajo es otro tema, sino de conciliación. Eso no es cuestión de feminismo ni de machismo. Para mí es un retraso que las mujeres se crean inferiores o superiores al hombre”.

Toñi está haciendo la compra para cocinar la comida de hoy. Es de Ciudad Real pero ha venido a Madrid a ver a sus hijos, que trabajan en la capital. Es ama de casa y afirma que apoya la huelga, aunque no haya suspendido las tareas de cuidado durante el día de hoy. Ya no puede hacer la comida a sus hijos todos los días y lo hará este 8M, aunque se ha sentido extrañada al ser preguntada sobre por qué no ha suspendido su labor como ama de casa  “Ellos me han dicho que haga huelga eh, que me vaya a la manifestación si quiero”, explica. Considera que aunque haya habido avances en los últimos años, el machismo sigue imperando: “No se valora lo que nosotras hacemos, parece que como no tenemos sueldo no hacemos nada. Luego llegan los hombres a comer y está la mesa puesta, está todo en condiciones y parece que de eso no se ha encargado nadie”.

Caso parecido es el de Ana, frutera. Apoya los motivos de la huelga y, de hecho, piensa que “la igualdad está avanzando muy poco a poco”. Sin embargo, no ha parado. Su marido no habría tenido que cerrar el puesto sin ella, aunque sin duda habría notado su ausencia. “Mi marido no está bien de salud y necesita ayuda”. Ambos piensan que las huelgas son cosa de otros. “En el mercado no ha faltado nadie. Siendo un trabajador no estás apoyado para hacer eso. Aquí ninguno está afiliado a nada ni nada. Pierdes un día entero”, dice su marido.

“Por cierto, ¡felicidades!”, interrumpe un tendero de otro puesto. “¿Por?”, pregunta Ana, extrañada. “¿Pues no es el día de la mujer?”, responde aquel. “Ah, sí, claro. Gracias”, corresponde ella.

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